El paso del tiempo ha hecho que sus voces se ralenticen un poco, pero ha intensificado el afecto que sienten por su padre, un multifacético escritor que aportó a la cultura peruana no solo con sus creaciones literarias, sino también desde su ardua labor como gestor cultural y profesor. Esta peculiar manera de expresarse de las dos mujeres quedó atrás cuando comenzaron a hablar de su progenitor, un poeta al que conocen bien y por quien sienten una genuina estima: amor.
Ellas están separadas por miles de kilómetros, pero a la vez están unidas por un vínculo familiar: ambas son hijas de un insigne escritor peruano que destacó tanto en el movimiento literario que profesó, como en su labor cultural y política. Se trata de Emilio Adolfo Westphalen, un literato cuya obra no se examina en profundidad en los colegios nacionales ni en las academias preuniversitarias, a pesar de que sus poemas fueron leídos y elogiados por escritores renombrados como José María Arguedas y César Moro.
Este amo y señor de los versos también es conocido por haber sido un agitador cultural, una función que le permitió ayudar a escritores emergentes en la difusión de sus creaciones literarias a través de las revistas que dirigió. En el ámbito político, desempeñó un loable trabajo como agregado cultural de Perú en países como Italia, México y Portugal.
Sus hijas, Inés y Silvia Westphalen Ortiz, están plenamente conscientes de la labor cultural realizada por su padre y se llenan de vitalidad al hablar de él. Infobae Perú conversó con cada una de ellas para descubrir algunos pasajes poco conocidos de la vida de su progenitor. Una reside en México, mientras que la otra se encuentra en Lima. Ambas tomaron rumbos distintos en sus estudios mientras su padre escribía poemas y ensayos lejos de su patria.
“Mi padre fue un maravilloso padre y abuelo. Por allí decían que no se ocupaba de nosotras. Esto no es cierto, pues él estaba al tanto de lo que pasaba en la casa; además, jugaba con nosotras, nos contaba historias y siempre se daba un tiempo para ver qué necesitábamos”, contó Inés desde México, un país en el que su padre desempeñó el cargo de agregado cultural.
A menudo se piensa que los poetas son seres bohemios que pasan mucho tiempo en soledad. Sin embargo, esta idea se desmitifica con el testimonio de sus dos hijas, quienes recuerdan gratos momentos con su padre, aquel hombre que no bebía en exceso, pero que se embriagaba con la poesía surrealista de Francia. Como es conocido, el movimiento de vanguardia del surrealismo se originó en ese país.
“Su presencia se sentía mucho en la casa. Recuerdo haberlo acompañado en sus visitas a Blanca Varela y Abelardo Oquendo. Era una persona muy silenciosa”, expresó Silvia, quien se encuentra en Perú, el país que vio nacer al vate un 15 de julio de 1911.
Aunque no era muy expresivo con sus hijas, Emilio Adolfo Westphalen les dedicaba muchos momentos de calidad. Si un lector se entera que nuestro compatriota tuvo diversas ocupaciones, es probable que diga o crea que el poeta no compartió mucho tiempo con su familia. Sin embargo, esto no fue así, dado que a cualquier país que iba, viajaba con su familia. No obstante, en la década de los 80, su padre tuvo que viajar a Portugal por motivos de trabajo. En esa ocasión solo Silvia viajó con el ilustre poeta. Es menester señalar que años antes de este suceso, la destacada pintora Judith Westphalen, esposa del vate y madre de Inés y Silvia, falleció en Roma. Su partida no solo enlutó a su familia, sino también al círculo artístico.
En Portugal, Silvia compartió gratos momentos con su progenitor y lo vio disfrutar de las exposiciones de arte y de los museos. El literato no solo los apreciaba, sino que también escribía ensayos. Esta faceta es poco conocida pero no por eso menos importante. En sus escritos, aborda el tema de la poesía, su proceso de escritura, así como también reflexiona sobre los problemas del arte y la cultura. También le rindió homenaje a diferentes poetas.
Aunque no era muy expresivo, el escritor se mantenía atento a sus hijas y compartía con ellas momentos memorables, especialmente en la infancia, una etapa en la que las experiencias pueden marcar a las personas. Es importante mencionar que la introspección del multifacético intelectual no solo se observó en las últimas etapas de su vida. En la década de los 30, Concha Meléndez, escritora puertorriqueña, conoció al literato en la peña Pancho Fierro. En ese entonces, Westphalen ya había escrito sus dos poemarios más reconocidos en la actualidad.
