Expandir territorio a costa del bosque amazónico, cada uno como pueda y contra quien pueda en esa tierra de nadie. Ese podría ser el lema detrás de la modificatoria (Ley 31973) a la Ley Forestal y de Fauna Silvestre aprobada este año por el Congreso peruano. De esa manera, recibimos a contracorriente este 22 de abril el Día de la Tierra con una legislación indolente ante las urgentes necesidades ambientales, la misma que ha recibido enormes críticas de expertos nacionales e internacionales, ya que da pie a una mayor desprotección de nuestro bosque amazónico, al incremento de la deforestación y a la depredación de los suelos.
¿Por qué esta modificatoria es tan perjudicial? Por dos grandes razones básicamente: porque legaliza la deforestación pasada sin normar el uso del suelo de acuerdo a su realidad actual, y porque fomenta la futura depredación del bosque, ya que elimina la necesidad de la zonificación agrícola, reduce los requerimientos para la obtención de títulos y excluye al Ministerio del Ambiente de su rol como ente encargado de darle un uso sostenible al territorio.
Ahora bien, ¿es válido repensar la Ley Forestal y de Fauna Silvestre o debe quedarse sin modificación alguna? Por supuesto que es importante replantearla para que se adecue a nuestras necesidades económicas y de conservación actuales. En ese sentido, no es realista pensar que se puede simplemente restaurar por decreto toda la cobertura forestal a su estado de hace 50 años. Eso implicaría generar pobreza, despojo de tierras y la subsecuente quema o tala de más bosque. Así, si se entiende que el espacio ya deforestado debe ser gestionado, sea para reforestarlo o darle otro uso al suelo; es necesario modificar la Ley Forestal, la cual no permitía la titulación en esas tierras por tener un carácter forestal.
Entonces, ¿cómo salimos de este embrollo?, ¿cómo modificamos la Ley Forestal de manera sostenible? Ante todo, debemos pensar en el fondo del problema: nuestro paradigma de desarrollo. El real, no el que está en el papel. Lo que demuestra la legislación congresal evidencia de manera espantosamente clara que el crecimiento que se busca es uno que involucra un Estado con pocas herramientas de planificación, fiscalización y gobernanza; así como una ciudadanía sometida a los grupos de interés que tienen la capacidad para ejercer más violencia. He ahí lo peligroso detrás de la norma.
Muy por el contrario, el paradigma de desarrollo que desde esta tribuna se apoya es uno que genere candados para desincentivar la deforestación del bosque existente a través del aprovechamiento de los suelos empobrecidos. No a través de los grandes monocultivos o de la pequeña agricultura de subsistencia, cuyas prácticas empobrecen los suelos e involucran la depredación del bosque por quema o tala; sino promoviendo la agroforestería y la permacultura en los suelos que actualmente están degradados.
Por cierto, tales formas de hacer agricultura no son ninguna utopía. Esa tecnología existe y se aplica con éxito en el Perú y en el mundo desde hace siglos. Aquí, por ejemplo, los cultivos de café en sistemas agroforestales probaron ser más resistentes a la plaga de la roya y la producción de cacao aumento en 371% entre el 2012 y el 2018. Lo mismo sucede con árboles frutales y hortalizas en el África subsahariana, la región más pobre del mundo. Es más, la agroforestería también se está expandiendo entre las naciones más industrializadas del mundo, las cuales buscan aumentar la calidad de sus suelos y sus productos agrícolas.
Volviendo a nuestro caso, en el Perú, una ley que promueva la agroforestería en las zonas con suelos degradados permitiría recuperarlos, aumentar la biodiversidad, producir con alta calidad, reducir las emisiones de carbono y lograr la convivencia tan anhelada entre el crecimiento de las economías familiares y la sostenibilidad ambiental. Adicionalmente, este cambio de paradigma agrícola reduciría mucho la presión para destruir el bosque amazónico que todavía está intacto, ya que la presión por obtener nuevas tierras se trasladaría a zonas que actualmente están en desuso y sin cobertura forestal.
Este debate va a seguir abierto por mucho tiempo, pero quizás la pregunta cuidadosa de fondo debería orientarse a pensar en el cómo: cómo se integra la protección del medio ambiente, cómo se promueve una agricultura más productiva, cómo se diversifica la economía, cómo se recuperan los suelos y cómo se mejora la calidad de vida de los ciudadanos. El cuidado del medio ambiente y el desarrollo no tienen por qué estar divorciados.