La prostitución ha sido un tema polémico que ha suscitado opiniones divididas a lo largo de la historia. Mientras algunos sectores de la población la cuestionan por razones éticas, morales y de seguridad, argumentando que puede fomentar la explotación y la violencia contra las mujeres, además de contribuir a la trata de personas, otros defienden la práctica como un derecho individual sobre el propio cuerpo, y sostienen que con regulaciones adecuadas podría garantizarse la seguridad y los derechos de las trabajadoras sexuales.
Desde una perspectiva histórica, la prostitución ha estado presente en el continente americano desde tiempos precolombinos. En el Tahuantinsuyo, por ejemplo, existieron las pampayrunas, mujeres dedicadas a satisfacer los deseos sexuales de los varones del Imperio incaico. Esta práctica, realizada por mujeres que no eran vírgenes ni viudas, buscaba prevenir el incesto y violaciones.
Con la llegada de los españoles y la instauración del virreinato en 1542, se introdujeron cambios en la estructura política, social y económica de la región dominada por los conquistadores. Ellos fundaron ciudades, como Lima en 1535, impusieron el cristianismo y establecieron el sistema de encomiendas.
Respecto a la prostitución durante esta etapa de la historia, es sabido que los foráneos no solo la implantaron en los Andes sino que también facilitaron su práctica en las ciudades, incluyendo Lima. Este proceso se inscribe en el marco de los cambios socioeconómicos y culturales que introdujeron los conquistadores en el nuevo contexto colonial.
La prostitución en la colonia
En el libro: “Protección de la Familia en el Estado Incaico y la Prostitucion en la Colonia”, de Lorgio A. Guibovich Del Carpio, se da cuenta de cómo era la prostitución en el siglo XVI y las injusticias que se cometían contra las mujeres que, dicho sea de paso, no eran las pampayrunas.
“Con la llegada de los españoles se ha usado la palabra ‘HUARMI PAMPA’, y también con ellos se da inicio a la prostitucion en el Perú. Las mujeres se vieron obligadas a prostituirse y a entregarse a las manifestaciones sexuales más morbosas, que se hayan cometido en el mundo andino. (...) (la prostitución) para las mujeres significó dolor, aberración vergüenza y angustia; no habia otro remedio, por la fuerza fueron inducidas y obligadas a entregarse a este vil comercio, de las que no se escaparon las esclavas y las jornaleras, porque, estas eran alquiladas por sus amos”, señala Guibovich.
Como se indicó anteriormente, las mujeres que se dedicaban a la prostitución no eran las pampayrunas, es decir, no eran prisioneras de guerra. Según fuentes históricas, como las citadas por López de Gomara, eran principalmente las hijas de los indígenas quienes, muy a su pesar, eran compelidas por sus familiares a ejercer el meretricio. Esta práctica tenía como finalidad obtener ingresos monetarios para que los varones pudieran pagar los impuestos exigidos por los encomenderos.
Los pueblos nativos buscaban, por todos los medios posibles, evitar la mita, un sistema laboral forzoso impuesto por los colonizadores españoles. Este sistema obligaba a los indígenas a trabajar en condiciones extremadamente duras, especialmente en las minas para la extracción de plata. Para evitar que los hombres fueran reclutados para este trabajo, algunas familias tomaban la decisión de que sus parientes femeninos se involucraran en la prostitución. Los ingresos generados por este medio eran entonces utilizados para pagar los tributos al encomendero, procurando de esta manera liberar a los varones de la obligación de participar en la mita. Este fenómeno refleja las duras condiciones y las medidas desesperadas a las que se veían empujadas algunas familias indígenas bajo el sistema colonial español.
A diferencia de las pampayrunas, las prostitutas de la colonia sí recibían dinero. Sobre este tema en cuestión, Virgilio Roel, autor de “Historia social y económica de la colonia”, indicó lo siguiente: “(...) Aquí se quedan y mueren infelizmente en los socavones y laberintos de Huancavelica. Aquí se ven las ventas de mulas, los empeños de los vestidos; y lo que es más de sentir por este tiempo empeñan, alquilan a sus hijas y mujeres a los mineros, a los soldados, y mestizos, a cincuenta y sesenta pesos; por verse libres de las minas”.
