Hace casi 150 años se crearon los principales inventos que han dado forma al mundo moderno y a como trabajamos, interactuamos con los demás y vivimos en la actualidad. Por poner solo un ejemplo, ¿qué hubiera sido de nosotros sin la bombilla que permitió llevar luz a muchos hogares? ¿O sin el teléfono que conectó a muchas personas alejadas geográficamente? ¿O sin el automóvil u otros medios de transporte que nos han ayudado a globalizar la economía y transportarnos a grandes distancias en menor tiempo? Todos ellos han sido creados en la época de la segunda revolución industrial y significaron un impacto enorme en la sociedad.
Actualmente, vivimos como un déjà vu histórico a la entrada de la Cuarta Revolución Industrial y el desarrollo de la Inteligencia Artificial como tecnología transversal a diversos campos. A estas alturas, sabemos bien que el desarrollo de los países está vinculado al de la ciencia y tecnología.
Por lo tanto, cuesta entender que en Perú el promedio de los últimos 5 años no haya alcanzado el 0.1% del PBI. No obstante que los países desarrollados invirtieron, hasta el 2022, un promedio anual de 2% del PBI; e inclusive, en EE. UU., Japón, Alemania y Corea, su nivel de inversión bordeó el 3% en los últimos 5 años. Y es, particularmente difícil entender, porque en el caso peruano, al igual que muchos países de la región, el promedio de los últimos 5 años fue de 0,08% del PBI, cuando organismos como la OCDE y la UNESCO recomiendan invertir entre 1 y 2% a los países en vías de desarrollo.
A pesar de que no gozamos de un alto nivel de inversión en I+D, tanto a nivel del Estado como de las empresas, se han creado algunos programas de fomento a la innovación, como PROINNÓVATE; en donde el estado peruano otorga subvenciones de 100,000 dólares en promedio para el desarrollo de proyectos dirigidos a emprendedores.
Si bien el esfuerzo ha sido loable y ha generado ejemplos de exitosas firmas de startups, como Rextie o Crehana, el problema es que los fondos invertidos en estos programas son escasos para la necesidad del mercado y no se reabastecen. Además, en muchos casos, la metodología de selección es limitada y dado que —vivimos en una sociedad cambiante— es difícil decidir qué producto será exitoso o no al inicio, por lo que en el camino se pueden rechazar proyectos innovadores, solo porque son diferentes y arriesgados. Verbigracia: el iPhone de Steve Jobs.
Por ello, el encomiable aporte que significa programas como PROINNÓVATE podría ser mejorado, si en lugar de ampararse únicamente en RNR (recursos no reembolsables) se convirtieran en RR (recursos reembolsables). Es decir, estos montos, que son otorgados como subvención a los emprendedores, deberían ser devueltos por ellos en términos de mayor pago de impuestos, lo que significa que con la subvención vendieron más. También, en términos de pago por cargas patronales, lo que implica que generaron más empleo. Con ello, el programa mantendría su masa monetaria y se podrían financiar más emprendedores en los próximos años.
Así, con los fondos actuales alcanzaría un poco más para incentivar el emprendedurismo y crear un ecosistema de varias empresas exitosas. Con ello, se cambiaría la forma de seleccionar que proyectos se financian y cuáles no. Porque ahora, será el emprendedor quien asumirá el riesgo de devolver el monto. En realidad, debes tener una idea que te apasione, en la que creas y confíes, para firmar por una subvención que tendrás que devolver.
Sería un filtro natural. En la actualidad, se tiene una mesa de proyectos que, son evaluados, en primera instancia, por una terna de especialistas que, definen si la idea del emprendedor, tendrá posibilidades de éxito o no. Esto es casi, como mirar a los niños en primer grado en el colegio y decidir quienes tendrán éxito en la vida y quienes no. No existe ningún criterio para garantizar que un proceso innovativo será exitoso, salvo la creencia de quien lo ejecuta.
Con fines didácticos, vamos a presentar el iPhone de Steve Jobs a la mesa de proyectos de PROINNÓVATE. El cual de ninguna manera recibiría financiamiento. Sería algo cómo:
Steve: Hola. Necesito financiamiento. Quiero crear un celular de diseño elegante y minimalista, forjador de una cultura de usuarios que amen la simplicidad.
ProInnóvate: ¿Un celular? ¿Usted ya hizo su estudio de mercado? ¿Sabe cuántas marcas de celulares ya existen en el mercado? No creemos que haya espacio para una más.
Steve: Lo entiendo, pero mi celular será diferente. No tendrá teclado físico, sino que estará integrado en la pantalla y será un poco más grande que los modelos actuales. Busco priorizar la experiencia de usuario. La integración perfecta entre el hardware y el software. Será una forma más ágil de conseguir lo que queremos.
ProInnóvate: Los usuarios no soportarían usar un celular sin teclado físico. Estamos acostumbrados a sentir las teclas al escribir. Además, ¿cuál es su marco teórico? ¿Cuántas investigaciones académicas soportan su proyecto o existen referentes similares?
Steve: No existen. Es una innovación disruptiva. Crearé un ecosistema, en donde todos los dispositivos se integren entre sí y con nuevas aplicaciones, y eliminar el teclado físico lo permitirá. La gente se acostumbrará a usar este nuevo diseño, por las ventajas que les ofrecerá.
ProInnóvate: ¡Uhm! Pura idea. Sin sustento teórico. ¿Y cuál sería el precio del celular que quiere crear? ¿Cuáles serían sus costos?
Steve: En promedio 1.000 dólares. Tendremos varios modelos. El costo de producción es el 40% y esperamos gastar el 50% en marketing para la creación de la cultura.
ProInnóvate: 1,000 dólares. ¿Por favor, repita, ¿1.000 dólares? ¿Usted está loco? ¿Sabe a cuánto se venden los celulares chinos? A menos de 50 dólares, ¿y quiere lanzar un celular de 1,000 dólares? Steve, hágase un favor. El emprendimiento no es lo suyo. Busque trabajo como programador que existe bastante demanda.
Esta conversación, en el imaginario, es el camino de miles de emprendedores cuando buscan fondos para sus ideas. Quién podría decir qué está bien y que está mal. Quién tendrá éxito y quién no lo tendrá. Por eso, la propuesta es dejarle la decisión al propio emprendedor. Aquel que confía en su idea, firmará el compromiso de devolución del monto en forma de impuestos. Aquel que no confía, probablemente, reculará.