En un estadio donde se juega un partido decisivo, la tensión se palpa en cada rincón. Aficionados al borde de sus asientos, aferrándose a sus banderas, alientan a su equipo con cánticos apasionados y gritos de ánimo que traspasan las gradas. Las miradas están fijas en el terreno de juego, un lugar en el que cada jugada desata una ola de reacciones, desde el júbilo estruendoso ante una oportunidad de gol hasta el suspenso que corta la respiración en momentos adversos.
El panorama descrito se suele repetir en los estadios del Perú, lugares donde se manifiesta la identidad colectiva y los aficionados comparten la alegría de los triunfos o el pesar de las derrotas como si fueran propios. Tras el pitazo final, los hinchas experimentan muchas emociones que varían según el resultado del partido. En caso de victoria, el estadio se inunda de alegría y celebración; por el contrario, una derrota deja una atmósfera de silencio y tristeza, con miradas perdidas y gestos de consuelo entre los aficionados.
Pero no siempre una derrota deja una atmósfera de silencio. La casuística ha demostrado que, tras los partidos, se suelen registrar actos de violencia, desencadenados por comportamientos temerarios de algunos aficionados. Un claro ejemplo de esto es lo sucedido en el Estadio Nacional la tarde del 24 de mayo de 1964, un día marcado por la tragedia.
La tarde de un domingo familiar se disputaba el segundo tiempo de un partido decisivo para Perú, en el marco de las clasificatorias para los Juegos Olímpicos de Tokio. La escuadra nacional perdía 1-0 ante su similar de Argentina, situación que, naturalmente, generó malestar y preocupación en los hinchas.
El descontento escaló a violencia cuando, en el minuto 40, un hincha irrumpió en el campo con la consigna de agredir al árbitro, acción que fue frustrada por la pronta intervención de los agentes policiales, quienes lograron contener al individuo. Tras superar este incidente, el cotejo se reanudó; sin embargo, unos segundos después se volvió a interrumpir debido a que otro individuo pisó el gramado e inmediatamente fue reducido por los policías.
Frente a esta situación que todavía no se tornaba caótica, el árbitro optó por finalizar el partido minutos antes de alcanzar el tiempo reglamentario de 45 minutos. Esta decisión, sumada a su apresurada retirada, exasperó a los aficionados peruanos, quienes respondieron con abucheos y arrojando botellas, sillas y otros objetos al campo.
Al observar que desde las tribunas se arrojaban objetos y que varios intentaban sobrepasar las vallas, los agentes del orden lanzaron bombas lacrimógenas hacia las tribunas populares. Lo que aconteció a continuación fue una tragedia: personas fallecieron por asfixia, mientras que otras perdieron la vida debido a traumatismos.
Perú vs. Argentina: un partido que se vio empañado por la violencia
El Estadio Nacional no solo ha sido testigo de las victorias y derrotas de la selección peruana y de equipos locales. En sus gradas, han ocurrido conatos de violencia y acciones imprudentes. Incluso la muerte ha irrumpido inesperadamente, dejando una estela de dolor en los familiares de las víctimas mortales.
Como se mencionó en párrafos anteriores, la tarde del 24 de mayo de 1964 se vivió una tragedia en el Estadio Nacional: más de 300 espectadores del encuentro entre Perú y Argentina perdieron la vida, un suceso que sumió a Perú en el luto y tuvo repercusiones políticas. El presidente de la República en aquel entonces, Fernando Belaunde Terry, declaró siete días de duelo nacional en respuesta a este trágico evento.
En vista de que cada año se recuerda este funesto suceso, es pertinente dar a conocer los pormenores del hecho que entristece e indigna a quienes lo conocen.
Los jugadores del ‘equipo de todos’ llegaron al Estadio Nacional con el fin de sacar un resultado que le permitiera clasificar a los Juegos Olímpicos de Tokio; es decir, una victoria, aunque el empate encendía las esperanzas de seguir escalando en el torneo preolímpico. En el coloso de José Díaz no cabía ninguna alma: 47.000 espectadores vieron cómo los 11 jugadores de la selección peruana se esforzaban por ganar el cotejo.
Los futbolistas que defendieron la bandera del Perú fueron los siguientes: Barrantes, Guerrero, Castillo, Chumpitaz, Sánchez, Lara, Rodríguez, Zavala, Cassaretto, La Rosa y ‘Kilo’ Lobatón. Ellos eran conscientes de que tenían que ganar el partido, además estaban motivados, ya que habían conseguido dos triunfos y un empate.