En el libro “El imaginario nacional. Moro – Westphalen – Arguedas. Una formación literaria”, de Alberto Escobar, la escritora nacida en Puerto Rico dio su testimonio sobre la vez que vio al ‘amante de las letras’ en la peña: “Westphalen es alto, de grandes ojos de asombro y de muy escasas palabras. Vive en un mundo poético surrealista, parte del cual nos ha mostrado en sus libros ‘Las ínsulas extrañas’ y ‘Abolición de la muerte’”.
Por otro lado, existe la creencia de que los escritores se mantienen alejados de las matemáticas. Sin embargo, esto no fue el caso del representante del surrealismo en Perú, quien intentó ingresar a la Escuela de Ingeniería antes de optar por la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM).
“Curiosamente, él comenzó a trabajar en una compañía minera, exactamente en la parte administrativa. Se encargaba de llevar las cuentas, debido a que era buen matemático. Con este primer empleo pudo crear su revista. Esto sucedió luego de que le entregaran su liquidación”, indicó Inés, la hija mayor de Emilio Adolfo Westphalen.
El dinero de su liquidación lo utilizó para crear Las Moradas (1947-1949), una revista cultural en la que aparecieron artículos de intelectuales peruanos y extranjeros. Por ejemplo, en sus páginas se podían leer los textos de Martín Adán, César Moro, Luis Valcárcel, Karl Jaspers, entre otros destacados personajes. Es preciso mencionar que este último fue psiquiatra y filósofo alemán. Esta labor evidencia que el peruano de ascendencia alemana e italiana tenía influencia tanto en el territorio nacional como en otros países.
“Literariamente era muy exigente consigo mismo, y eso también se pudo ver en las revistas que editó. Realmente se esmeraba para que no hubiera errores de diagramación y diseño”, señaló Silvia.
A través de su revista, Emilio Adolfo Westphalen impulsó la carrera literaria de muchas personas del ámbito cultural, entre ellos José María Arguedas, a quien conoció en el patio de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En 1928, EAW ingresó a esta casa de estudios; tres años después hizo lo propio el ‘Tayta’. Es importante destacar que ambos habían realizado, coincidentemente, publicaciones en un mismo año: 1933. En ese año, Westphalen publicó “Las ínsulas extrañas”; entre tanto, Arguedas presentó “Warma kuyay”, su primer cuento.
Dos años después, el novelista publicó “Agua”, su primer libro de cuentos; y Westphalen su segundo poemario, “Abolición de la muerte”. Otro hecho que los une es que ambos fueron detenidos y acosados, injustamente, durante la dictadura de Óscar R. Benavides.
Con el transcurrir de los años, su amistad se fortaleció; sin embargo, debido a obligaciones laborales, pasaron largos períodos en ciudades distantes. Ante esta situación, recurrieron a las cartas. A través de ellas, compartían sus opiniones sobre el panorama cultural de aquel entonces y relataban anécdotas conmovedoras.
Respecto a las misivas que se enviaban, Yolanda Westphalen Rodríguez escribió lo siguiente en su libro “El eslabón perdido: surrealismo , indigenismo y neoindigenismo en Abril, Arguedas, Moro y Westphalen”: “(...) La primera carta que el autor andahuaylino escribe la envió desde Sicuani, Cusco, el 9 de enero de 1939, adonde fue destacado como profesor del colegio Mateo Pumacahua (...) cuenta la emoción que lo embarga al haber recibido un poema de sus alumnos, Adrián Quispe, en quien ve encarnado todo sus esfuerzos por transmitir la belleza de la poesía de Eguren, Westphalen, Moreno Jimeno, García Lorca y Fray Luis de León, que eran los autores que él les había enseñado a sus alumnos”, señaló.
A continuación presentamos los fragmentos de las cartas, las cuales fueron extraídas del libro “El río y el mar. Correspondencia José María Arguedas / Emilio A. Westphalen”, de Inés Westphalen Ortiz.
