Antes de que los conquistadores españoles pisaran el continente americano, el Imperio inca se gobernaba eficientemente desde Cusco, sede del poder imperial. Sin embargo, la estancia prolongada de Huayna Cápac en el norte del imperio y la creciente importancia de regiones como Quito introdujeron tensiones dinásticas y territoriales. Ante este panorama, el entonces gobernante dividió el Tahuantinsuyo entre sus dos hijos: Huáscar recibió el sur, con Cusco como núcleo central, mientras que Atahualpa fue asignado al norte, teniendo a Quito como capital.
Esta división generó descontento en los descendientes de Huayna Cápac y desencadenó un escenario de confrontación por el control íntegro del imperio. Huáscar, creyendo tener derecho total al trono, rechazó la decisión de su padre y exigió la lealtad de Atahualpa junto con las provincias norteñas. Sin embargo, su medio hermano defendió su legado y su derecho a gobernar las tierras heredadas de su progenitor.
Así se originó la guerra civil alrededor de 1528, justamente cuando los españoles ponían su mira en los territorios de América del Sur. Pocos años después de la guerra interna inca, Francisco Pizarro inició su tercera y última expedición en 1531, llegando a las tierras que hoy conocemos como Perú.
Los conquistadores españoles encontraron condiciones óptimas que les permitieron capturar al inca Atahualpa, someter a los incas, cumplir su meta de tomar control de extensos territorios de América y, sobre todo, apoderarse de riquezas inconmensurables, de manera similar a lo que habían hecho previamente en otras áreas de América, como la conquista del Imperio azteca por Hernán Cortés y las exploraciones de lo que hoy es Florida por Juan Ponce de León, quien buscó la Fuente de la Juventud.
Estos eventos reflejan el espíritu belicoso y de conquista que había estado presente en los españoles incluso antes de llegar al continente americano. Es sabido que desde la época de las Cruzadas, los foráneos tenían espíritu conquistador.
Ahora bien, se ha analizado detalladamente la captura de Atahualpa y el saqueo del imperio del Tahuantinsuyo, sin embargo, se ha contado poco sobre las mujeres que acompañaron a los españoles en sus viajes rumbo a lo que conocemos como Perú. Se trata de las moriscas, ‘españolas’ que llegaron al Nuevo Mundo con el fin de asegurar la formación de una sociedad hispánica en el Perú.
Las moriscas en la Lima colonial: quiénes eran y qué rol cumplían
La relación de España con la cultura árabe se remonta a siglos atrás, marcando un legado tanto en la península ibérica como en el mundo árabe. Esta influencia comenzó principalmente en el año 711 con la llegada de los musulmanes árabes y bereberes al territorio que hoy conocemos como España, iniciando un periodo conocido como Al-Ándalus que duró hasta 1492 con la caída del Reino de Granada, el último estado musulmán en la península.
Durante este tiempo, la cultura árabe impregnó sus tradiciones y costumbres en la península ibérica. Por ejemplo, la mezquita-catedral de la Giralda de Sevilla es un claro ejemplo del estilo arquitectónico islámico en España. En el ámbito de la lengua, el español contiene miles de palabras de origen árabe relacionadas con la agricultura, ciencia, tecnología, y la vida cotidiana. Términos como aceite (de la palabra árabe ‘az-zait’), azúcar (de ‘as-sukkar’) y ojalá (de ‘in sha Allah’ que significa ‘si Dios quiere’) son testimonio de esta influencia.
Tras la Reconquista y el fin de Al-Ándalus, muchos elementos culturales árabes se mantuvieron y continuaron influyendo en el desarrollo cultural, científico y artístico de España. Los árabes, que en algún momento de la historia dominaron amplios territorios de lo que hoy es España, se convirtieron en moriscos luego de aceptar el cristianismo como religión.
Antes de que cientos de miles de moriscos fueran deportados a diversas partes del Norte de África, convivían con los españoles e incluso algunas viajaron al continente americano luego de que el imperio del Tahuantinsuyo cayera a manos de los conquistadores. Sobre este tema en cuestión, Leyla Bartet, escritora y socióloga peruana, escribió un artículo titulado “Tensiones en los orígenes del Perú colonial: Españolas y moriscas en el siglo XVI”.