El árbitro uruguayo Ángel Eduardo Pazos dio el pitazo inicial a las 15:30, aproximadamente, y minutos después los peruanos empezaron a atacar mientras ante la atenta mirada de los hinchas que solo querían ver ganar a su selección. Hubo pocas oportunidades de gol, de modo que el público se mostraba impaciente. El primer tiempo acabó 0-0.
En la segunda mitad, el juego tomó un giro: los delanteros de ambos conjuntos encontraron más espacios, generando oportunidades de gol. Esto mantenía a los espectadores en una mezcla de emoción y ansiedad. La tensión alcanzó su punto máximo en el minuto 18, cuando el portero Barrantes desvió de forma errónea un córner argentino. Este fallo fue capitalizado por el argentino Manfredi, que tras controlar el balón, logró marcar un gol que silenció los cánticos de las tribunas.
Tras el gol, los seleccionados patrios no se desmotivaron; por el contrario, se mostraron más entusiastas; sabían que un empate no era un mal resultado. Es por ello que Lobatón empezó a pisar el área chica con frecuencia. En una de ellas, nuestro compatriota extendió la pierna para tocar la pelota, enviándola directamente a la red del arquero Cejas. El delantero peruano anotó el gol luego de que el zaguero argentino rechazara mal un tiro.
Lo que sucedió después no fue celebración. El árbitro anuló el gol y momentos después se desencadenaron actos de violencia. En diálogo con BBC Mundo, Héctor Chumpitaz, el legendario futbolista peruano, señaló que “el árbitro consideró que había sido falta y anuló el gol; esa fue la razón del descontento en la grada”.
El descontento no se limitaba a las expresiones verbales: algunas personas ingresaron al campo con el fin de agredir al árbitro. Por ejemplo, dos hinchas irrumpieron en el campo de juego. El primero, apodado Bomba, intentó agredir al árbitro pero fue detenido por el personal de seguridad. El segundo, Edilberto Cuenca, fue sometido de manera violenta por la policía.
Tras este hecho, el réferi tomó la difícil decisión de finalizar el partido en el minuto 40. Esto exacerbó a los ciudadanos, quienes empezaron a lanzar botellas, bancas, entre otros objetos, al campo. Ante ello, los policías lanzaron bombas lacrimógenas a las tribunas populares, sobre todo a norte. Pero, ¿quién ordenó lanzar estos dispositivos?
Jorge Azambuja, entonces comandante de la Policía, fue quien dio la orden de lanzar los gases lacrimógenos a las tribunas. Tras comprobarse su responsabilidad, fue sentenciado a 30 meses de cárcel.
Las personas que estaban en la tribuna norte pudieron haberse salvado, siempre y cuando las puertas hubieran estado abiertas. En diálogo con BBC Mundo, Jorge Salas, uno de los asistentes al partido, contó que las puertas estaban cerradas.
“Tratamos de salir a la calle, pero las puertas estaban cerradas. Dimos la vuelta y comenzamos a subir hacia la tribuna, pero la policía comenzó a lanzar bombas lacrimógenas. La gente trató de escapar hacia el túnel, pero ya estábamos nosotros”, contó Salas, que en 1964 tenía 24 años.
Respecto a las muertes en el Estadio Nacional, Chumpitaz recordó la vez que escuchó que dos personas habían muerto en el recinto deportivo. “Después que llegamos a los vestuarios hubo personas que salieron y cuando regresaron nos contaron que había dos muertos. ¿Dos muertos?, preguntamos, pensando que uno ya hubiera sido demasiado”, indicó al medio internacional.
“Regresando hacia nuestro lugar de concentración íbamos escuchando la radio y hablaban de 10, 20, 30 muertos. Cada vez que salían las noticias el número aumentaba: 50 muertos, 150, 200, 300, 350...”, agregó.
Más de 300 personas murieron en el coloso de José Díaz. Los hospitales Arzobispo Loayza, Dos de Mayo y Obrero comenzaron a recibir heridos y personas en estado crítico. La radio se convirtió en el principal canal a través del cual los familiares descubrían si algún ser querido había sido afectado por este trágico evento. Esta tragedia sumió en el luto a todo el Perú y dejó numerosas lecciones; no obstante, en el nuevo milenio se cometieron actos de violencia, pero en otros contextos. Estos resultaron en pérdidas irreparables.