Desde la llegada de los conquistadores españoles a estas tierras, han sido muchos los historiadores que se han dado a la titánica tarea de registrar todos los hechos de importancia que fueron sucediendo en el Perú.
Pero el primero que se dio cuenta de la importancia de anotar todo lo que ocurría fue un sacerdote jesuita nacido en estas tierras. Se trata de Blas Valera Pérez y esta es la historia que inspiró a muchos a seguir sus pasos. Pues solo sabiendo el pasado será posible tener un mejor futuro.
El primer mestizo en la Compañía de Jesús
Blas Valera Pérez nació en Levanto, Chachapoyas, el 3 de febrero de 1545 y fue un sacerdote jesuita, historiador, cronista y lingüista originario del Virreinato del Perú.
sTambién fue uno de los primeros mestizos en ingresar a la Compañía de Jesús en el país, destacándose por su dominio del quechua y su participación activa en misiones evangelizadoras.
Los primeros años de Valera estuvieron marcados por su formación académica y religiosa. Realizó sus primeros estudios en Trujillo, una importante ciudad del Virreinato del Perú, y posteriormente continuó su formación en la capital, Lima. Fue en Lima donde ingresó como novicio a la Compañía de Jesús en el año 1568, iniciando así su carrera religiosa y académica dentro de la orden jesuita.
Uno de los aspectos más destacados de la vida de Valera fue su dominio del quechua, lengua indígena ampliamente hablada en la región andina del Perú. Gracias a su habilidad lingüística, participó activamente en las misiones que los jesuitas llevaban a cabo en diversas comunidades indígenas, especialmente en la región de Huarochirí, un importante centro prehispánico de culto.
Lo anotaba todo
La labor de Valera en la Compañía de Jesús no se limitó solo a las misiones evangelizadoras. También desempeñó un papel crucial en la compilación de información sobre la civilización prehispánica, particularmente en lo que respecta a la cultura inca.
Sin embargo, sus simpatías hacia la cultura inca levantaron sospechas entre algunos miembros de la orden jesuita, lo que eventualmente condujo al cierre del acceso de mestizos a la orden y a la generación de opiniones negativas sobre él.
A pesar de las dificultades y críticas que enfrentó, Valera continuó su labor dentro de la orden jesuita. Participó activamente en el III Concilio Limense de 1583, donde se encargó de la traducción de textos religiosos del castellano al quechua, destinados a los evangelizadores que trabajaban con las comunidades indígenas.
Sin embargo, su postura respecto a la cultura inca y ciertos comentarios que incluyó en sus escritos le valieron acusaciones de herejía y un breve período de encierro por parte de la propia orden jesuita.
Lo perdió todo
Hacia finales de la década de 1590, Valera emprendió un viaje a Europa con el propósito de preparar la impresión de sus obras. Sin embargo, su estancia en el Viejo Continente coincidió con un evento trágico: el saqueo de la ciudad de Cádiz por parte de los ingleses en 1596.
Este saqueo resultó en la pérdida de muchos de los escritos de Valera, incluida su obra más destacada, “Historia de los Incas” compuesta por cinco tomos.
Aunque algunos fragmentos de esta obra sobrevivieron y fueron entregados al Inca Garcilaso de la Vega después de la muerte de Valera en 1597, la mayor parte de su trabajo se perdió irremediablemente. Poco después perdería la vida en España, mientras se desempeñaba como profesor de Gramática en un colegio de Málaga. Tenía 60 años.
A pesar de las dificultades y las pérdidas sufridas durante su vida, el legado de Blas Valera perdura hasta nuestros días. Su trabajo ha sido objeto de estudio y debate en el ámbito académico, y su contribución a la comprensión de la cultura inca y la historia del Perú colonial sigue siendo relevante.
A lo largo de los siglos, diversos historiadores y estudiosos han analizado sus escritos y su impacto en la historiografía peruana, lo que demuestra la importancia duradera de su obra.