Aunque los libros de historia hagan parecer que las diferencias entre el Perú y Chile han estado siempre en el aire, lo cierto es que más fuertes son los lazos de lo que realmente parecen. Y de ambos países han salido personajes que han amado a la otra patria como si fuera la propia.
Un ejemplo de esta situación es el legado que dejó Marcial Acharán y Smith, un empresario chileno cuya influencia se extendió a la vida política y económica del Perú del siglo XIX y sigue resonando en la historia de ambos países.
Vino del sur
Nacido en Valparaíso en 1837, Acharán fue más que un exitoso hombre de negocios; su vida y acciones marcaron profundamente el devenir de la región, especialmente en lo que respecta a la educación y la política.
Hijo de Juan Ángel Acharán y Rufina Smith, Marcial Acharán creció en un entorno que combinaba la visión comercial de su padre con la influencia de la cultura peruana a través de su madre. Esta conexión temprana con el Perú sentó las bases para su posterior participación activa en la vida del país vecino.
La primera evidencia de su compromiso con el Perú fue su matrimonio con Francisca (conocida como Panchita) Larrea, una dama peruana. Aunque esta unión no dio lugar a descendencia, Acharán demostró un vínculo profundo con su esposa y su país adoptivo. Tras la muerte de Francisca, Acharán contrajo segundas nupcias con Ana Lucía de la Torre, consolidando así sus lazos con la sociedad peruana.
A través de su incansable trabajo, Acharán acumuló una considerable fortuna, que luego invirtió en la formación de la Compañía Acharán y Goycochea en Trujillo, Perú. Su visión empresarial no solo buscaba obtener beneficios personales, sino también contribuir al desarrollo económico y social de la región.
La segunda se daría en 1879, cuando estalló la guerra entre Perú y Chile. Enterados de su prosperidad en el norte del país, el gobierno sureño contactó con Marcial Acharán a fin de que pudiera ayudar con dinero y tropas de la comunidad.
Sin embargo, él y su hermano Juan Antonio se negaron rotundamente, tanto por estar casado con dama peruana, así como por tener hijos peruanos. Esta acción obviamente le costaría muy caro.
A modo de venganza, el gobierno de Chile les incautó todas sus propiedades en Iquique y Antofagasta, donde perderían minas de fosfatos y vastos terrenos de cultivo que nunca más fueron devueltos a la familia.
Padrino del fundador del APRA
Sin embargo, el legado de Marcial Acharán trascendió los límites del ámbito empresarial. Su papel como padrino y mentor de los sobrinos de su nueva esposa, los hermanos Haya de la Torre, Agustín y Víctor Raúl, marcó un punto de inflexión en la historia política del Perú.
Bajo su tutela, Víctor Raúl Haya de la Torre, quien luego fundaría el APRA, fue introducido a las ideas del socialismo y el marxismo, que moldearían su visión política y su futuro liderazgo en el Perú y América Latina.
La influencia de Acharán en la vida de Víctor Raúl Haya de la Torre no se limitó a cuestiones ideológicas; también desempeñó un papel crucial en su educación y desarrollo personal.
La fortuna económica de Acharán permitió que su sobrino viajara a estudiar a Francia, donde profundizó sus conocimientos y adquirió una perspectiva más amplia sobre la política y la sociedad.
De regreso en el Perú, Víctor Raúl Haya de la Torre, inspirado por las ideas de su tío, fundó la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) en 1924. Este movimiento político, influenciado por el marxismo y adaptado a las realidades de América Latina, se convertiría en una fuerza significativa en la política peruana y latinoamericana.
De la mano con la educación
Además de su contribución al ámbito político, Marcial Acharán también dejó un legado en el campo de la educación. Su generosidad se manifestó en la creación de un Instituto Técnico destinado a la formación de los hijos del proletariado en Trujillo.
Pero, su fallecimiento de Marcial Acharán en 1918 no puso fin a su influencia en la región. Parte de su fortuna fue destinada a beneficiar a los descendientes de su hermano, Juan Antonio Acharán y Smith.
Sin embargo, este noble gesto fue empañado por la confiscación del instituto durante el primer gobierno aprista de Alan García Pérez.