Ayer el INEI nos mostró el impacto en la medición de pobreza de un año tan decepcionante como fue el 2023. Antes de la pandemia estábamos a punto de tener menos de dos peruanos pobres de cada diez. Hoy, post pandemia, la cifra muestra que 3 de cada 10 peruanos son pobres. Cuando uno piensa en pobreza no debería pensar necesariamente en una condición imposible de superar. Lo cierto es que es muy importante distinguir el pobre del vulnerable. El vulnerable es alguien que muy fácilmente puede caer temporalmente en pobreza.
Cuando se diseñan políticas sociales, la mayoría está pensada en proteger a aquellas personas que viven en condición permanente de pobreza y está bien que sea así porque en un país donde los recursos fiscales no son infinitos hace sentido focalizar el esfuerzo.
Por ejemplo, programas sociales emblemáticos como Juntos, pone desde su diseño que su propósito es sacar de la pobreza a los hijos e hijas de las madres beneficiarias del programa.
Pero, una vez que los programas sociales han cubierto a la población en situación de pobreza extrema es importante pensar en políticas sociales para aquellos en situación de vulnerabilidad.
Las personas están en situación de vulnerabilidad por un conjunto de factores donde el más importante es que no tienen un esquema de protección social que sea capaz de protegerlos financieramente frente a varios riesgos que los pueden poner en situación de pobreza. Los años de la pandemia nos han mostrado varios de los riesgos a los que estamos expuestos. Estos eventos nos pueden llevar a perder nuestra fuente de ingresos. Por ejemplo, pierdo mi empleo formal y ya retiré toda mi CTS o simplemente pierdo mi empleo informal y no tengo seguro de desempleo que me otorgue un ingreso mientras me reengancho al mercado laboral. O un caso más grave, sería que fallezca quien era el proveedor más importante de ingresos de una familia y como era un empleo informal no tengo acceso a la protección de un seguro de vida ley que le ofrece un empleo formal.
La vulnerabilidad podría venir no sólo por una caída de ingresos sino también porque de pronto me veo forzado a realizar gastos extraordinarios, fuera de nuestro presupuesto normal. El financiamiento de esos gastos no viene de una indemnización de un seguro sino vienen de mayor endeudamiento o de decidir liquidar los pocos ahorros que tenía. Esto puede pasar porque nuestro asegurador público no es capaz de ofrecernos servicios oportunos de salud y nos vemos obligados a pagar una operación en la salud privada.
O podría ser porque frente a un desastre natural se destruyen nuestros activos (vivienda) y no tenemos un seguro o respuesta pública. Estos gastos extraordinarios nos llevarán de la vulnerabilidad a la pobreza.
Es importante entender que la herramienta de los seguros puede ser un mecanismo muy eficaz para hacer menos vulnerables a las familias peruanas y de esa manera progresar sin retroceder en el combate contra la pobreza en el Perú. No sólo es importante no ocultar el problema sino aprender de nuestros errores. Haremos más resilientes a nuestra población vulnerable si les damos protección financiera vía aseguramiento social. Esa es la lección que debemos aprender de estos últimos años.