Los actos de traición en medio de conflictos se pueden contar por cientos a lo largo de la historia. Tal vez el más famoso y controvertido sea el de Judas a Jesús, narrado en la Biblia católica. No obstante, más cercanos en tiempo y espacio, el Perú también ha sido testigo de varias traiciones. Y no nos referimos a nuestros políticos, tema que daría mucho de qué hablar.
En esta ocasión, nos referimos a Quintín Quintana Lauchen, un ciudadano de origen chino que, residiendo en Perú durante la Guerra del Pacífico, no dudó en pasarse al bando chileno y apoyar su causa hasta el final del conflicto. Esta es su historia
Primeros años en Perú
Quintín Quintana Lauchen era su nombre en español, pero se especula que su verdadero nombre en chino pudo haber sido Liu Tang Sin Shin, Leotan Sin-Shin o Leo Shin.
Nacido entre 1845 y 1850 en la China imperial de la Dinastía Qing, su vida dio un giro inesperado cuando fue llevado al Perú como culí, un trabajador contratado bajo condiciones de servidumbre, que con el tiempo lo llevaría a desempeñar un papel notable en la Guerra del Pacífico.
En 1866, Quintana llegó a Ica, Perú, como uno de los más de 100 mil chinos traídos al país para trabajar en condiciones de semiesclavitud. Vendido a un terrateniente rico, adoptó el apellido de su empleador, Quintana, y firmó un contrato de 20 años por el cual recibía un salario de dos soles anuales.
Tras cumplir sus obligaciones en 1874, Quintana se estableció como comerciante, logrando una prominencia considerable en la comunidad china de Perú. Para la década de 1880, era conocido como una figura de influencia entre los comerciantes chinos, incluso siendo descrito como un “Rothschild de esta tribu amarilla” por la historiadora chilena Heidi Tinsman.
Época de guerra
Durante la guerra del Pacífico que enfrentó al Perú y Bolivia contra Chile, el ejército mapocho decidió lanzar un ataque anfibio en el norte de Perú para destruir plantaciones de caña de azúcar, bajo el comando de Patricio Lynch. El 10 de septiembre de 1880, Lynch desembarcó en Chimbote, liberando a cientos de chinos que se unieron a su fuerza como guías.
En noviembre, las fuerzas chilenas lideradas por el coronel José Domingo Amunátegui Borgoño llegaron a Ica, donde fueron recibidos calurosamente por los comerciantes chinos, incluyendo a Quintana.
Durante la marcha chilena hacia Lima, Quintana envió a su familia al vecino país y abordó un barco de guerra, acompañando a las fuerzas invasoras. El 25 de diciembre de 1880, Quintana y otros 3 mil chinos llegaron con 25 mil soldados chilenos a Lurín, a 24 kilómetros de Lima.
Lealtad y alianzas
Los chinos que llegaron a Perú como mano de obra para las plantaciones y la minería vivían en condiciones de extrema precariedad y abuso, considerados en muchos casos como esclavos. Durante la guerra, muchos de estos trabajadores chinos aprovecharon el caos para rebelarse contra su situación y unirse a los chilenos.
El general chileno Patricio Lynch reclutó a muchos chinos en los territorios ocupados, quienes desempeñaron roles de apoyo en el ejército, especialmente en la evacuación de heridos y la desactivación de minas explosivas.
Este grupo fue conocido como el “batallón Vulcano”. Quintana, ahora convertido en líder improvisado, organizó un juramento de lealtad en 11 de enero de 1881 y ofició una ceremonia cargada de simbolismo en un templo improvisado en la Hacienda San Pedro de Lurín, en la que unos mil chinos juraron lealtad a él y al ejército chileno antes de la ocupación de Lima.
Para tal fin, se sacrificó un gallo y se mezcló su sangre con agua, que luego fue bebida por los asistentes como muestra de compromiso con Quintana y con los chilenos.
Tras la toma de Lima, la situación en las haciendas peruanas cambió drásticamente. Muchos hacendados huyeron, dejando a los trabajadores chinos en una posición precaria.
En el valle de Cañete, surgieron conflictos entre los chinos y las poblaciones afrodescendientes. Los chinos, en un intento desesperado por sobrevivir, se refugiaron en el ingenio de azúcar de la compañía inglesa Swayne & Co., donde improvisaron cañones con tubos de calderas para defenderse.
Detective y muerte
Quintín Quintana colaboró con las fuerzas invasoras en Lima hasta 1883. Luego se mudó a Santiago y trabajó como detective para la policía municipal en el mismo Santiago tras la Guerra del Pacífico.
En 1888, recibió 2000 pesos chilenos por sus servicios, otorgados por el presidente José Manuel Balmaceda. Quintana se destacó en la capital chilena por su elegante estilo, sus conexiones con periodistas y el temor que infundía en los delincuentes. Falleció el 7 de marzo de 1902.
¿Hubo otras historias de espías en Perú?
Una historia sobre espías peruanos poco conocida tiene que ver con Elvira de la Fuente, la espía peruana que fue pieza clave para engañar a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Ella tuvo una vida muy controvertida y llena de las comodidades que Paris le podía ofrecer. Vale mencionar que su nacimiento fue registrado en el consulado de Perú de dicho país y la nacionalidad le valdría para infiltrarse en las filas del Tercer Reich desde la ciudad luz, donde atendía mensajes en clave alemanes, que luego eran trasmitidos a las fuerzas inglesas que la habían reclutado.
Cuando la guerra concluyó, Elvira se retiró con un pago de 195 libras, un monto pequeño por los años de servicio que prestó a favor de la corona. Se sabe que vivió algunos años en Londres y falleció hacia 1955.