Si bien es cierto todos los peruanos sabemos que la fecha en la que celebramos nuestra independencia del yugo español es el 28 de julio de 1821, lo cierto es que ese momento ya se venía gestando desde varios años atrás y en varios lugares del todo el país.
Una de esas tantas acciones que buscaban ver a un Perú libre de todo dominio extranjero se dio en 1815, cuando en el Cusco se produjo un choque decisivo entre las milicias dirigidas por el brigadier Mateo Pumacahua quien junto a los hermanos Angulo (José, Vicente y Mariano), que se oponían al dominio español, y las fuerzas leales al Virreinato del Perú.
Este enfrentamiento, conocido como la batalla de Umachiri, no solo delineó el devenir inmediato de la rebelión, sino que, tras la victoria de las tropas virreinales, selló el destino de sus líderes insurgentes a través de su captura y ejecución.
Dos versiones, una historia
Documentos de la época, redactados con objetivos específicos por cada bando, ofrecen un relato multifacético de los hechos. Entre las fuentes relevantes se encuentra el ‘Diario de la Expedición del Mariscal de Campo D. Juan Ramírez’, elaborado por el teniente coronel Juan José Alarcón, destinado a magnificar los logros de las campañas realistas.
Desde el bando contrario, el interrogatorio incluido en el Proceso de Pumacahua aporta luz sobre los motivos y esperanzas de los rebeldes, mientras que papeles como la proclama de Pío Tristán a los arequipeños reflejan el esfuerzo por mantener la lealtad a la corona entre la población local.
La cruenta contienda transcurrió en un momento de intensas movilizaciones tanto militares como civiles, donde estrategias y lealtades se ponían a prueba constantemente. Antes de este choque, la ocupación de Arequipa por parte de las fuerzas de Juan Ramírez Orozco, sin enfrentar resistencia, había marcado un avance crucial para los realistas. El control de puntos estratégicos y la promesa de amnistía jugaron un papel importante en la debilitación de las fuerzas insurgentes en la región.
A medida que se aproximaba el conflicto, Pumacahua se vio forzado a replantear sus tácticas debido a las acciones de los regimientos realistas. La concentración de fuerzas en Cusco, buscando evitar un cerco total o el desembarco de más tropas enemigas, evidencia la difícil situación estratégica de los insurrectos.
Este episodio histórico, reflejado en diversas fuentes documentales tanto de la época como de estudios posteriores, presenta una compleja trama de aspiraciones, estrategias y lealtades. Los escritos de personajes como Manuel Lorenzo de Vidaurre en su obra “Carácter del general Pomacagua” o los reportes de los oidores de la Audiencia de Cuzco sobre las persecuciones sufridas, proporcionan una rica narrativa sobre las vicisitudes de la rebelión y los esfuerzos por combatirla.
De igual manera, la detallada correspondencia intercambiada entre líderes militares y civiles revela tanto la dedicación a la causa como las dificultades enfrentadas en el camino hacia un objetivo común: la independencia o la preservación del orden colonial.
La batalla de Umachiri no solo fue un momento definitorio en la lucha por la independencia peruana, sino que también marcó el inicio de una serie de represalias y ajustes de cuentas por parte del virreinato, cuyo impacto resonaría en los años venideros. Los líderes de la rebelión, ahora convertidos en mártires, se erigieron como símbolos de la resistencia frente a un régimen que buscaba afianzar su dominio a través del poder militar y el sometimiento de cualquier foco de disidencia.
Fuerza disparejas
El ejército patriota en la batalla de Umachiri estaba liderado por figuras destacadas como el poeta Mariano Melgar y el brigadier Mateo Pumacahua, quienes comandaban un conjunto diverso de fuerzas rebeldes. Este ejército incluía desde hombres armados con sables y pistolas hasta aquellos equipados con armas más rudimentarias como lanzas y hondas.
Curiosamente, su artillería provenía de desertores realistas, eficazmente complementada por piezas fundidas localmente. Las estimaciones sobre el tamaño de esta fuerza variaron significativamente, oscilando entre 12,000 y 36,000 hombres de acuerdo a diferentes fuentes, reflejando la complejidad de asentar un número preciso.
Por su parte, las fuerzas realistas involucradas en la campaña consistían en menos de 2000 hombres, con una composición inicial que podría no haber alcanzado los 1500 efectivos. Estas tropas incluían mayoritariamente a individuos de origen cusqueño, posiblemente de sectores previamente enfrentados a los grupos sublevados.
Al inicio, el contingente se organizaba en dos batallones del regimiento de Infantería de Línea del Cusco y el batallón General del Alto Perú, sumando un total aproximado de 1200 infantes y 50 jinetes, además de disponer de una artillería compuesta por seis cañones. Según informes de la época, a estas fuerzas se unieron voluntarios y jinetes reclutados localmente durante la campaña.
La hora de la verdad
Ubicada en Puno, el terreno de Umachiri, caracterizado por su geografía complicada con ríos como el Umachiri y el Ayaviri y la proximidad a poblaciones como Pucará, desempeñó un papel fundamental en las tácticas y la logística de ambos bandos.
La estrategia de los rebeldes de aprovechar la topografía favorable, planificando su posición al norte del río Llalli, complicó considerablemente las maniobras realistas, forzándolos a realizar esfuerzos significativos para cruzar el río bajo condiciones adversas. Esta ventaja táctica, sin embargo, no fue suficiente para asegurar la victoria rebelde.
Las primeras horas del enfrentamiento vieron a las fuerzas de Ramírez esforzarse por cruzar los ríos, enfrentándose a la artillería y caballería rebeldes en un intento por alcanzar y desorganizar las líneas enemigas.
A pesar de la astucia rebelde y la utilización del terreno a su favor, la infantería realista, mediante una audaz operación de cruce y combate cuerpo a cuerpo, logró desestabilizar y finalmente romper las líneas rebeldes en un lapso de 15 minutos, decantando así el resultado de la batalla.
Este conflicto dejó numerosas bajas en el bando rebelde, capturas significativas de armamento y la posterior ejecución de líderes como Pumacahua. La postura victoriosa de Ramírez y sus tropas en la posterior ocupación de Cusco marcó el fin de esta insurrección, estableciendo una firme autoridad virreinal sobre la región.
Este episodio, resonante en la historia peruana, destaca por su representación de la valentía y el sacrificio en el arduo camino hacia la independencia del país. Finalmente, este sería un paso más para lo que sería lo que los peruanos ya andaban buscando: la independencia de los españoles luego de tres siglos de horror.