Los abogados desempeñan un papel fundamental en la sociedad al actuar como defensores legales y asesores jurídicos de individuos, empresas e instituciones. Su rol abarca una amplia gama de actividades, desde representar a clientes en procedimientos legales hasta brindar asesoramiento en asuntos legales complejos. Además de defender los derechos de las personas y garantizar el cumplimiento de las leyes, estos profesionales también contribuyen al mantenimiento del orden social y la justicia.
Los peruanos suelen acercarse a un abogado en diversas circunstancias. Por ejemplo, ante la necesidad de asesoramiento legal en casos de divorcio y custodia de hijos. Otros buscan la representación de un letrado en disputas laborales, como despidos injustificados; o para resolver problemas relacionados con la propiedad, como compraventa de bienes raíces o arrendamientos. En casos más graves, los ciudadanos buscan su asistencia para defenderse en procesos penales o enfrentar demandas civiles.
Sin embargo, hace siglos atrás no todos los compatriotas tuvieron la oportunidad de contratar los servicios de un abogado, por lo que recurrieron a los tinterillos con el fin de recibir asesoría en cuestiones legales. Pero, ¿quiénes eran estos personajes? ¿Qué función desempeñaban? ¿A quiénes ayudaban o estafaban? Antes de responder estas preguntas, es preciso señalar que el Diccionario de la lengua española lo define como “picapleitos, abogado de secano, rábula”.
Respecto al concepto de abogado de secano, el Diccionario panhispánico del español jurídico indica que es una “persona que, sin haber cursado estudios, entiende de leyes o presume de ello”. Debido a su conocimiento de las leyes y los trámites legales, así como a su habilidad para redactar documentos legales, más de uno solía contratarlo
Los tinterillos, que eran individuos que se dedicaban a estas actividades, aprovechaban la falta de acceso de muchas personas a la educación y al sistema judicial formal. Actuaban como intermediarios entre la población y las autoridades legales, ofreciendo sus servicios para ayudar a redactar contratos, resolver disputas legales, presentar documentos ante las autoridades, entre otros. Los clientes de estos seudoabogados eran, generalmente, indígenas.
De esto da cuenta Carlos Aguirre en su artículo “Tinterillos, Indians, and the State: Towards a History of Legal Intermediaries in Post-Independence Peru”, el cual se puede leer en el libro “One Law for All? Western models and Local Practices in (Post-) Imperial Contexts”.
El texto de Aguirre aborda el rol de los tinterillos después de la independencia del Perú. Este enfoque no quiere decir que en la colonia no existieran estos personajes. En diálogo con BBC Mundo, el abogado Roberto Sanguino dijo que estas personas irrumpieron en la sociedad antes de que varias naciones de desligaran del yugo español. “Esta tradición de los tinterillos tiene medio siglo (en Colombia), pero si usted se pone a ver es algo que existe desde la Colonia”, indicó.
En otro apartado del texto del investigador Aguirre, quien es profesor de la Universidad de Oregon, mencionó que en 1855 se instauró el período de la “Defensa libre”, durante el cual había la posibilidad de litigar sin título ni conocimiento. Esta medida fue criticada por los abogados titulados.
Los tinterillos, un oficio marcado por buenas y malas costumbres
En el Perú colonial y durante gran parte de su historia republicana, existían los llamados tinterillos, individuos que actuaban como intermediarios legales y que, en muchos casos, ejercían un papel ambivalente en la sociedad. Algunos brindaban servicios legales a comunidades y personas que no tenían acceso a abogados formales, ayudándoles a redactar documentos legales, realizar trámites administrativos y resolver disputas legales de manera informal.
También es sabido que otros se aprovechaban de la situación de vulnerabilidad de los indígenas y otros grupos desfavorecidos, manipulando sus necesidades legales para beneficio propio. Estos tinterillos corruptos a menudo cobraban tarifas excesivas, falsificaban documentos y ejercían presión sobre los individuos para obtener ganancias personales.
En el bando de los buenos estaban los “Tinterillos rojos”, como lo señaló el académico Aguirre en su artículo. Ellos abogaban por los intereses de los indígenas, los campesinos y los sectores más desfavorecidos, destacándose durante los levantamientos de la década de 1920. Un claro ejemplo es la ardua labor que realizó Ezequiel Urviola en Puno, quien protegió los derechos de los indígenas.
En contraste a su trabajo elogiado, podemos citar los casos que se retrataron en libros como “Aves sin nido”, de Clorinda Matto de Turner; “El mundo es ancho y ajeno”, de Ciro Alegría; y “Yawar Fiesta”, de José María Arguedas. En estas novelas el tinterillo, un personaje conocedor de las leyes que no tenía título, se aprovechaba de sus conocimientos para robar y aprovecharse de los campesinos e indígenas.
A medida que el sistema judicial se fue formalizando y las leyes se volvieron más accesibles, la necesidad de los servicios de los tinterillos disminuyó gradualmente. Además, las reformas legales y el fortalecimiento de las instituciones judiciales contribuyeron a su desaparición progresiva de la sociedad peruana. Este cambio refleja una transición hacia un sistema legal más estructurado y equitativo, aunque los vestigios de la influencia de los tinterillos aún pueden ser evidentes en ciertas áreas de la sociedad.