Desde tiempos inmemoriales, los escritores se han congregado alrededor de una mesa para sumergirse en conversaciones en las que las ideas son las protagonistas. Con una copa en mano, muchos se animan a discutir sobre diversos temas, predominando la literatura, ese ámbito del conocimiento que pocos buscan explorar, ya que aún persiste la creencia de que carece de un fin práctico.
Sentados en sillas de madera bajo un techo acogedor, algunos literatos podrían verse animados a compartir sobre sus proyectos literarios, mientras que otros critican fervorosamente la cultura de su época. Esporádicamente, puede surgir un debate, pero este frecuentemente se disipa con un “salud, compadre”.
Esta tradición de reunirse no ha perdido vigencia, pues en el restobar Queirolo, ubicado en el cruce de los jirones Quilca y Camaná en el Centro Histórico de Lima, es común ver a jóvenes y adultos conversando con gran entusiasmo sobre temas específicos. A primera vista, podríamos suponer que no son literatos, pero si prestamos atención a sus conversaciones, podremos distinguir los temas que abordan en tertulias que se extienden por horas.
El Queirolo no es el único local donde se puede escapar de la vorágine de la ciudad. En distintos puntos de la capital existen diversos bares donde no solo es posible disfrutar de una bebida y algo de comer, sino también escuchar música en vivo. El sonido estridente de las canciones podría ser una barrera cuando lo que se busca es dialogar y profundizar en las ideas de un novelista o poeta, con el objetivo de recibir retroalimentación de amigos que también son literatos.
Se dice a menudo que todo tiempo pasado fue mejor y, en verdad, esta afirmación puede encontrar fundamento al no existir en la actualidad un lugar similar a la peña Pancho Fierro, un espacio donde se podía conversar tranquilamente, brindar y ser testigo de una variedad de manifestaciones culturales, las culaes se realizaban de manera ordenada y permitían la conversación en los intermedios o después de concluir la presentación o exposición.
Conociendo esto, más de un lector podría sentirse motivado a visitar este recinto cultural, pero lamentablemente ya no está en funcionamiento. Pero, ¿cuándo cerró este lugar?, ¿por qué fue un recinto importante en el siglo XX?, ¿qué personalidades visitaron sus instalaciones? Para responder a estas interrogantes, recurriremos a la información que se encuentra en el libro “El eslabón perdido: surrealismo, indigenismo y neoindigenismo en Abril, Arguedas, Moro y Westphalen”, de Yolanda Westphalen Rodríguez.
Peña Pancho Fierro, el histórico y emblemático centro cultural del siglo XX
En el corazón del centro de Lima se encontraba la histórica peña Pancho Fierro, un lugar donde los escritores conversaban sobre temas culturales y apreciaban manifestaciones artísticas. Aunque cambió de ubicación en más de una ocasión, siempre permaneció dentro del corazón del Centro Histórico de Lima , facilitando así el acceso a literatos y artistas.
En relación a los locales donde funcionó la peña Pancho Fierro, es preciso citar a Yolanda Westphalen Rodríguez, quien en su libro “El eslabón perdido: surrealismo, indigenismo y neoindigenismo en Abril, Arguedas, Moro y Westphalen” señaló lo siguiente: “Funcionó en distintos locales, el primero en una casona cerca de la plaza de la Inquisición, de donde se mudó en 1938 a una casita de la beneficencia pública que las hermanas Bustamante alquilaban y quedaba en la plazuela de San Agustín, y, finalmente, en una casa de la avenida Washington, cerca de la avenida Alfonso Ugarte, al lado de la casa donde vivían las fundadoras de la Peña”.
Contrario a lo que se piensa, se podía ingresar a este lugar siempre y cuando la persona hubiera recibido una invitación por parte del organizador de la reunión cultural. Respecto a los fundadores de este recinto, se sabe que en 1936 Alicia Bustamante, Celia Bustamante y José María Arguedas iniciaron este proyecto que les brindó muchas satisfacciones y contribuyó significativamente a la cultura del país.
Estas personas cumplían un rol activo en el recinto. De esto da cuenta Westphalen Rodríguez en su libro: “Alicia Bustamante expuso su colección de arte popular, también se mostraron las máscaras de Arturo Jiménez Borja, y Arguedas invitaba a músicos serranos o él mismo cantaba y bailaba waynos y otros bailes andinos típicos, luego de lo cual los asistentes acudían a los coliseos donde se presentaban grupos musicales y de danza de distintas regiones de la sierra”.
Durante los primeros años de funcionamiento del centro cultural, en Perú existían dos corrientes bien definidas: el indigenismo, representado por José María Arguedas, y el vanguardismo, encarnado en Emilio Adolfo Westphalen. Ninguna de estas maneras de concebir la literatura fue excluida en el local en cuestión.
“La tarea compartida era la de aprehender los lenguajes artísticos de las múltiples culturas presentes en el Perú, comprender sus complejas narrativas míticas y técnicas artísticas (cerámica, textiles), romper las jerarquías entre arte culto y popular, y apostar por una nueva función y un papel distinto del artista en el seno de dicha cultura y sociedad. Reiteramos, por eso, el rol crucial que cumplieron las hermanas Bustamante y la peña Pancho Fierro en dicho proceso”, sostuvo Westphalen Rodríguez.
Sin duda, la peña causó impacto en las personas que la visitaron. “Jugó un papel decisivo no solo en el establecimiento de las características específicas del campo literario de la época, sino también en el desarrollo de la sensibilidad estética de los artistas e intelectuales que la frecuentaban”, sostuvo la investigadora.
En cuanto a los escritores de talla internacional que desfilaron por el recinto cultural, la autora de “El eslabón perdido…” dio a conocer lo siguiente: “Asimismo, por ella pasan personalidades extranjeras artísticas e intelectuales que se encuentran de visita en Lima, haciendo de la Peña un espacio de encuentro con el exterior: estuvieron allí Jean-Louis Barrault, Jean Villar, Pablo Neruda y, tras la conmoción de la Guerra Civil Española, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, Margarita Xirgu y su compañia teatral, así como el escritor y periodista, quien terminó instalándose en Lima”.
La peña Pancho Fierro de Lima, que cerró sus puertas para siempre en la década del 60, se convirtió en un punto de encuentro clave para intelectuales, artistas y escritores peruanos, quienes hallaron en sus instalaciones un lugar de expresión y libertad creativa en un periodo marcado por cambios políticos y sociales importantes. Su importancia radica en haber sido cuna y refugio de generaciones de talentos que definieron el rumbo de la cultura peruana en el siglo XX.