“En el período que sigue inmediatamente a la conquista del Perú, etapa que se prolonga hasta aproximadamente 1560, no llegaron mujeres españolas al Nuevo Mundo. Algunos historiadores como Konetzke afirman que hubo algunas, aunque pocas. Se dieron disposiciones para que los casados partieran con sus mujeres legítimas, pero esta medida, como tantas otras, fue burlada en los puertos de embarque. En esta primera etapa, las mujeres que llegan a América son en gran mayoría esclavas blancas, es decir, moriscas”, señaló la académica en el portal Centro Virtual Cervantes.
Ante la poca presencia de mujeres en la Lima colonial, los españoles optaron por traer a las moriscas, no con la intención de que ocuparan cargos importantes, sino para que se convirtieran en amantes de los foráneos. “Las moriscas servían para satisfacer la necesidad de mujeres de los conquistadores (...). Comprar una morisca significaba adquirir un ama de llaves y una concubina”, dijo Nelson Manrique, historiador, sociólogo, periodista y escritor peruano. Cabe señalar que esta cita apareció en el artículo de Bartet.
La historia nos dice que algunas esclavas moriscas obtuvieron su libertad luego de que se convirtieran en esposas de los españoles. A pesar de ello, no lograron trascender en el virreinato. “Las moriscas libres tenían una situación muy ambigua, pues si su origen las ponía en situación de desventaja socialmente hablando, su antigüedad —un valor ampliamente apreciado en la sociedad colonial— las elevaba. Algunas permanecieron en posiciones marginales, como criadas, otras asumieron el papel de españolas y hubo algunas que alcanzaron una elevada condición social”, señaló Manrique.
Respecto a las mujeres moriscas que lograron un posición digna en el virreinato, podemos contar el caso de Beatriz de Salcedo. Esta fémina llegó al Perú en 1532 como esclava bajo el nombre de Beatriz. Con el transcurrir del tiempo, se convirtió en concubina del veedor de Francisco Pizarro, García de Salcedo. Tras contraer nupcias, la morisca llegó a ser la primera española oidora de la cordillera andina. Acompañó a su pareja a Cajamarca cuando aún estaba preso el inca Atahualpa.
Finalmente, es menester señalar que los moriscos no ejercieron influencia en la cultura de los indios durante la colonia. “Por definición, un árabe no tenía cabida en el virreinato pues España entonces buscaba una homogeneización en torno al cristianismo y la Santa Inquisición tenía como función esencial perseguir la apostasía, fuera esta judía o musulmana”, manifestó Bartet.
¿Cuánto tiempo duró el virreinato del Perú?
Como se puede apreciar, el virreinato trajo consigo muchos cambios y actividades que antes de su instalación no eran comunes, como el caso de las moriscas y su particular historia. Sin embargo, muchas otras costumbres se tejieron durante ese periodo y hoy en día todavía mantienen vigencia y son ampliamente prácticas. Pero, ¿exactamente cuánto tiempo duró este tipo de gobierno que tanta influencia tuvo?
La respuesta es nada menos que casi trescientos años, tiempo en que el Perú estuvo dominado por España y el cual culminaría con las rebeliones y campañas libertarias que finalmente dieron como resultado la independencia no solo de Perú, sino también de otros países en una situación similar.
La situación social de la mujer española en el Perú colonial
Durante el virreinato del Perú, las mujeres españolas tenían ciertos beneficios que no podían gozar las indígenas; estas últimas estaban inmersas en el esclavismo. Se trata de la educación, la cual estaba enfocada en satisfacer las necesidades de los españoles.
Sobre este tema en cuestión, Claudia Rosas escribió un artículo titulado “Educando al bello sexo: la mujer en el discurso ilustrado”, en el cual se aborda la situación social de las féminas. “La educación dirigida hacia las mujeres tenía un solo objetivo: convertirlas en mejores esposas y madres, abnegadas, sumisas, débiles, pero también bellas y seductoras, factor importante en la representación de la mujer destinada al deleite masculino”, sostuvo la investigadora, cuyo nombre aparece en el manuscrito “El Perú en el siglo XVIII. La era borbónica”.