En 1872, la Plaza de Armas de Lima se convirtió en el escenario de un acto espeluznante que marcaría uno de los episodios más brutales en la historia peruana. La Torre de la Catedral de Lima, emblema de la ciudad, fue testigo del trágico final de los hermanos Gutiérrez, cuyos cuerpos no solo fueron asesinados sino también torturados y quemados a plena luz del día por una multitud enardecida, sin mostrar remordimiento alguno. De este grupo de hermanos, señalados y perseguidos, únicamente uno logró evadir el cruel destino que les esperaba.
Este momento de violencia extrema, con Tomás y Silvestre Gutiérrez colgados de la torre, debería ser un capítulo destacado en los libros de historia; no obstante, ha quedado restringido a ser una nota al margen, casi anecdótica. En la siguiente nota te contaremos todos los detalles y misterios de este oscuro capítulo de las páginas peruanas.
¿Quiénes son los hermanos Gutiérrez?
Los Gutiérrez, originarios del valle de Majes en Arequipa, eran cuatro hermanos: Tomás, Silvestre, Marceliano y Marcelino, quienes, al alcanzar la madurez, decidieron servir en las filas de la fuerza militar peruana. Entre ellos, Tomás el mayor, se destacó pronto, ganándose la notoriedad a raíz de su participación en destacados acontecimientos como la revolución de Ramón Castilla y la batalla de La Palma, lo que le valió el ascenso a teniente coronel.
Su carrera estuvo marcada por su apoyo a diversos gobiernos y una popularidad creciente entre sus pares militares, quienes lo seguían sin titubeos, a pesar de que una tentativa promoción a general fue bloqueada por cuestiones legales. Junto a sus hermanos, Tomás continuó respaldando al gobierno del presidente Balta, para así marcar su lealtad a la milicia y al estado.
El reconocido historiador Jorge Basadre retrató a los hermanos Gutiérrez con una agudeza singular para delinear sus personalidades y peculiaridades físicas.
Tomás, descrito como corpulento, impetuoso y altivo, famoso por su brusquedad y falta de educación formal, pero reconocido por su resolución. Marceliano, aún más imponente y brusco, conocido como el tuerto debido a un defecto en el ojo derecho, poseía una voz que resonaba sobre las multitudes y una presencia que cautivaba durante las maniobras militares. Silvestre, de apariencia más delgada y tez clara, destacaba por su inteligencia y cultura, aunque era percibido como duro y siniestro. Por otro lado, Marcelino se distinguía de sus hermanos por su temperamento calmado y apacible, muy diferente con el ardor guerrero que definía a su familia.
¿Cuál fue la causa de este oscuro episodio del Perú?
Según la información proporcionada por el investigador en historia militar Juan Carlos Flores, el 7 de diciembre de 1871, en un movimiento que alteraría el curso de la historia peruana, el presidente José Balta designó al coronel Tomás Gutiérrez como Ministro de Guerra. Esta decisión causó inquietud entre los hermanos Gutiérrez, pues pronto se enteraron de que los privilegios militares que disfrutaban estaban en riesgo con la elección de un nuevo presidente, Manuel Pardo y Lavalle, conocido por su intención de implementar recortes presupuestarios, especialmente en el sector militar, para afrontar la crisis económica del país.
En efecto, en 1872, Manuel Pardo y Lavalle asumió la presidencia con la firme propuesta de reducir el gasto en el ámbito militar, lo que naturalmente condujo al descontento entre los rangos altos del ejército, incluidos los hermanos Gutiérrez.
“Cuando Pardo fue electo había temor y al poco tiempo de tomar el mandato, este le propone a Balta que haga un golpe de Estado para que prolongue su mandato. El todavía presidente se siente atraído, pero luego de conversar con su hermano y Henry Meiggs, el empresario de los ferrocarriles en Perú, decide no hacerlo y le avisa a Tomás el 22 de julio”, dice Juan Carlos Florez.
La situación llegó a un punto crítico el 22 de julio de ese mismo año, cuando el reloj marcó las 2 de la tarde, Silvestre Gutiérrez, lideró dos compañías del batallón «Pichincha», irrumpió en el Palacio de Gobierno. Capturaron al presidente Balta, confinándolo en una celda del cuartel de San Francisco.
Acto seguido, Silvestre, apoyado por su hermano Marceliano, marchó hacia la Plaza de Armas donde proclamaron la destitución de Balta y nombraron a Tomás Gutiérrez como general del ejército y jefe supremo de la república. Esta audaz maniobra, sin embargo, fue rápidamente condenada por la Marina de Guerra y el Congreso, quienes no tardaron en mostrar su repudio ante tal acto nuevamente antidemocrático.
