Dicen que en la vida debes elegir muy bien la carrera u oficio al que te vas a dedicar el resto de tu vida. También se dice que el tiempo pasa muy rápido y la vida está llena de tragedias, pero hay optimistas que mencionan, además, que nunca es tarde para dedicarte a esas cosas que te apasionan. En tal sentido, son pocos los personajes que representan tan bien cada uno de estos dichos.
Entre ellos vale destacar al pintor peruano Sérvulo Gutiérrez, quien encarna el espíritu de lucha y creatividad ya que, aunque su primer trabajo estuvo dedicado al boxeo, no tuvo reparos en abrirse paso en un mundo diametralmente opuesto: el del arte, dejando en alto su apellido y una huella imborrable para la posteridad.
El arte del boxeo
Sérvulo Gutiérrez Alarcón nació como parte de una familia con nada menos que 16 hermanos en Ica hacia el año 1914, una tierra donde el desierto, las dunas y el mar se entremezclan para dar como resultado hermosos paisajes que fueron una gran inspiración para el futuro pintor. La muerte de su madre enlutó pronto su vida y se vio obligado a emigrar hacia Lima para trabajar duramente y sobrevivir en la capital.
Gutiérrez era hábil, sus manos guardaban en su haber un talento innato que puso en práctica mediante el boxeo. Inicialmente lo hizo de forma amateur, pero más tarde logró convertirse en campeón nacional de peso gallo, con lo que reafirmó sus habilidades para este deporte.
Gracias a esto pasó a formar parte de las filas de la selección peruana de boxeo y viajar a Argentina para competir en el campeonato Sudamericano. Una vez más, el joven demostró su destreza y consiguió el subcampeonato de su categoría en 1935.
Pese a esto, el boxeador sabía que una parte de sí mismo lo llamaba a cambiar de rumbos. Desde su adolescencia había desarrollado pasión por el arte e incluso se dedicaba a hacer réplicas de huacos que parecían originales. Se dice que en más de una ocasión tuvo que aclarar la verdadera procedencia de estos objetos para evitar confusiones.
Un cambio de rumbo
Así, Sérvulo no lo pensó dos veces y decidió seguir su camino como artista y perfeccionar sus habilidades en el país vecino. Gracias a su persistencia logró trabajar algunos años con el reconocido pintor Emilio Pettoruti, quien tuvo una fuerte influencia sobre sus primeras obras. Más tarde, en 1938, viajó a Francia para seguir creciendo en este campo.
Allí adquirió nuevos conocimientos y reputación como artista. En 1940, como muchos, salió de Europa debido a la Segunda Guerra Mundial y más adelante volvió a Perú con un estilo mucho más maduro y sofisticado de expresarse a través de la pintura.
En 1942 obtuvo el primer premio en una exposición con motivo del cuarto centenario del descubrimiento del Río Amazonas. Su obra, de estilo expresionista, cautivaba a los espectadores con la amplia gama de colores que le daban un toque único y tenía tintes de indigenismo.
Tras este evento continuó exponiendo en lugares como la Galería de Lima, donde ya dejaba notar un sentimiento de añoranza por su tierra natal, Ica. Esto se expresaba en los paisajes que incluían el desierto, las lagunas, huarangos, entre otros elementos propios de la geografía del departamento sureño.
La fugaz vida del pintor
El artista estuvo siempre lejos de los convencionalismos y se dice que no usaba caballetes para pintar ya que su soporte era el suelo donde dejaba fluir su imaginación. Por otro lado, los pinceles también eran escasos en su obra, ya que solía emplear espátulas y sus dedos y uñas para añadir detalles.
Sin embargo, aunque la vida del pintor estaba impregnada de su talento, no estuvo lejos de los excesos y la bohemia que muchas veces encontró espacio en los bares limeños donde el alcohol se consumía en cantidades más que considerables.
Como resultado de esto su salud se vio comprometida y para la recta final de su vida ya pintaba con un estilo mucho más maduro, calmado y hasta con toques de misticismo. Algunas de sus obras como la del Señor de Luren delatan que, tal vez, veía muy cerca la muerte que llegaría a sus cortos 47 años.
Lleno de premios, reconocimientos y una fama sin igual, Gutiérrez descansó de los tormentos de este mundo un viernes 21 de julio de 1961 a causa de una complicación hepática.
De él hoy se sabe que vivió intensamente y no desestimó su pasión por el arte. Un expresionista en todo su esplendor que reposa para la eternidad en el cementerio general El Ángel.