Hace 125 años, un suceso histórico marcó el inicio de una nueva era en las relaciones entre Japón y Perú. Y es que el 3 de abril de 1899, el buque japonés Sakura Maru atracó en el puerto del Callao con 790 inmigrantes japoneses a bordo, inaugurando así una corriente migratoria que dejaría una profunda huella en la sociedad peruana.
Estos pioneros, provenientes del país del sol naciente, llegaron al Perú con contratos de trabajo en las haciendas y fábricas de azúcar, dispuestos a laborar arduamente en una tierra desconocida, pero llena de promesas.
El comienzo de todo
El arribo del Sakura Maru marcó el inicio de una migración masiva de japoneses hacia el Perú, con un aumento significativo en el número de inmigrantes a partir de 1909. Sin embargo, este flujo migratorio no estuvo exento de dificultades, y a principios de los años 30 surgieron campañas en contra de los japoneses debido a la participación de su gobierno en la Segunda Guerra Mundial.
sEsta situación culminó en 1936 con la limitación del ingreso de nuevos inmigrantes por parte del presidente Óscar R. Benavides. A pesar de estas adversidades, la colonia japonesa en el Perú logró establecerse y contribuir al desarrollo del país.
Tras el fin del conflicto mundial, la comunidad nipona en el Perú continuó con sus actividades, preservando y practicando las tradiciones heredadas de sus ancestros como el Año Nuevo (Shinnenkai), el Día de las Niñas (Hinamatsuri), el Día del Niño (Kodomo no Hi), el Matsuri, así como celebraciones budistas como el Obón y el Ohigan, hasta que se volvieron en parte integral de la vida de los nikkei en nuestro territorio.
¿A qué se dedicaban los primeros japoneses?
La mayoría de los inmigrantes japoneses se dedicaron inicialmente a labores agrícolas en las haciendas azucareras ubicadas a lo largo de la costa peruana, una de las principales actividades económicas de la época.
Con edades comprendidas entre los 20 y 25 años, estos inmigrantes se comprometieron a trabajar 10 horas diarias a cambio de un salario mensual de 2 y 1/2 libras esterlinas, además de recibir atención médica y alojamiento.
Sin embargo, con el paso del tiempo, muchos de ellos incursionaron en el mundo de los negocios y desempeñaron roles destacados en la sociedad peruana. Uno de los ejemplos más emblemáticos de éxito empresarial entre los inmigrantes japoneses fue Nikumatsu Okada, quien llegó al Perú en 1899 a bordo del Sakura Maru para trabajar en la hacienda Palpa.
Con determinación y esfuerzo, Okada se convirtió en un prominente empresario en el valle de Chancay, al norte de Lima, llegando a ser arrendatario de seis haciendas y controlando aproximadamente el 26% de las tierras cultivables de la zona.
Además de sus actividades empresariales, Okada también contribuyó al desarrollo de la comunidad local, apoyando la construcción de locales y donando implementos para colegios e instituciones.
Sin embargo, su éxito empresarial se vio empañado por los eventos ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando fue incluido en la “lista negra” de inmigrantes japoneses y deportado a uno de los tantos campos de concentración que se crearon en los Estados Unidos, en 1942.
A lo largo de los años, la comunidad japonesa en el Perú ha dejado una marca indeleble en la sociedad, destacándose en diversas áreas como las ciencias, la industria, el comercio, la literatura, el deporte, la música, el arte y la cultura. Su contribución al país es un testimonio vivo de la diversidad cultural y étnica del Perú, y su legado continúa inspirando a las generaciones futuras a seguir adelante y alcanzar sus sueños.