Al despuntar el día, la ciudad se despereza del letargo nocturno. Empleados, taxistas, amas de casa y deportistas de diversos estratos sociales convergen en un ritual matutino alrededor de un carrito emolientero. La escena se enriquece con el vaho ascendente de los recipientes, rebosantes de brebajes de sabor popular. No solo admiran el humo y los aromas que impregnan el aire, sino que también se detienen a pensar, en una comunión de pensamientos, qué hierbas medicinales elegirán para perfeccionar sus bebidas.
Mientras transcurren los minutos, las calles empiezan a poblarse y muchos de los transeúntes caminan apresurados, inmersos en la prisa de la jornada que comienza. En contraste, aquellos que se detienen para beber una bebida tradicional en un puesto ambulante se muestran serenos, como si en cada sorbo el tiempo se ralentizara.
Sus miradas se pierden en el baile del vapor y sus pensamientos vagan libres, alejados del ajetreo urbano. Es inevitable preguntarse qué es lo que provoca tal calma en medio del caos matutino. La respuesta descansa en el emoliente, esa bebida ancestral que, con su calidez y mezcla de hierbas, ha creado un rincón de paz en medio de la ciudad.
Algunas de las personas que se detuvieron frente al carrito emolientero probablemente desconocían que en sus manos, ahora tibias por la calidez del vaso, sostenían una bebida ancestral. El emoliente, con su mezcla de hierbas y esencias, ha evolucionado a lo largo del tiempo, trayendo consigo una historia digna de ser contada. Desde tiempos remotos, esta infusión ha sido un bálsamo para el cuerpo y el alma.
La historia ancestral del emoliente
El emoliente es una bebida cargada de historia y tradición, un elíxir que ha acompañado el día a día de muchas generaciones. Este brebaje refleja la riqueza cultural y la sabiduría transmitida a lo largo del tiempo; sin embargo, su historia no se difunde ampliamente en los hogares. Por este motivo, resulta pertinente explorar su origen.
Sobre la génesis del emoliente en el Perú, el historiador Juan Luis Orrego Penagos dio algunas luces sobre este tema en cuestión. “Nosotros tenemos registros que, aparentemente, desde los tiempos de la colonia se vendía en Lima una bebida hecha sobre la base de la cebada. Hay algunos viajeros del siglo XIX que también testifican la presencia de este brebaje en las calles de la capital”, dijo el investigador en el programa “Tiempo después” de TV Perú.
Según se cuenta, la historia del emoliente en nuestro país se encuentra estrechamente vinculada con las ‘tisaneras’ de la época virreinal. Estas vendedoras ambulantes transportaban sobre sus cabezas ollas de barro con bebidas medicinales, decoradas con rodajas de piña o limón.
Estas mujeres recorrían los mercados y plazas de la ‘Ciudad de los Reyes’ llevando infusiones que servían para diversos males, y su tradición ha evolucionado hasta convertirse en una actividad característica de la vida urbana peruana. Pero antes de regresar al presente, es necesario retroceder aún más en el tiempo para encontrar el origen de este brebaje.
Como es sabido, con la llegada de los españoles al Nuevo Mundo, se establecieron numerosos aspectos de su cultura que influyeron en la gastronomía. Introdujeron ingredientes y técnicas culinarias europeas, que se fusionaron con las tradiciones locales, dando lugar a una riqueza y diversidad culinaria sin precedentes.
Ahora bien, una de las bebidas que implantaron los conquistadores españoles tras su llegada al Nuevo Mundo fue el agua de cebada. Alberto Sánchez Alvarez-Insúa, doctor en Ciencias Químicas por la Universidad Complutense, hizo referencia a este brebaje en su artículo “El agua de cebada. Noticia del inicio de su consumo en Madrid a través de un curioso impreso del siglo XVIII”.
En un apartado de su artículo, el investigador señala que esta bebida no costaba mucho dinero y que las personas que vivían en Madrid, España, la conocían muy bien. “En algunos casos, esta bebida se solía aromatizar con canela y zumo de limón”, escribió.
Por otro lado, en un artículo de El Comercio se pueden leer las declaraciones de Hermilio Valdizán sobre lo que ocurrió con el emoliente con el transcurrir del tiempo. “(La preparación) fue muy empleada en la época colonial, tanto que llegó a construir (la) base de una verdadera industria en Lima, donde había pequeños establecimientos dedicados exclusivamente al expendio de emoliente y por cuyas calles deambulaban unos súbditos chinos que vendían la bebida. Esto ya en plena época republicana”, contó.
El emoliente, la bebida preferida en los días fríos de invierno en el Perú
Los emolienteros podrían considerarse los herederos contemporáneos de los curacas, aquellos líderes indígenas que conocían los secretos medicinales de las hierbas. En cada rincón del país, estos comerciantes ofrecen bebidas de cebada enriquecidas con remedios naturales, como el noni para el estrés, la manzanilla para los cólicos y la cola de caballo para los riñones.
Esta combinación de ingredientes convierte al emoliente en una bebida atractiva para el público que busca en cada sorbo nutrirse y calentarse en medio de un clima frío.
Sobre la preferencia de los peruanos por esta bebida ancestral, la nutricionista Gisela Espinoza dio declaraciones para el programa “Haciendo Perú” de TV Perú. “Desde antaño hemos visto cómo el público necesitaba del emoliente para iniciar su día. De repente tenían un problema de gastritis o de hígado, y asociaban el consumo de esta bebida con beneficios para la salud por las diversas propiedades que posee”.
Otro de los motivos por los cuales los peruanos prefieren consumir emoliente en días fríos de invierno es porque el vendedor suele entregar la bebida a una temperatura ideal, ni tan caliente ni tan fría. Sobre este tema en cuestión, Rosario Martínez, ingeniera de industrias alimentarias, dio declaraciones en el programa “Haciendo Perú” del canal del Estado. “La temperatura del emoliente (...) debe mantenerse entre 65 y 75 grados centígrados”.
En días fríos, muchas personas prefieren la bebida del emoliente por sus propiedades nutricionales y su capacidad para calentar el cuerpo. Este brebaje tradicional, preparado con hierbas medicinales como el hinojo, el llantén y la cebada, es apreciado por ofrecer vitaminas y minerales esenciales que fortalecen el sistema inmunológico y mejoran la digestión.