“Estas mujeres vendidas son inducidas a la prostitucion, mediante el sistema de amantes, concubinas y en otros casos son entregadas al mejor postor a cambio de una moneda”, agregó. Es preciso señalar que estas citas aparecen en el libro de Guibovich.
El académico también dio a conocer una declaración de Gonzáles de Suárez, quien indicó que cada español noble contaba con indias solteras para el servicio de su familia y que ellos elegían a sus parejas. También agregó que los foráneos “les consentían que vivieran libremente en ilícito comercio de la prostitucion”.
Esta cita implica que las nativas no eran obligadas a prostituirse. Como es sabido, en la colonia algunas mujeres esclavas y jornaleras se dedicaban a la venta de productos, un trabajo que le traía problemas si es que no vendían una cierta cantidad de objetos. Por ejemplo, ellas eran azotadas si no lograban cumplir con lo que se les había encomendado. Para evitar el castigo, se dedicaban a la prostitución “para poder de esta manera contar con el dinero suficiente que su amo le exigia; si era hombre se dedicaba al robo”. Así lo dio a conocer Virgilio Roel.
También existía otra necesidad que las obligaba a prostituirse. “Las indias se alquilaban muchas veces a los españoles para poder recabar de esta manera el dinero suficiente, para poder pagar la deuda de su esposo, actitud que es aprovechada por el vil explotador para estar amancebándose a cada rato con la infeliz criatura (....)”, mencionaron Juan, Jorge y Antonio de Ulloa, autores que aparecieron en el libro “Protección de la Familia en el Estado Incaico y la Prostitucion en la Colonia”.
Ahora bien, ante los excesos que cometían los españoles contra los nativos en el Ande, el 20 de octubre de 1576, el virrey Toledo envió a Cristóbal Molina al Cusco para que diera a conocer un mensaje a las autoridades. El texto que leyeron los españoles en cusco fue el siguiente:
“A las indias que de dichas parroquias hallares estar amacenbadas a si con españole de la dicha ciudad y parroquias como con indios o con otros cualquier persona, las quitaréis de tales amancebamientos y las ponéis en casa de personas sin sospecha a que sirvan o estén en depósito, como os pareciere, haciendo los conciertos que convengan sobre ello, ante escribano de la dicha visita, de manera que tales indias entiendan que no han de estar amancebadas y han de servir bien y no andar vagabundas ni con semejantes vicios y pecados; y procedéis, contra los tales españoles y demás personas con quien estuvieren amancebadas, con todo rigor, de manera que sean castigadas por el dicho amancebamiento (Ordenanza de Toledo)”.
Es menester señalar que las indígenas se dedicaban a la prostitución en las plazas públicas, encomiendas, mitas, obrajes, comunidades, e incluso en las iglesias. “Las mujeres se entregaban a uno y otro hombre, recibían a cuantos querían ir a ella, así fueron forzadas estas mujeres y son públicas para todo el mundo, por ellas pasan satisfaciéndose sexualmente curas, encomenderos, corregidores , soldados, caciques, yanaconas y hatunrunas”, sostuvo Guibovich.
La prostitución no fue exclusiva del incaico; en Lima también se estableció, concentrándose principalmente en lo que ahora es la Plaza de Armas de Lima y sus alrededores. Muchas mujeres ejercían este oficio disimulando su actividad detrás de la saya y el manto, prendas tradicionales que les permitían ocultar su identidad y actividades.
La prostitución ha estado presente en la sociedad peruana desde tiempos remotos y, a pesar de que han transcurrido varios siglos, las mujeres que se dedican a este oficio aún enfrentan numerosos riesgos. A menudo se menciona a la prostitución como el oficio más antiguo del mundo, y, lamentablemente, a lo largo de la historia, las mujeres involucradas en ella han sido objeto de violencia y explotación.
Esta situación subraya la necesidad de reflexionar sobre el pasado para evitar repetir los mismos errores y abusos en el presente y futuro. Es fundamental fomentar un enfoque más humano hacia la prostitución, entendiendo las circunstancias que llevan a las mujeres a este oficio y trabajando para crear condiciones más seguras para ellas. Esto podría incluir la implementación de medidas de protección, el reconocimiento de sus derechos y la oferta de alternativas y oportunidades de desarrollo personal y profesional. Solo así se podrá avanzar hacia una sociedad que respete la dignidad y la libertad individual, aprendiendo de los sucesos históricos para construir un futuro más justo para todos.