En la historia del Perú, son muchos los héroes que han ofrecido su vida por la patria. Y todos, o al menos la gran mayoría, son recordados por todo lo que hicieron por el suelo que los vio nacer.
Uno que no es la excepción, pero sí tal vez la más dolorosa por la manera en la que partió de este mundo. Se trata de Pedro Ruiz Gallo, que no solamente fue militar, sino que alcanzó la fama y la eternidad al destacarse como inventor y explorador, facetas en las que dejó legado imborrable en la historia de nuestro país.
Le gustaba la ciencia
Nacido en la Villa de Eten (Lambayeque) en 1838, desde una edad temprana, Ruiz Gallo mostró un interés innato por la mecánica y la ciencia. Sin embargo, su infancia le dejó una marca eterna tras al perder a sus padres a una edad temprana.
Esta pérdida lo obligó a abandonar su pequeño pueblo natal y buscar oportunidades en la ciudad de Chiclayo. Fue allí donde comenzó a desempeñarse como ayudante de relojero, una afición que lo acompañaría a lo largo de su vida.
Su incursión en la carrera militar comenzó a los 15 años, cuando decidió enlistarse en el ejército como cadete en 1848. Su inteligencia y capacidad le valieron un rápido ascenso, y para 1855, ya ostentaba el grado de capitán.
Durante este período, se destacó como ayudante en la prefectura del departamento de Amazonas, donde realizó numerosas exploraciones y estudios en la selva peruana. Su cartografía del cauce del río Marañón y sus tributarios, como el río Cahuapanas, fueron contribuciones significativas a la geografía del país.
Pero la carrera militar no fue su único interés. Ruiz Gallo también incursionó en la medicina y logró un descubrimiento notable: el fluido vacuno contra la viruela. Esta vacuna, desarrollada a partir de sus investigaciones, demostró ser eficaz en la lucha contra la enfermedad y salvó muchas vidas en ese momento.
Grandioso relojero
Sin embargo, su talento no se limitaba al ámbito médico. En Chachapoyas, construyó un reloj público que donó a la iglesia principal de la ciudad, mostrando su habilidad como relojero y su generosidad hacia su comunidad. Pero su proyecto más ambicioso aún estaba por venir.
Bajo el mecenazgo del presidente José Balta, Ruiz Gallo se embarcó en la construcción de un monumental reloj para la capital peruana. A pesar de las críticas y la oposición, perseveró en su trabajo y logró inaugurar su obra maestra en los jardines de la Exposición, frente al Palacio del mismo nombre.
Este reloj se convirtió en una de las principales atracciones de Lima durante muchos años, mostrando el ingenio y la habilidad técnica de su creador.
Pero Ruiz Gallo no se detuvo ahí. En 1878, publicó “Estudios Generales sobre la Navegación Aérea y Resolución de este importante problema”, un tratado en el que exploraba la posibilidad de la navegación aérea mediante propulsión mecánica. Sus ideas visionarias sobre la aviación lo destacaron como uno de los precursores de la aeronáutica moderna, mucho antes de que los vuelos comerciales fueran una realidad.
Trágico final
Sin embargo, su vida fue truncada por la tragedia en 1880. Ante la amenaza chilena durante la guerra del Pacífico, orientó sus esfuerzos a la fabricación de torpedos para enfrentar a la escuadra bloqueadora que se presentaba frente al Callao.
Fue durante un experimento con un torpedo experimental en Ancón, al norte del Callao, que encontró la muerte en un trágico accidente el 24 de abril de 1880.
A pesar de su prematura partida, el legado de Pedro Ruiz Gallo perdura hasta nuestros días. Su cuerpo descansa en la Cripta de los Héroes de la Guerra del Pacífico, donde fue trasladado en 1940 como un homenaje a su valentía y contribuciones a la patria.
Su vida y obra continúan inspirando a generaciones de peruanos, recordándonos la importancia del ingenio, la dedicación y el servicio desinteresado a nuestra nación.