Perder las oportunidades de mejora resulta algo usual en Iberoamérica. Por esta suerte de desprecio a nuestra propia performance, no es casual nuestro creciente atraso en materia económica. Pocas veces nos damos el tiempo para aprender de nuestros aciertos y retrocesos. Y que también, tomamos como razonables, interpretaciones miopes o ideológicas lo que nos pasó.
En estas líneas queremos romper esta práctica enfocando el llamado Milagro peruano de inicios del milenio.
El Caso Peruano, y particularmente la evolución de la economía peruana posterior al declive velasquista (periodo 1968-1993), alimenta reflexiones particularmente relevantes para cualquier otra nación de una región como Iberoamérica; en sostenido declive.
Sin mayores preámbulos monitoreemos lo que algunos llaman el Milagro Peruano post noventas. La primera figura de este artículo lo descubre —y a su desvanecimiento reciente—.
Contrasta como, una nación que, a fines de los años ochenta, bordeó los niveles de atraso y pauperización similares a los de las actuales Bolivia o Nicaragua, pero que luego de una serie de cambios institucionales y de gestión macro se recuperó notablemente (ver Figura Uno).
Primero, registrando ritmos de crecimiento del producto por habitante de Largo Plazo cada vez más altos —hasta el 2007—; y luego con crecimientos robustos (aunque moderadamente decrecientes) —entre el 2007 y el 2012—. Ya para el 2013, retrocesos asociados al desmantelamiento gradual de las reformas incompletas de mercado, así como el de las institucionales, consolidaron el tránsito hacia gobiernos de corte mercantilista-socialista. Cambios que, como era previsible, desinflaron por completo el aludido Milagro.
En segundo lugar, y en perspectiva, podemos decir que no resulta inapropiado etiquetar el cuadro de recuperación sostenida en el Perú como algo inesperado o milagroso.
Nótese el deterioro de la economía y las instituciones después del gobierno de Velasco fue tan grave que pocos especialistas esperaban que Perú se recuperara significativamente en los años noventa. Algo así como lo poco que hoy se espera —por ejemplo— de Ecuador, Venezuela, México, Brasil o Bolivia; o que estas naciones registrasen un crecimiento positivo y sostenido en sus PBI por habitante, por más de una década (ver subgrafo de la izquierda). Resultaba inverosímil que el Perú creciera sostenidamente muy por encima del promedio regional de crecimiento de largo plazo.
Pero, fue también algo percibido como milagroso en términos del salto en indicadores como la tasa de mortalidad infantil y esperanza de vida al nacer. Y esto se reflejó, meridianamente en la tasa de incidencia de la pobreza que redujo su tasa a nivel nacional en treinta y cinco puntos porcentuales y llevó a unos siete millones de peruanos a la condición oficial de clase media en las primeras dos décadas de este milenio (ver Figura Dos).
Se ha escrito extensivamente sobre las significativas mejoras en la gestión de las políticas fiscales, monetarias y cambiarias como el núcleo del ajuste estructural peruano. Se hablaba de una economía peruana que mantenía su modelo económico y que se gestionaba bajo una suerte de piloto automático, existiendo cuerdas separadas entre lo económico y lo institucional.
Algunos esbozaban que con este Piloto Automático todo seguiría adelante atrayendo inversiones sin fin. Que Perú estaba encaminado hacia el desarrollo económico, casi inevitablemente. De hecho, la tercera figura contrasta la que las Inversiones extranjeras arrestaban inversiones en todo el país (subgrafo de la derecha) y que estas se asociaban con la reducción de pobreza en forma consistente. Tanto cuanto la Economía peruana crecía, cuanto dejó de crecer.
Nótese aquí, que en el Perú de las últimas semanas; en medio de las bataholas políticas locales, el común de la opinión pública y económica local, queda sorprendida cuando la pobreza estalla. Cuando lo lógico, sucede.
Pero no perdamos la línea temporal: llegaron los tiempos del regreso del estatismo y de las trabas a los negocios (por favor, volver a revisar el subgrafo de la izquierda de la Figura Uno). En los hechos, se dieron cambios fundamentales en el manejo económico mientras no existió nada parecido a un Piloto Automático. En lo político, el regreso a un estatismo generalizado deprimió la inversión, y con ello, dilapidó el crecimiento y enervó la pobreza.
La pandemia asociada al COVID-19, por ejemplo, fue usada como pretexto político para introducir criterios de estatismo propios de una cuarentena medioeval, alterar libertades políticas y derechos civiles, e incrementar la escala del gasto y la intervención estatal a niveles cercanos a aberrantes (ver Figura Cuatro).
Al más puro estilo sugerido por Karl Marx, La Gobernanza pública peruana —la llamada captura de la superestructura— configuró la causa básica de todo el retroceso.
Como en el promedio de la región, el deterioro simultáneo y sostenido de (1) la Corrupción e Ineficacia Burocrática; (2) el Incumplimiento de la Ley y (3) la Tolerancia a la Violencia Ideológica peruanas, han deteriorado severamente las raíces institucionales y alimentado una nueva realidad (ese conocido antónimo de milagro). Con ello, el sostenido de colapso inversor registrado ha resultado el lógico Corolario.
La Lección Peruana
A pesar de la variedad de la data involucrada en los gráficos, la lección sobre el final del Milagro peruano es una sola. El Milagro peruano se desvanece gradualmente con el tránsito hacia el mercantilismo-socialista. Conforme se va deteriorando la gobernanza estatal. Detrás llega el colapso inversor y el regreso del empobrecimiento masivo de la población.