¿Por qué estamos obsesionadas con poetizar a nuestras abuelas?

Las memorias que nos heredan las abuelas están cargadas de traumas, dolor, pero también de alegrías y conocimiento colectivo.

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Gloria Alvitres es periodista y autora del poemario "Canción y vuelo de Santosa".
Gloria Alvitres es periodista y autora del poemario "Canción y vuelo de Santosa".

Santosa, mi abuela materna falleció sin decirme qué tanto se enfrentó al mundo y su familia por ser como era. Una tarde a orillas del río Chillón, la tía Felicia me contó la historia de su juventud y las tristezas que la invadían por haber dejado a su familia en Chongos, Junín.

Escuché otra historia sobre Santosa, cuando tenía treintaitantos acudió a defender a su amiga, la vecina de los constantes maltratos de su esposo. A ella, la mamacha, le tenían respeto. ¿Por qué nunca vi esa fuerza? Me encerré en los libros y en la teoría feminista, y cuanto más leía y escuchaba de mis amigas, más me emocionaba en unirme a las consignas y las marchas. Me sentí, lo digo con pesar, lejos de las mujeres de mi barrio.

Fue un tiempo donde pocas veces entendí a las mujeres de mi familia y las vi encerradas en un dilema patriarcal, donde no era consciente de que yo misma podía estar envuelta en el dilema del amor romántico y la toxicidad. Cuando por fin pude abrir las heridas más profundas  de mi linaje materno y repensarlas, surgió la voz poética. Cuando Santosa se fue de este mundo a los ochenta y tantos, delgada, frágil y arrugada, la conocí realmente,  averigüé sobre su llegada a Collique —en Lima Norte— encontré el cerro que habitó, ese que parecía indomable, que era oscuro y a veces fantasmal.

La fuerza de esta abuela era un feminismo popular, me diría la poeta y teórica feminista Carolina Ortiz Fernández, años después. Es que entre las mujeres de las zonas populares hay un ímpetu por cambiar la situación en que viven, por sobrevivir, proteger a los hijos y sienten el peso de su género, el agobio de matrimonios abusivos, estudios inconclusos, trabajos mal pagados. Ellas, son conocidas nuestras, son tías, primas, hermanas, mujeres  andinas, amazónicas y migrantes, que construyeron hogares sobre el polvo y la roca. Las escritoras tenemos una deuda con ellas, tenemos que contar sus historias, porque no podemos permitir  que su paso por este mundo y sus aportes sean borrados de los libros o de la historia.

Hablar de nuestras madres y abuelas indígenas, cholas, andinas es una posición frente al mundo porque implica revisarnos a nosotras, nuestra piel, los recuerdos, nuestros estereotipos. Es poetizar sobre las mujeres cuyas luchas por la subsistencia no están escritas. Muchas de ellas no aprendieron a leer y escribir, pero trabajaron para que nosotras seamos letradas. Con esas inquietudes, preguntas sin responder, surge mi libro “Canción y vuelo de Santosa” (Alastor, 2021).

La memoria y la poesía es un tema que se ha explorado bastante en los últimos años. Mariane Hirsch habla de la post memoria como la capacidad de una generación de transmitir memorias traumáticas a la siguiente, de forma que los hijos y nietos las asumen como propias. También le da énfasis al hecho de que son, muchas veces, las mujeres las que se encargan de transmitir la memoria familiar. Las dimensiones de la memoria, estudiadas, sobre todo, después del conflicto armado interno son variables y los recuerdos que marcan socialmente a los individuos serán muchos de los que prevalecerán.

Sanchiu, el primer poemario wampis. Foto: Pakarina
Sanchiu, el primer poemario wampis. Foto: Pakarina

Las memorias que nos heredan las abuelas están cargadas de traumas, dolor, pero también alegrías y conocimiento colectivo pensamos una noche con la poeta y educadora Leda Quintana. En las comunidades amazónicas se asume a los abuelos como los sabios, los que transmiten conocimiento a los hijos y nietos. Así, “Sanchiu” (Pakarina ediciones, 2021), la abuela de Dina Ananco aparece en el libro desde el título y en la portada está  un retrato de ella, hecho por el artista Paul Amaro. No hace falta que la voz poética mencione en los versos a la abuela, su espíritu vive en el libro, en los versos que la invocan, y con ella resurgen  los conocimientos sobre la Amazonía y sus espíritus, la abuela actúa como raíz; sabia y la nieta es  un devenir entre lo awajún, lo wampis y la metrópoli limeña.

