Han pasado 483 años de la muerte del conquistador Francisco Pizarro, un personaje cuyas acciones marcaron la historia del continente americano. Su final fue tan dramático como su vida: Pizarro fue atacado por un grupo de conspiradores en su propia residencia en Lima.
A sus 63 años, Pizarro, a quien todos llamaban “el marqués” por el título que le dio el rey Carlos V, solía dar largos paseos por la ciudad. Durante estos paseos, veía cómo avanzaba la construcción de la catedral y cómo las calles que había planificado empezaban a parecerse a una ciudad española. En su último aliento, con el cuerpo herido por numerosas cuchilladas, encontró la fuerza para trazar una cruz en el suelo con su propia sangre, un acto que aún genera discusiones entre historiadores por su impacto y significado.
Después de conquistar el imperio inca y fundar la ciudad de Lima, su liderazgo y decisiones generaron muchos enemigos. La conjura que terminó con su vida no solo buscaba venganza, sino también un cambio en el liderazgo. Al invocar una confesión en nombre de Cristo en sus últimos momentos, Pizarro dejó un último testimonio de su fe y del turbulento periodo que le tocó vivir y liderar.
¿Quién fue Francisco Pizarro?
Nacido en Trujillo, España, alrededor de 1478, el conquistador español es conocido principalmente por liderar la expedición que culminó con la conquista del imperio inca, uno de los más vastos y avanzados de América del Sur.
En 1502, el noble extremeño cruzó el Atlántico rumbo a América desde su tierra natal en busca de fama y fortuna. Este mismo propósito lo compartía con otro español, Diego de Almagro. Pero lo que pocos podían imaginar entonces es que, algunos años después de haber formado ambos La Compañía de Levante en 1526, con el único fin de explorar las tierras del Birú (Perú), los acontecimientos se precipitarían de tal manera que ambos acabarían por perder la vida en aquella tierra lejana a la que habían ido a empezar una nueva vida, según lo reportado por el portal National Geographic.
En 1535, el marqués fundó la ciudad de Lima, que se convertiría en la capital del Virreinato del Perú. Durante sus últimos años, disfrutó de largos paseos por la ciudad, siendo testigo de cómo se levantaban edificaciones importantes, como la futura catedral, y cómo su plano urbano tomaba forma.
Sin embargo, su liderazgo no estaba exento de conflictos; las disputas internas entre los conquistadores por el poder y el control del territorio generaron enemistades que eventualmente resultaron fatales para él.
La disputa entre Pizarro y Almagro
En un principio, tanto Pizarro como Almagro lograron coordinar sus responsabilidades de manera efectiva. Mientras el primero destacaba como líder militar frente al enemigo, el segundo se encargaba de reclutar hombres y organizar la logística de las tropas.
Sin embargo, según National Geographic, la relación entre ambos comenzó a deteriorarse cuando Pizarro recibió numerosos títulos y beneficios gracias a las Capitulaciones de Toledo de 1529. Fue nombrado adelantado, capitán general y gobernador, mientras que Almagro permaneció en un segundo plano.
La aparente cordialidad entre los dos se rompió definitivamente con la intervención del hermano mayor de Francisco, Hernando Pizarro, quien veía a Almagro como un campesino analfabeto. Esta percepción provocó una enemistad con trágicas consecuencias.
El conflicto culminó en la batalla de Las Salinas el 6 de abril de 1538, un enfrentamiento militar entre las fuerzas de Hernando y Gonzalo Pizarro contra las de Diego de Almagro. La disputa se originó por la posesión de la ciudad de Cuzco, que ambos consideraban bajo su jurisdicción y que estaba en manos de Almagro desde 1537.
Después de una hora de batalla, los hombres de Pizarro resultaron victoriosos. Capturaron a Almagro y sus lugartenientes. Francisco Pizarro tomó posesión de Cuzco. Almagro fue procesado sumariamente y condenado a muerte por decapitación, pero debido a las protestas en Cuzco, Hernando Pizarro ordenó que fuera ahorcado en su celda. Su cadáver fue posteriormente sacado a la plaza y degollado, cumpliéndose así la sentencia dictada.
El fin de Pizarro
El domingo 26 de junio de 1541, el conquistador Francisco Pizarro se levantó, como de costumbre, a las 5:30 de la mañana. Los rumores sobre un complot para asesinar al gobernador del Perú, organizado por los partidarios de Almagro, conocidos como “los de Chile”, se intensificaban. Según información proporcionada por el portal National Geographic, se decía que el ataque podría ocurrir durante la misa de ese mismo día. Advertido de estos rumores, Pizarro fingió estar enfermo y decidió no asistir a la iglesia.
Mientras tanto, en las cercanías de la iglesia, un grupo de seguidores de Almagro, liderados por el veterano conquistador Juan de Rada, aguardaba la llegada de Pizarro. Ante su ausencia y con temor que la conspiración fuera descubierta, decidieron marchar en masa hacia la residencia del gobernador. Después del almuerzo, mientras Pizarro disfrutaba de una tertulia, un criado irrumpió gritando: “¡Arma, arma, que todos los de Chile vienen para matar al marqués, mi señor!”.
Veinte hombres, encabezados por Juan de Rada, irrumpieron en el zaguán de la casa del gobernador, armados con espadas. Posiblemente contaron con la ayuda de alguien del interior, ya que la puerta principal estaba abierta. Desamparado, Pizarro fue empujado hacia su cuarto. Aunque logró herir a dos de sus atacantes, quedó rodeado por un círculo de espadas sin posibilidad de escape.
De las múltiples cuchilladas que recibió, dos fueron mortales: una que le atravesó el pulmón y la tráquea, y otra en la garganta. Sintió la proximidad de la muerte, Pizarro mojó sus dedos en la sangre que brotaba de su cuello, dibujó una cruz en el suelo, la besó, balbuceó el nombre de Cristo y pidió confesión. Como respuesta, uno de los traidores tomó un cántaro lleno de agua y lo estrelló con fuerza en su cabeza.
Los aliados de Pizarro, temían que los atacantes decapitaran su cabeza para exhibirla en la plaza, como él solía hacer con sus enemigos, lo sepultaron esa misma tarde detrás de la iglesia. Según El País, el 21 de junio de 1544, el cuerpo de Pizarro fue exhumado nuevamente y enterrado con honores bajo el altar mayor de la iglesia. El cuerpo permaneció allí durante 85 años. Posteriormente, fue trasladado varias veces debido a las renovaciones y ampliaciones de la catedral. En 1661, hubo otra exhumación; su cabeza fue colocada en una caja de plomo, mientras que sus huesos se depositaron en un féretro.