Sicuani, 16 de julio de 1939
“Y ahora viene lo serio: Tú dudas de que no comprendan tus versos. Claro que esos animales de críticos comenzando por el asno de Núñez y terminando en el lego de Jiménez y toda esa carroña escogida de pequeños literatos, tienen incapacidad mental para entender nada de lo que verdaderamente es arte. Mientras yo, aquí, leo Eguren, leo Abolición, leo García Lorca, con mis alumnos. Y ellos entienden y repiten los poemas cuatro y cinco veces. Si vieras cuantos ratos de hermosura he pasado con ellos leyendo tus versos y los de Eguren. Y no solo en clase; hay como siete u ocho que vienen a mi casa, y se van a la chacra con tus libros, con el de Enmanuel o Eguren. Después regresan, como a la hora o más, y conversamos en mi cuarto hasta bien entrada la noche (...)”.
Westphalen respondió la carta de Arguedas el 22 agosto 1939:
“Estoy encantado que los muchachos de la escuela lean mis poemas y los de Eguren. Sobre todo, si uno piensa en la clase de lectura con la que por lo general, se atiborra al escolar y al mismo tiempo se malea sus dotes nativas para la poesía. Espero mucho de esa influencia, que sería de desear pudieras completar con la más rica de la poesía francesa de este siglo y del pasado. Tu sabes que uno de los lemas capitales del surrealismo, uno de los que con más frecuencia repiten, es esta sentencia de Lautréamont: ‘la poesía debe ser hecha por todos’. Que lleva como correlato necesario, desde luego, esta otra: ‘la poesía debe ser escuchada por todos’. No se trata en definitiva sino de darle libre curso (...)”.
Tanto Inés como Silvia señalan que su padre no solo sentía pasión por la literatura. En diálogo con Infobae Perú revelaron que las artes plásticas estuvieron presentes en la vida del vate. “Él era muy afín a las artes visuales tanto que en algún momento jugueteó un poquito con la idea de poder desenvolverse en la pintura, cosa que más bien luego estuvo a cargo de mi madre”, sostuvo Inés.
Por su parte, Silvia, la hija menor, dijo que su progenitor sentía un cariño especial por las artes plásticas en general. “Todas las expresiones de las artes plásticas le interesaron mucho, siempre fue muy cercano a pintores”, indicó.
En la biblioteca de Westphalen, los libros de poesía compartían espacio con los de arte. Pese a su inclinación por la escultura y la fotografía, solo creó arte en el ámbito de las letras. Precisamente en este campo produjo su obra relevante. Sin embargo su pasión la trasladó a su hija Silvia, quien con el tiempo se convirtió en una destacada escultora.
El autor de “Las ínsulas extrañas”, al igual que César Moro, no buscaba la fama en el espectro literario. En su ensayo “Escritos varios sobre arte y poesía”, dedicó algunas líneas al asunto: “Reafirmaré sí mi convicción que lo válido y tangible y disfrutable en la Poesía es el poema y que a él es a quien hay que prestar atención y reverencia. Considero por tanto que se exagera el papel del poeta cuya misión se limita a la de simple oyente y trasmisor de lo oído (...)”.
Es sabido que el representante del vanguardismo tuvo un silencio de cerca de cuatro décadas luego de la publicación de la “Abolición de la muerte” (1935). Durante este tiempo, editó El uso de la palabra y fue director de las revistas Las Moradas y Amaru. También se desempeñó como traductor de las Naciones Unidas, en Nueva York, y de la FAO (Food and Agriculture Organization), en Roma.
“En cuanto a aquella etapa de silencio poético, creo que es importante que recordemos sus propias palabras: él decía que lo extraordinario no era dejar de escribir poesía, sino más bien escribirla”, manifestó la hija mayor de EAW.
Edgar O’Hara también se refirió a este silencio en su libro “La poesía en custodia”: “EAW patentó el silencio poético entre 1935 y 1980 (si hablamos de libros, claro está), a no ser que tengamos presentes los escasos poemas que vieron la luz en revistas y que forman la última sección de ‘Otra imagen deleznable… (1980). En realidad tendríamos que decir otra cosa: EAW hipotecó el silencio poético a contra entrega de un plan de acción que él todavía no vislumbraba. De ahí que sea gráficamente posible ―suscribiendo lo afirmado por Coyné― hablar del segundo Westphalen y que la reunión de poemas de 1980 constituya un paso decisivo”.
Tras cerca de 40 años, Westphalen vuelve a la literatura con el poemario “Otra imagen deleznable” (1980). En este libro se puede apreciar otro tono, pero mantiene la maestría de sus versos. Por ejemplo, el Premio Nobel de Literatura Octavio Paz aseveró que el escritor “es uno de los poetas más puramente poetas entre los que escriben en español”. “Su poesía no está contaminada de ideología ni de moral ni de teología. Poesía de poeta y no de profesor ni de predicador ni de inquisidor. Poesía que no juzga, sino que se asombra y nos asombra”, agregó.