Al ver el libro de Dina, me pregunté por qué eligió darle una forma realista a la imagen de su abuela Sanchiu, por qué no un ave o un canto. Yo misma me debatí semanas en poner o no poner en el título del libro el nombre de Santosa, hasta que el editor lo planteó como la mejor opción. Tal vez, es porque Dina ve a Sanchiu como un ser presente en su vida, no necesita colocarle una metáfora encima para reconocerla en sus dimensiones.

A mí se me ocurría que Santosa, la del libro, la de mis poemas no era totalmente ella, que era una proyección de mis ausencias, obsesiones y reflexiones, sentí temor de distorsionar su memoria para mis fines. Creí resolverlo cuando emergió la voz de Santosa, criticando los textos, reflexionando sobre  toda la cadena de producción del libro y las artes, donde el mercantilismo ha ido dictando la pauta, hasta convertir al libro en objeto de decoración y ostentación.

Leda Quintana es la autora de "Constelaciones".
Leda Quintana es la autora de "Constelaciones".

Leda Quintana escribe sobre su abuela andina en su libro “La casa umbría” y lo repite en “Constelaciones” (Madrépora, 2022) . Las casas que habita la poeta son oscuras y a veces llenas de Luz, ella cuenta que se encuentra en la búsqueda constante por hilar su poesía con sus lazos familiares, por evocar a las ancestras como forma de curar las heridas del pasado y el presente. La familia es un tema que ella aborda desde distintos ángulos, a ratos entre poesía en prosa y otros en verso. La voz poética nos remite a la tradición y la necesidad de sanación. Lo que nos plantea otro poderoso símbolo de las abuelas, en una magnitud doble: de portadoras de dolor/ sanadoras.

No es fortuita la asociación de abuela-curandería. Muchas de ellas, ancianas andinas y amazónicas son portadoras de conocimientos para aliviar lo que le llamamos “aire”, “susto” y conocen el uso de plantas medicinales o plantas maestras. Esa sabiduría la creímos casi extinta por la colonización en el siglo XVI, por las transformaciones sociales de los últimos siglos, está viva. El capitalismo ha querido apoderarse del conocimiento de estas abuelas y venderlo bajo una idea de espiritualidad vaciada de su componente cultural, aprovechándose del acumulado de saber por milenios. Y por eso mismo,  las hijas andinas y amazónicas de este tiempo tenemos la ardua tarea de hacer un pare a este mercantilismo depredador.

Una conversación con Leda me recordó al poemario de José Watanabe, “Álbum de familia”, pero también a Vallejo y sus poemas a su hermano Miguel, Hinostroza tiene un conjunto de poemas dedicados a su familia y más contemporánea, Gloria Mendoza Borda con el libro “Mi abuela, mi patria” (Grupo Editorial Arteidea, 2018). Mendoza Borda es una gran difusora del pensamiento andino, fue visionaria en plantearnos el lazo de la mujer, el territorio y la Patria como lo hace en ese libro. Otra escritora del sur muy interesante es Pilar Vilcapaza con su libro sobre las ancestras aymaras “Mama Hampi” (Grupo Editorial Hijos de la Lluvia, 2022).

Las poéticas de la familia han poblado nuestra literatura, como una pregunta por la identidad, los espacios íntimos, lo colectivo. El  foco sobre las abuelas, es feminista, nos lleva a repensar esas raíces, que Mendoza Borda encuentra en su propia abuela. Esa búsqueda de precursoras, de esas otras disidentes anónimas nos intriga y envuelve. Desde el Teatro, encontré la obra colectiva “A nuestras abuelas”, dirigida por Jazmín Labrin, producido por Miski Mazzini y Xiomara Mía; otra iniciativa hermosa se llama “Cuéntame de tu abuela”, un esfuerzo por construir un archivo latinoamericano de relatos.

Carolina Ortiz publicó en 2023 el libro “Bordando Quilcas” (Hipatia ediciones, 2023),  que es un homenaje a muchas madres y abuelas andinas, pero además suma a las ancestras culturales más antiguas, se trata de Cavillaca, Chuquisuso, Chaupiñamca del manuscrito del siglo XVI “Dioses y hombres de Huarochirí”, recopilado por el sacerdote Ávila y traducido por José María Arguedas. En esa revisión histórica y del archivo colonial, la escritora encuentra a las mujeres resisten ante el patriarcado desde la colectividad, la reciprocidad andina. Ellas, son finalmente las más antiguas abuelas, guardianas de la memoria, conocedoras de la técnica del cultivo, poseedoras de voz propia, agentes transformadores de la civilización.

En esta búsqueda sobre las familias, lo andino, la migración y el feminismo, voy encontrando otras voces con esa inquietud, como si se tratara de algo que está en el aire, como si estuviéramos hilando una memoria teórica migrante desde la poesía y las artes, porque final todo texto responde a una necesidad de su propio tiempo.

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