A Tito Catacora, director de la película aimara Yana-Wara —y obra póstuma de Oscar Catacora—, le saltan los ojos, a través de la pantalla, cuando se entera que el largometraje se quedó durante varias semanas en la cartelera de varias salas de cine en Lima. Está agradecido con el público, aunque considera que en las provincias también hay espectadores potenciales como en Tacna, Arequipa, Trujillo, Pucallpa y Cusco. El director, nacido en Puno, cree que se puede ampliar las salas a otros lugares y llegar a más personas con el producto cinematográfico nacional.
“Yana-Wara (que en aimara significa “Estrella del amanecer”) es muy distinta; no es una película comercial, nuestro propósito es dar ese mensaje con la finalidad de que el espectador pueda analizar y reflexionar sobre los temas que abordamos. Siempre hemos incorporado los elementos culturales andinos para sacar buenas conclusiones y sea una materia para debatir”, argumentó Catacora en entrevista con Infobae Perú.
La película nacional sigue a una niña de 13 años en una comunidad aimara, ambientada en los años 80, que es abusada por su profesor. En ese proceso, además de salir embarazada, es acosada por entidades malignas. Su abuelo, don Evaristo, debe tomar una decisión fatal para salvar a su nieta. El patriarcado, el sistema educativo arraigado, el estatus femenino en las áreas de gran altitud en los Andes y la aplicación de la justicia basada en diversas culturas son algunos temas que explora la cinta.
Yana-Wara ha sido catalogada en el género de drama, misterio y terror, ¿cómo ubicas la película?
Tal vez este está lleno de misticismo. Porque no es usual tratar o abordar temas de los espíritus malignos; en este caso, tal vez sea común en nuestro contexto encomendarse o tratar constantemente con los espíritus benignos, como por ejemplo las deidades. Tiene varias denominaciones y se manifiestan en todos los espacios. Por ejemplo, están los apus, las achachilas, y la misma Madre Tierra. Prácticamente, es un acercamiento constante en la vida diaria. Sin embargo, el trato con los espíritus malignos no es tan sencillo; solo se puede tratar o tener ese vínculo los martes y viernes; cualquier otro día está prohibido. Estos días son considerados “malos días”. Entonces, esos días se puede interactuar con los espíritus malignos, pero no hay que confundirlos con el concepto occidental, como el demonio o el diablo, ya que no tienen relación alguna en este caso. Aquí se trata de espíritus distintos que también cumple su rol, su función en el mundo andino.
En una escena de Yana-Wara, la mujer toma la palabra fuertemente. Es algo que se nota bastante porque la mujer ha sido relegada en varias culturas y la cultura andina no ha sido la excepción.
Desafortunadamente, las mujeres han sido postergadas y relegadas en todas las épocas y culturas, incluida la cultura andina. No estamos idealizando la historia ni romantizando nuestra cultura; somos directos y reflejamos lo que hemos observado. Es por eso que también se muestra en la obra cómo el machismo aún impera, y no solo eso, sino que parece resistirse a ceder terreno. Sin embargo, también consideramos importante destacar que no todo es negativo para la mujer. También debemos reconocer el empoderamiento de la mujer a lo largo de la historia. Sabemos que las mujeres en tiempos de Túpac Amaru y de Tupac Katari, fueron prácticamente sus mentoras y guías, además de lideresas. Así como ellos, también hemos considerado importante resaltar el papel de las mujeres en la historia. Ellas han impulsado cambios significativos.
Queremos dar a conocer el empoderamiento de la mujer, mostrando que no solo ocupan roles tradicionales, sino que también pueden superar incluso al mismo presidente de la comunidad. Representan a todas las mujeres que pueden asumir cargos importantes.
¿Fue complicado encontrar a Luz Diana Mamani (quien interpreta a la personaje principal, Yana-Wara), considerando que las comunidades aimaras son muy cerradas?
Pienso que conformar todo el elenco, como es de esperarse, ha sido algo laborioso. Recuerdo que lo más complicado fue conseguir al profesor, quien es el antagonista de la historia. Y digo el profesor porque todavía impera en nuestro contexto la moral. El profesor, en la película, no es el típico personaje bondadoso que uno podría imaginar. Por el contrario, tiene un perfil diferente al tradicional de un profesor, lo que lo convierte en un antagonista interesante. Pero muchos artistas no lo querían interpretar, preferían actuar como buenos maestros de escuela.
Por suerte, encontramos al actor Domingo, quien lo ha hecho muy bien. Es un artista que comprende claramente que esta es una obra de ficción. Incluso en este caso, la moral juega un papel importante. A menudo, las personas pueden sufrir cuestionamientos hasta de sus contemporáneos, sobre cómo pueden interpretar algo que parece real. Por lo tanto, hubo bastante resistencia en cuanto a lo que podrían ofrecer.
¿Y por el lado de Luz Diana?
Por allí teníamos miedo a lo que podrían pensar sus padres, pero gracias a la ayuda de un productor de campo, Luz Diana pudo interpretar el papel. Aceptó gustosa y asumió el reto que tenía que enfrentar. También agradecemos a sus padres, quienes muy gentilmente aceptaron que ella trabajara con nosotros. Esto es algo que debemos valorar, ya que trabajar con menores de edad es complicado.
