Muchos años antes de la independencia del Perú, las mujeres desempeñaron roles medulares, aunque frecuentemente ocultos bajo el velo de la historia oficial. Como espectros valientes, operaron en la clandestinidad, hilvanando redes de insurrección y transportando mensajes importantes. Aquellas que desafiaron la opresión y el peligro bajo el yugo español, fueron las arquitectas invisibles de la libertad. Su contribución, aunque relegada a las sombras, fue el latido persistente que impulsó la rebelión.
En la independencia del Perú, los rostros más conocidos pertenecen a una élite masculina que parece monopolizar el heroísmo. José de San Martín, los hermanos Angulo, Mateo Pumacahua, entre otros, son nombres eternamente repetidos en los libros de historia. A estos personajes históricos se suman Túpac Amaru II, cuyo levantamiento indígena sacudió los cimientos del dominio colonial; Mariano Melgar, poeta y revolucionario fusilado por las tropas realistas tras la derrota en la batalla de Umachiri; e Hipólito Unanue, cuya labor intelectual y política fue importante para la causa libertadora.
Todas estas figuras ilustres forman parte de una narrativa que aún ignora las vitales contribuciones de muchas otras personalidades igualmente esenciales pero menos reconocidas. Mujeres como Brígida Silva de Ochoa y Rosa Campuzano, quienes con valentía y determinación realizaron labores heroicas en aras de la independencia del Perú, son relegadas a los márgenes de la historia oficial.
Las mujeres que en el anonimato realizaron acciones valerosas
La independencia del Perú fue el resultado de una serie de eventos que comenzaron en el siglo XVIII. La lucha por la emancipación se inició en 1752 con la rebelión liderada por Juan Santos Atahualpa. Años después, en 1780, estalló la Gran Rebelión de Túpac Amaru II, otro intento de independizarse de la corona española. Este líder indígena encabezó una serie de acciones insurgentes que se extendieron por buena parte del virreinato del Perú.
En 1814, en las ciudades de Cusco y Arequipa, los hermanos Angulo y Mateo Pumacahua continuaron con los esfuerzos insurgentes. Estas revueltas, aunque inicialmente exitosas, finalmente fueron sofocadas por las fuerzas españolas. Sin embargo, contribuyeron a mantener el espíritu de independencia vivo en la región.
Finalmente, el 2 de mayo de 1866, la batalla en las playas del Callao marcó un punto de inflexión. En este enfrentamiento, las fuerzas peruanas lograron repeler los intentos de la Corona española de reconquistar el territorio. Este evento es considerado el punto culminante que selló la independencia del Perú.
Mientras estos acontecimientos sucedían, un grupo de mujeres actuaba en el anonimato. Una de ellas fue Brígida Silva de Ochoa, quien se desempeñó como correo, transportando la comunicación entre los patriotas en las afueras de Lima. Aunque esta tarea era peligrosa, nunca fue atrapada ni levantó sospechas, ya que su hijo mayor trabajaba como oficial de artillería del ejército realista.
La peruana realizaba esta labor antes de que don José de San Martín desembarcara en la bahía de Paracas el 8 de septiembre de 1820 con la Expedición Libertadora. Como es sabido, el libertador se encontraba en Argentina y Chile organizando y liderando campañas militares para la independencia de ambos países. En 1817, cruzó los Andes con el Ejército de los Andes y derrotó a las fuerzas realistas en la batalla de Chacabuco. Luego, en 1818, ganó la decisiva batalla de Maipú. Durante este periodo, también trabajó en la planificación de la Expedición Libertadora para llevar la lucha emancipadora al Perú, elaborando estrategias y organizando recursos para la campaña.
