A lo largo de más de 5 mil años, las culturas preincas dejaron una huella importante en la costa y sierra del Perú. Con su poder e influencia, algunas de estas civilizaciones llegaron a dominar extensas áreas del territorio, dando paso al surgimiento de pequeños centros regionales una vez que su poder menguó. Su capacidad para adaptarse al entorno y gestionar los recursos naturales fue impresionante, sentando las bases para el posterior florecimiento del Imperio Inca.
Mucho antes del esplendor incaico, en la cuenca del lago Titicaca, una cultura se posicionó como una de las más importantes de América del Sur. Ya que su expansión logró abarcar territorios que ahora ocupan cuatro países de Sudamérica: Perú, Bolivia, Chile y parte de Argentina, dejando un legado perdurable que aún fascina a historiadores y arqueólogos hasta el día de hoy.
¿Cómo surgió esta cultura y dónde se ubicó?
Desde sus orígenes como una comunidad agrícola hasta convertirse en un imperio sin precedentes en la región, la civilización Tiahuanaco marcó un capítulo notable en la historia prehispánica de América del Sur. Fundada alrededor del siglo XVI a.C., esta cultura floreció a lo largo de los siglos.
Los primeros habitantes de Tiwanaku subsistían gracias a la agricultura y la pesca, aprovechando al máximo los recursos que les brindaba el lago Titicaca. Sin embargo, fue la domesticación de la llama lo que marcó un punto de inflexión en su desarrollo, permitiéndoles establecer rutas comerciales con otras culturas de la región.
Con una fantástica tecnología de riego, logró adaptarse a las adversas condiciones climáticas del altiplano, construyendo casi 50 mil campos agrícolas y terrazas artificiales que sustentaron su crecimiento y expansión. Su influencia se extendió por varias regiones, consolidando su dominio sobre poblaciones vecinas y estableciendo ciudades satélites bajo su formato comercial y político.
El periodo imperial de Tiwanaku, entre los siglos VII y X, fue testigo de su máximo esplendor, destacando por su predominio no militar, sino por su prestigio religioso y cultural. La teoría de una posible alianza con el vecino imperio Huati plantea interrogantes fascinantes sobre la naturaleza de su poder y su influencia en la región.
Hoy en día, los vestigios de esta importante cultura, incluyendo la emblemática Puerta del Sol, la pirámide de Akapana y el complejo de Puma Punku, continúan asombrando a visitantes y expertos por igual, atestiguando la grandeza y la singularidad de esta civilización prehispánica.
Así lucían las construcciones de la cultura Tiahuanaco
El antiguo conjunto arquitectónico de Tiwanaku, compuesto por imponentes edificaciones de piedra y pirámides monumentales, sigue siendo un enigma para los arqueólogos. Aunque las técnicas precisas utilizadas para su construcción siguen siendo desconocidas, lo que sí está claro es la precisión milimétrica con la que fueron tallados los colosales monolitos que componen este complejo.
Según Charles Stanish, antropólogo de la Universidad del Sur de Florida, la ciudad abarcaba de cuatro a seis kilómetros cuadrados, con un área central repleta de pirámides, palacios y residencias para la élite. Más allá, se extendían las viviendas para el resto de la población, llegando hasta las orillas del lago Titicaca, en un espacio de aproximadamente 20 kilómetros.
Entre las impresionantes construcciones destaca la pirámide Akapana construida hace unos 2,500 años con un profundo significado espiritual. La ciudad, diseñada para atraer a personas de diversas regiones y etnias, contaba con barrios diferenciados y una población multicultural.
En el Templo de Kalasasaya, se encuentra el icónico símbolo de los tiahuanaco: La Puerta del Sol, tallada en un solo bloque de piedra andesita de aproximadamente diez toneladas. Este portal lítico, datado alrededor del año 600 d.C., muestra una figura antropomorfa deidad solar, Wiracocha, flanqueada por figuras aladas y enmascaradas, posiblemente representaciones de guerreros o danzantes.
Además, su cerámica roja distintiva de esta población se caracteriza por sus vasos keros, decorados con motivos geométricos y figuras estilizadas de felinos y cóndores. Se especula que estos artefactos podrían tener un significado ritual o ceremonial, aunque su exacta función sigue siendo objeto de debate entre los estudiosos del antiguo imperio.
Su tiempo de declive
Desde el siglo X, la antigua potencia que dominaba el altiplano experimentó un rápido declive que la llevó a desaparecer en cuestión de décadas. La capital, que en su apogeo albergaba a más de 20 mil habitantes, fue abandonada a finales del siglo XI, mientras otros asentamientos que habían prosperado bajo su influencia empezaron a desarrollarse de manera independiente.
Inicialmente, se atribuyó la decadencia a cambios climáticos, pues Tiwanaku dependía en gran medida del lago Titicaca. Sin embargo, investigaciones posteriores revelaron que estos cambios ocurrieron después del abandono de la ciudad. Se especuló también sobre una posible invasión de otros pueblos, pero esta teoría no explicaba por qué solo la capital habría sufrido las consecuencias.
Hallazgos arqueológicos de cerámica de los Tiahuanacos en asentamientos posteriores al despoblamiento sugieren que la cultura no desapareció, sino que se dispersó y evolucionó de manera diferente en diversos lugares. Es posible que su prestigio, en lugar de un control directo, haya sido su perdición a largo plazo, cuando las poblaciones bajo su influencia se volvieron lo suficientemente fuertes como para independizarse.
El libro “Tiwanaku: Señores del Lago Sagrado” de José Berenguer Rodríguez, curador jefe del Museo Chileno de Arte Precolombino, explora los misterios que rodean este colapso. Rodríguez señala que la reducción dramática de las precipitaciones a finales del siglo IX y principios del X afectó gravemente el sistema agrícola de Tiwanaku, desencadenando hambruna y descontento social. La incapacidad de la élite para gestionar la crisis llevó a una sublevación que resultó en la destrucción de monumentos y templos.
La obra también destaca las conexiones comerciales y culturales con regiones distantes, como San Pedro de Atacama, resaltando cómo estos lazos contribuyeron al enriquecimiento mutuo hasta que la sequía y el colapso del comercio precipitaron su fin. Las prácticas rituales, incluyendo el uso de sustancias psicoactivas, jugaron un papel crucial en estas relaciones y en la afirmación del estatus social.
Años después del abandono de Tiwanaku, su influencia perduró. Durante el apogeo del Imperio Incaico, el lago Titicaca seguía siendo un lugar de profunda importancia religiosa. Para los Incas, el lago representaba el origen del mundo, mientras que la ciudad en ruinas de Tiahuanaco era considerada un sitio sagrado. Heredaron de este pueblo el culto al dios Wiracocha y algunas prácticas religiosas, así como la red comercial que había sido clave en su éxito. Del mismo modo, adoptaron la estructura militar del Imperio Huari. Estas influencias combinadas dieron lugar a una nueva civilización, que se mostró como una de las más significativas en la América precolombina.