Oculta entre los cerros del distrito del Rímac, la Pampa de Amancaes guarda secretos y tradiciones que han moldeado la historia de Lima.
Este vasto terreno, desde donde se divisaba el valle limeño y, en días despejados, incluso el mar, es un lugar que una vez floreció con la mítica flor amancae (Hymenocallis amancaes) durante los meses de junio y agosto.
Hoy, la pampa es más que un recuerdo; es el eco de una época en la que milagros y leyendas tejieron el tejido social de la ciudad.
El milagro de Rosario
El nombre de Amancaes está profundamente ligado a una flor que ya no adorna sus pampas. Sin embargo, más que la flor, fue un milagro ocurrido el 2 de febrero de 1582, lo que selló su lugar en la historia.
Una indígena llamada Rosario encontró en la acequia de la “Alcantarilla” a un viajero con una carta destinada al Prior de los Dominicos, que pedía la construcción de un templo donde apareciera la imagen de Jesús Nazareno.
Al regresar con el religioso y una multitud, descubrieron la imagen grabada en una roca, y Rosario reconoció al viajero que le había entregado la carta. Así se erigió la capilla de San Juan, en honor al santo evangelista, con la primera piedra colocada el 24 de junio del mismo año.
Amancaes: la fiesta que encantó a Lima
La fiesta de Amancaes se convirtió rápidamente en una tradición anual que atraía a limeños de todas las clases sociales. Desde los más humildes, que llegaban a pie, en mulas o carretas, hasta los aristócratas, que viajaban en lujosas calesas y balancines, todos se congregaban en la pampa, seguidos por burros cargados con todo lo necesario para un festín.
En este lugar se organizaban grandes jaranas con guitarras y cajones, y se bailaba la zamacueca. Además, la oferta gastronómica era impresionante, con chicha, aguardiente de “pisco” y una variedad de comidas que incluía pachamanca, anticuchos, cau-cau, frejoles, butifarras, arroz con pato, papa a la huancaína, olluquitos, ceviche y escabeche.
Los jinetes exhibían sus elegantes caballos de paso, mientras los devotos visitaban la capilla de Amancaes para orar ante la imagen del Cristo crucificado.
Declive y la resurrección de una tradición
A finales del siglo XIX, la fiesta de San Juan comenzó a perder fuerza. En el siglo XX, las autoridades municipales intentaron revivirla. Durante el gobierno de Augusto B. Leguía (1919-1930), la fiesta fue promovida como parte del proyecto de la “Patria Nueva”, en un esfuerzo por representar la cultura peruana.
Tras la caída del régimen de Leguía, el festival de Amancaes dejó de recibir apoyo gubernamental y su popularidad disminuyó gradualmente. Las últimas celebraciones se realizaron a finales de los años 50, coincidiendo con la extinción de las flores de la pampa y la aparición de asentamientos en el Rímac.
El enigma del volcán de agua
Una de las leyendas más intrigantes de Amancaes es la del volcán que, en lugar de lava, expulsaría agua, amenazando con inundar Lima. De acuerdo con otro relato, habría sido la misma Santa Rosa de Lima quien puso una gran cadena sobre la boca del volcán con el fin de evitar un desastre en la capital.
Otros atribuyen este acto al fraile guatemalteco Ramón Rojas, conocido como el “padre Guatemala”. Se dice que el día en que la cadena se rompa, Lima será víctima de una gran inundación.
El “volcán de agua” es una formación rocosa ubicada detrás de la iglesia de Amancaes. Desde la época colonial, una imagen de la Virgen de la Dolorosa ha decorado el lugar, y durante las festividades, la gente acudía a esta gruta para dejar velas y flores.
Aunque la tradición ha caído en el olvido, la imagen ha resistido el paso del tiempo. En los años 70, los residentes construyeron una ermita sobre la gruta natural para venerar a la Cruz de Motupe.
Su legado
Las festividades de San Juan, celebradas cada 24 de junio, han sido olvidadas, y la flor del amancae ya no adorna las pampas. Sin embargo, la plazuela que ahora ocupa el lugar tiene un profundo significado para la historia peruana.
Amancaes fue la fiesta más tradicional y grande de Lima, y la primera feria gastronómica del Perú, donde se representó por primera vez la cultura nacional a través de la unión de la música criolla y folclórica.