El misterioso árbol de 10 millones de años descubierto en los Andes del Perú y lo que revela del pasado de esta región

En el pasado, la meseta andina podría haberse parecido mucho a los bosques tropicales

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Investigadores posan junto al árbol
Investigadores posan junto al árbol fósil descubierto en Espinar, Cusco, Perú. (Rodolfo Salas Gismondi)

Los paisajes de los Andes centrales del Perú, que incluye la región de la puna, se caracterizan por su frío extremo, escasa vegetación y casi ausencia total de humedad, condiciones hostiles para la mayoría de seres vivos. Sin embargo, un hallazgo demostró que la situación en esta parte del planeta era muy distinta en el pasado.

Científicos del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI) y sus colegas de universidades de EE. UU., Francia, México y Perú, descubrieron un enorme árbol fósil de 10 millones de años en la meseta andina de Cuzco, una región que actualmente presenta un clima árido a 4.000 metros sobre el nivel del mar.

Este hallazgo, publicado en la revista Science Advances en 2020, sugiere un cambio dramático en el ecosistema andino a lo largo de dicho periodo de tiempo, lo que contradice las proyecciones de antiguos modelos climáticos.

El equipo liderado por Camila Martínez, doctora de la Universidad de Cornell y becaria del STRI, y Carlos Jaramillo, científico del STRI, recolectó cientos de muestras fósiles incluyendo madera, hojas y polen. Estos especímenes revelan que, en el pasado, esta zona era un ecosistema mucho más húmedo y con temperaturas más altas, comparables a las de los bosques tropicales de baja elevación actuales. “Este árbol y los cientos de muestras fósiles que recolectamos revelan que cuando estas plantas estaban vivas, el ecosistema era más húmedo, incluso más húmedo de lo que predijeron los modelos climáticos del pasado”, explicó Martínez en un comunicado.

Uno de los científicos al
Uno de los científicos al lado del árbol fósil. (Carlos Jaramillo)

Cambio radical en los andes peruanos

Resulta fascinante que la anatomía de la madera petrificada encontrada sea muy similar a la de los árboles que hoy crecen en altitudes significativamente menores. Estos descubrimientos sugieren que en aquel momento, la región tenía una altitud aproximada de sólo 2.000 metros sobre el nivel del mar, lo cual representa una transformación radical en comparación con su estado actual.

El estudio de fósiles más recientes, con una edad de cinco millones de años, confirmó la emergencia del ecosistema de la Puna, caracterizado en gran medida por pastos y hierbas, en lugar de árboles. Los hallazgos indican que para entonces, la meseta había alcanzado su altura actual. Jaramillo enfatizó que “tanto la altitud como la vegetación cambiaron dramáticamente durante un período de tiempo relativamente corto”.

Este cambio radical se apoya en la hipótesis de que el levantamiento tectónico de esta región ocurrió en pulsos rápidos, lo cual no solo afectó la flora y la fauna locales, sino que también tuvo un impacto significativo en el clima de toda América del Sur. La relación entre el ascenso de los Andes, los climas locales y la vegetación sigue siendo un misterio.

Vista general de la meseta
Vista general de la meseta cuzqueña donde se halló al árbol. (Carlos Jaramillo)

Un aviso sobre el futuro de la Tierra

Martínez señala la relevancia contemporánea de estos estudios. En ese sentido, indica que hacia finales de este siglo, las condiciones de temperatura y las concentraciones de dióxido de carbono atmosférico podrían asemejarse a las de hace 10 millones de años. “Comprender las discrepancias entre los modelos climáticos y los datos basados en el registro fósil nos ayuda a dilucidar las fuerzas impulsoras que controlan el clima actual del Altiplano”.

La investigación arroja luz sobre cómo los cambios dramáticos en la geografía y en el clima del pasado pueden ofrecer perspectivas cruciales para comprender y anticipar los cambios futuros en el clima global. Este estudio, por ende, no sólo redefine nuestra comprensión de la historia natural de los Andes sino que también sirve como un recordatorio de la complejidad y el dinamismo del sistema climático de la Tierra.

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