Con el transcurrir del tiempo, el amigo de Arguedas tuvo problemas de salud. Durante los últimos seis años de su vida, estuvo internado en una casa de reposo en Barranco y en la clínica Maison de Santé; en este último lugar falleció a causa de una neumonía. Según su hija Silvia, el centro de salud atendió a su padre de manera gratuita. Esto fue un alivio, ya que la pensión de gracia que recibió su progenitor no era suficiente para cubrir todos los gastos médicos. Con lo que recibía, apenas alcanzaba para pagar a una enfermera y unas cuantas medicinas.
“Gracias a sus amigos y a la clínica Maison de Santé, pudo ser antendido en sus últimos años de vida. Sin su ayuda, no hubiéramos podido cubrir las necesidades médicas de mi padre. La pensión de gracia que le otorgaron con las justas nos alcanzaba para cubrir medicinas y otros gastos”, expresó la artista.
En los últimos años de vida, sus chispazos de buen humor se habían esfumado. De esto da cuenta O’Hara: “En sus mejores momentos, infatigable (antes de los años noventa, cuando aún podía caminar), desplegaba, dentro de la más absoluta discreción, y sentido del humor muy sarcástico y severo. Era un puente la comunicación, porque otras veces podía rondarlo el absoluto silencio”.
Este mismo investigador señaló que la enfermedad lo afectó sobremanera, al punto de “no poder valerse por sí mismo, algo terrible para quien había seguido el modelo de desplazamiento de su maestro Eguren: caminar desde Barranco al centro de Lima y viceversa”.
Emilio Adolfo Westphalen falleció el 17 de agosto de 2001 a los 90 años. Desde entonces han transcurrido 24 años desde que la presencia del escritor se desvaneció en una clínica de Chorrillos. Ese día, sus hijas y el Perú experimentaron un profundo dolor; sin embargo, una sonrisa se dibuja en sus rostros cuando hablan de su padre. Ellas lo recuerdan como una persona de pocas palabras, callada, pero con un sentimiento enorme que irradiaba a su familia y a la cultura.
“En algún escrito que tiene mi padre sobre su infancia cuenta cómo lo imantaban los trenes que llegaban de la sierra llenos de vida y de gente que llegaba por primera vez a la gran ciudad de Lima”, recordó Inés. Por su parte, Silvia expresó que a su padre le interesaba el arte precolombino, e incluso enseñó un curso relacionado a ello en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
“Yo creo que siempre tenía una conexión muy fuerte con el Perú,, con su historia y con el arte precolombino”, contó Silvia. A Westphalen le interesó la cultura de los incas y la predilección por la cultura andina estuvo presente en toda su vida. Prueba de ello es que fue amigo de José María Arguedas, quien retrató al Perú profundo a través de novelas como “Los ríos profundos” o “Todas las sangres”.
La conversación que sostuve con las hijas fue gratificante, pues pude percibir el cariño que sienten hacia su progenitor, aquel poeta, ensayista y agitador cultural que, a pesar de tener una vida larga, recibió poco reconocimiento en el mundo literario. Tras su muerte, la situación no cambió, a pesar de la calidad de sus poemas y su aporte a la cultura peruana. En los colegios, solo se le menciona como uno de los representantes del surrealismo peruano, pero no se profundiza en los detalles de su obra literaria.
Es inconcebible que no se le otorgue la importancia debida a un poeta que dejó un legado cultural digno de admirar, dedicó muchos años de su vida a la diplomacia y logró emocionar a los alumnos de Arguedas. Inés y Silvia no volverán a sentarse en la mesa a comer chifa, esa fusión culinaria que, según la hija mayor, le gustaba mucho. “Creo que él fue uno de los primeros fans de los chifas del Perú”, señaló.
Nunca es tarde para rendir homenaje a los escritores, pero no es suficiente recordarlos solo en su natalicio o en la conmemoración de su muerte. Todavía hay un trabajo que el sector cultural debe hacer para que la vida y obra de Emilio Adolfo Westphalen llegue a millones de peruanos. Quizás una alternativa sería incluirlo en el plan lector. Mientras esto no suceda, los poemas de EAW permanecerán inertes, pero vivos en las mentes de los que se deleitaron con sus versos.