Si fuera un adulto, obviamente se hacen tratos y contratos que se deben cumplir, pero cuando se trata de un menor de edad es muy difícil el manejo. Nosotros hemos tenido que solicitar la presencia de un asistente personal de su entorno familiar para que nos acompañe a diario, y solo así podíamos trabajar. Además, hay que tener bastante paciencia. Yo tenía el temor de que, de repente, no pudiéramos concluir el rodaje, ya que suele ocurrir. Pero Luz Diana ha sido bastante responsable en ese sentido y permaneció hasta el final.
En una escena de la película, en la pizarra del profesor, aparece la frase: “La letra con sangre entra”, algo muy usual en las aulas de los colegios de los años 80 y 90...
Sí, prácticamente en la década de los 80 todavía se practicaba la educación tradicional, que tenía otro enfoque. En ese tipo de educación, el docente era el único que sabía, era el dueño del conocimiento, porque se entendía que la verdad era absoluta. Después de eso, la educación cambió; llegó la educación constructivista, más o menos en los años 90. Con esta nueva perspectiva, la verdad ya no es absoluta, sino relativa. En la educación constructivista, el docente no tiene todo el poder sobre el conocimiento, sino que los alumnos también interpretan el mundo. Aunque este cambio ocurrió, no ha sido fácil de implementar.
No es algo inmediato, sino más bien todo un proceso, porque lamentablemente los docentes también están formados como profesionales bajo el enfoque tradicional que mencionaba anteriormente. Esto está cambiando poco a poco. Creo que es un proceso, y considero que ambos enfoques tienen sus ventajas y desventajas. Tal vez, con la educación tradicional había mucha rigurosidad y disciplina, mientras que con la educación constructivista a veces se cae en el libertinaje. Un buen docente puede tomar lo mejor de cada enfoque y sacar adelante la educación.
¿Por qué la decisión de filmar la película en blanco y negro pese a que la tradición andina es muy rica en colores?
Uno de los motivos es que nosotros hacemos cine de arte o cine de autor, y no siempre pensamos en el público espectador. Esto es diferente en el caso de las obras o películas de entretenimiento comercial, que piensan en el espectador. Nosotros manejamos conceptos y, a partir de ellos, creemos que para lograr el efecto deseado, como mostrar que la niña pasa por un momento difícil, tenebroso, oscuro y malévolo, la película debe ser en blanco y negro. Como estamos abordando el tema de los espíritus malignos, estos no aparecen a plena luz del día, sino generalmente en la oscuridad.
Los espíritus malignos suelen manifestarse durante la noche, en horas peligrosas como las seis de la tarde o la medianoche. Generalmente, se encuentran en las profundidades, en cavernas, cuevas o pozos. Conceptualmente, esto requería tratar la película en blanco y negro. Y para lograr la emoción del espectador, el uso del color no daba el mismo efecto. El color distrae, mientras que la falta de color permite que el espectador se concentre en la historia y en las actuaciones. Por otro lado, estamos abordando un concepto netamente andino sobre el poder, y en nuestro contexto, el color tiene otro significado. El negro, en particular, tiene un concepto diferente.
El negro no es sinónimo de muerte. Para nosotros, significa poder. En la actualidad, en el sur del departamento de Puno, en la provincia de Chucuito, las autoridades políticas visten de negro. Estos representantes del Poder Ejecutivo, como los tenientes gobernadores, visten de negro no porque alguien haya muerto, sino porque simbolizan el poder, representando al presidente de la República y al Poder Ejecutivo. En nuestra película, también hablamos mucho del poder: el poder del cerdo, el poder de la autoridad comunal y el poder de la mujer.
Ahora que mencionas que Yana-Wara es cine de autor, también debo decir que la fotografía está bien cuidada.
Es una forma de renovar el lenguaje cinematográfico, especialmente en el cine de autor. Creo que por eso he visto mucho de lo convencional. Compartimos el crédito con Julio González Elia, formando un equipo. Trabajamos con su fotógrafo, Christopher Dueñas, porque él entiende mi visión y cómo concibo la fotografía en términos de composición y otros aspectos. Sinceramente, tengo miedo de contratar a un director de fotografía exclusivo, ya que podrían plantearme ideas que se alineen más con la teoría convencional en lugar de seguir mi enfoque conceptual.
¿Qué posición le das a tu sobrino Oscar Catacora en este proyecto cinematográfico? ¿Crees que Yana-Wara hubiera sido diferente?
La película nunca hubiera sido la misma con Oscar. Porque la hice a mi manera. La etapa de postproducción y edición, lo que he considerado conveniente seguir, habría sido bastante diferente en cuanto al metraje y al mismo tiempo. Sospecho que podría haber sido un poco más contemplativo, no como ahora, que es bastante agresivo. Esa es la principal diferencia.
Nosotros, los realizadores, tenemos nuestra impronta en ello, es decir, la mano del director en este caso. Oscar era un poco más emotivo, mientras que yo solía ser bastante más racionalista, más rígido. Sin embargo, estoy aprendiendo a pensar con el corazón, ya que el arte lo requiere.
¿Hubiera sido con otra visión, entonces?
Pienso que, con Oscar, podría haber sido un poco más contemplativo. Los dos nos complementábamos bastante bien, porque yo aportaba desde el punto de vista racional y él desde el emotivo, lo que resultaba en algo más equilibrado. Pero con la ausencia de Oscar, no había otra opción; tenía que hacerlo de todas maneras. También cuidé de incorporar algo de emoción para evitar que fuera demasiado racional. Me gusta provocar al espectador.