“[…] El inaudito abuso de fuerza con que el día de ayer ha sido escandalizada la capital de la república, debía encontrar como en efecto ha sucedido el rechazo más completo de parte de los jefes y oficiales de la Armada que escriben […]”, fue la respuesta que dieron Miguel Grau, Aurelio García y García, entre otros grandes marinos como respuesta a la solicitud de subordinación de Tomás Gutiérrez.
Así pasaron cuatro días, las personas se mostraban hostiles, pero los Gutiérrez seguían en el poder.
¿Qué sucedió con los hermanos Gutiérrez?
Tras estos sucesos, el ánimo de la población limeña se encendió contra los Gutiérrez. En su intento de fuga al Callao, Silvestre fue asesinado por una multitud enfurecida que, gritó “¡Viva Manuel Pardo!”, se lanzó sobre él. Las personas llenas de ira lo despojaron de todas sus pertenencias, dejó el cadáver tirado en la calle, pero una persona lo trasladó hasta la Iglesia de los Huérfanos, hoy conocida como Parroquia Sagrado Corazón de Jesús, para que finalmente descanse.
En esta trama llena de suspenso, Tomás Gutiérrez envía una carta misteriosa a su hermano Marceliano que decía algo como: “Marceliano ¿han matado a Silvestre? Asegúrate”
Marceliano, al leerla, no lo piensa dos veces; se lanza con sus tropas hacia el Callao, dispuesto a enfrentar a todo el que se ponga en su camino. Según la información publicada en el portal Wikipedia, en un ambiente completamente diferente, José Balta, el presidente, acababa de disfrutar de su almuerzo y decidía tomar una siesta, completamente ajeno al caos que esto desato. Pero su descanso fue interrumpido abruptamente. Tres de sus oficiales lo llaman, pero él, parcialmente sordo, no logra responder. En un giro inesperado y sin ningún diálogo previo, los oficiales le disparan a quemarropa. La tragedia es instantánea: una bala, en un acto final y definitivo, le arrebata la vida a Balta.
La noticia de la muerte del presidente Balta desató una furia colectiva. Los limeños, ya al límite, querían justicia a toda costa. Tomás Gutiérrez, viéndose acorralado, no tuvo más opción que huir del Palacio de Gobierno hacia un lugar aparentemente seguro: el cuartel donde su hermano Marcelino estaba. Pero la ciudad tenía otros planes; la gente levantó barricadas como si fuera una escena de asedio medieval, y Tomás, en un intento desesperado por escapar, tuvo que abrirse paso a luchar.
Disfrazado y tratando de mezclarse entre los transeúntes, incluso gritaba “¡Viva Pardo!” para no levantar sospechas. Pero como en los mejores thrillers, un giro de guion lo lleva a ser reconocido y capturado. La multitud, en un estado de ira irrefrenable, lo asalta y, tras romper las puertas del lugar donde estaba refugiado, encuentra a Tomás de una manera vulnerable y lo ejecuta sin piedad.
Pero la tragedia no se detiene. Tomás y Silvestre terminaron colgados en la plaza pública, en una escena que provocaba escalofríos a quienquiera que pasara. Y como si fuera poco, Marceliano, que intentaba defenderse, también cae. Sus cuerpos, marcados por la violencia, fueron quemados en una hoguera, en un acto final de despedida brutal. Y al día siguiente, mientras las cenizas aún estaban calientes, el Perú entró en su día de celebración nacional, las Fiestas Patrias, con la memoria de estos sucesos aún fresca en la mente de todos.
¿Qué pasó con el único sobreviviente de los Gutiérrez?
Marcelino Gutiérrez, el más tranquilo de los hermanos, que contra todo pronóstico sobrevive a una época de convulsión y furia. Tras el caos en Lima, toma la decisión de escapar hacia el refugio del Callao, donde creía poder hallar cierta paz. Sin embargo, como protagonista de una historia de resistencia, es capturado. No termina ahí su odisea, ya que después de pasar ocho largos meses detenido, la justicia decide liberarlo, permitiéndole volver a su tierra en Majes, donde probablemente esperaba dejar atrás los turbios capítulos de su vida.
Pero el destino tenía guardado para él un nuevo giro: ocho años después, es llamado por nada menos que el presidente Nicolás de Piérola. En un cambio de escenario digno de las novelas más apasionantes, de ser un fugitivo pasa a ser convocado para unirse a un capítulo heroico de la historia peruana: enfrentar la Guerra del Pacífico. Esta llamada no solo demuestra su valía y resiliencia sino que lo coloca en el centro de los sucesos que definirían el futuro de su país.
Finalmente, después de una vida que parece sacada de las páginas de una novela épica, con giros de fortuna y actos de valor, Marcelino cierra su capítulo en 1904. Su corazón, quizás agotado de tantas batallas, tanto físicas como emocionales, decidió dar su último suspiro.