En el libro “Parte de guerra” de Marco Zileri, se puede leer un artículo que detalla la labor de Brígida Silva de Ochoa. “Las acciones de mujeres en favor de la independencia se iniciaron mucho antes de la llegada de las expediciones libertadoras al Perú. Baste recordar las gestiones de doña Brígida Silva de Ochoa como conspiradora y correo patriota, desde 1807 hasta la llegada de José de San Martín, distribuyendo impresos a favor de la independencia, sin levantar nunca sospecha”, escribió Magally Alegre Henderson, doctora y magíster en historia latinoamericana por la Universidad de Stony Brook (Estados Unidos).
Silva de Ochoa pertenecía a una familia fervientemente patriota que respaldaba la independencia del Perú. Su hermano mayor, el coronel Remigio Silva, fue arrestado debido a su participación en la conspiración de José Mateo Silva en 1809, un intento fallido de insurrección que buscaba derrocar al virrey y establecer un gobierno autónomo en el país. Este complot se descubrió antes de que pudiera llevarse a cabo.
En el ámbito de la lucha por la emancipación del Perú, otro nombre destacado es el de Rosa Campuzano, una actriz, activista y espía ecuatoriana. Llegó a Lima en 1817, a la edad de 21 años, acompañando a un acaudalado español. Rápidamente, se integró en la sociedad limeña y organizó tertulias frecuentadas por figuras prominentes. Utilizó su relación con un general realista para obtener información militar clave, que transmitía a los patriotas. Además, ofrecía refugio en su hogar a oficiales desertores del ejército realista y facilitaba su traslado al campamento patriota en Huaura.
Alegre Henderson también se refirió a este personaje, quien fue pareja de San Martín. “También la profusa correspondencia entre Rosa Campuzano y el Protector San Martín, que sirvió para preparar la entrada de la expedición libertadora a Lima. Gracias a sus vínculos con generales realistas admiradores suyos, como Domingo Tristán y José Domingo La Mar, e incluso con el propio virrey José de La Serna, la tertuliana guayaquileña logró obtener valiosa información para las tropas patriotas. Su casa de la calle de San Marcelo (hoy Emancipación) albergaba una concurrida tertulia y se convirtió en refugio de jóvenes conspiradores independentistas”, señaló.
Es menester indicar que los líderes revolucionarios comprendieron la importancia de involucrar a las mujeres en la causa. Los periódicos patriotas, como Los Andes Libres, alentaron activamente a las féminas a involucrarse e influir en sus familiares y amigos para apoyar la independencia. Este tipo de iniciativas mostraban el convencimiento de los libertadores de que la independencia no podría lograrse sin la participación femenina.
Los Andes Libres y otros medios de la época utilizaron sus publicaciones para difundir mensajes de ánimo y movilización. Estos artículos buscaban inspirar a las mujeres para que desempeñaran un papel activo, ya sea en el ámbito doméstico o directamente en las filas revolucionarias.
En contraste con la visión de la historiadora y los medios de comunicación de la época sobre el rol de las mujeres, es pertinente señalar que el tradicionalista Ricardo Palma construyó una narrativa romántica sobre la figura de Campuzano. En la tradición “La protectora y la libertadora”, el literato escribió lo siguiente: “En la Campuzano vi a la mujer con toda la delicadeza de sentimientos y debilidades propias de su sexo. En el corazón de Rosa había un depósito de lágrimas y de afectos tiernos, y Dios le concedió hasta el goce de la maternidad (...)”.
La investigadora Alegre Henderson destacó que las mujeres desempeñaron un papel importante en la lucha por la independencia, llevando a cabo numerosas tareas trascendentales. Lideraron movimientos rebeldes, participaron en las líneas de combate como aprovisionadoras y asumieron roles de espías y mensajeras. También movilizaron recursos y sostuvieron la moral de las tropas.
A pesar de su invaluable contribución, la historia ha relegado a un segundo plano a estas mujeres, enfocándose casi exclusivamente en figuras masculinas. Ellas, al igual que Micaela Bastidas, María Parado de Bellido y otras peruanas, merecen un reconocimiento que trascienda la simple mención en los libros de historia.