En las últimas décadas, el enfoque hacia las medidas correctivas en las escuelas peruanas experimentó un cambio significativo. Durante la época del virreinato, era común que los docentes recurrieran a métodos de disciplina física, como jalar de las patillas o aplicar reglazos en la mano de los estudiantes, bajo la creencia de que “La letra con sangre entra”.
Sin embargo, esta perspectiva quedó atrás, ya que dio paso a una era donde prevalece el diálogo y la comprensión como principales herramientas para la resolución de conflictos en el entorno educativo, lo que refleja un progreso hacia prácticas más respetuosas y efectivas en la formación escolar.
En el marco de esta reforma paradigmático, Infobae Perú se acercó a cuatro expertos en el campo: un sociólogo, una docente, una psicóloga y un profesor de Historia, con el objetivo de profundizar en la evolución de las medidas disciplinarias en los colegios y su repercusión actual.
A través de sus perspectivas y experiencias, se destaca cómo la transición de un modelo punitivo a uno más comprensivo influye tanto en el desarrollo académico como emocional de los estudiantes.
El maestro de Historia, Moisés Aguilar Zanabria, menciona que la práctica del castigo físico en instituciones educativas peruanas tiene sus orígenes en la era de la conquista y se prolongó a lo largo de los siglos XIX y XX. En aquellos tiempos, bajo la influencia de las metodologías europeas, se consideraba esta medida como un componente esencial de la disciplina.
De acuerdo con el pedagogo, esta tendencia perduró hasta inicios del siglo XXI. Las escuelas aplicaban castigos severos para imponer orden, en el que recurría a penas como azotes, el uso de la palmeta, y el confinamiento en ambientes reducidos y sombríos.
“Es importante recordar que, en la época del virreinato, solo las clases sociales altas tenían acceso a una educación de calidad. La formación era rigurosa por la convicción de los docentes de que esa era la manera correcta de forjar el carácter de los estudiantes, una creencia que hoy en día se considera obsoleta, pero que predominaba en aquel entonces”, explica.
El docente de la Escuela Profesional de Sociología de la Universidad Nacional Federico Villarreal (UNFV), Carlos Vergara Campos, destaca que esta modificación de las medidas de corrección se debe a que a una mayor conciencia y reconocimiento de los derechos de los niños y adolescentes.
Este cambio se fundamenta en la comprensión que la educación debe basarse en el respeto a la dignidad y la integridad física y psicológica de los estudiantes, conforme a los principios establecidos en tratados y convenios internacionales sobre los derechos humanos, como la Convención sobre los Derechos del Niño. Además, explica que la adopción de enfoques más respetuosos y constructivos en la disciplina refleja el compromiso de Perú con estos lineamientos.
“El estudiante deja de ser visto meramente como receptor pasivo de conocimiento, para ser valorado plenamente como un individuo. Ahora se enfatiza una educación fundamentada en principios democráticos, que comienza con el respeto y posiciona al alumno en el centro del proceso educativo como un ente portador de derechos y responsabilidades”, señala para este medio.
En ese marco, en diciembre del 2015 en nuestro país, se promulgó la ley n.º 30403 que prohíbe el uso del castigo físico y humillante como método correctivo o disciplinario contra niños, niñas y adolescentes en todos los entornos como el hogar, la escuela, la comunidad, entre otros. En de junio del 2018, mediante el decreto supremo n.º 003-2018-MIMP se aprobó el reglamento de esta norma y se implementa en todas las áreas relacionadas con el cuidado de los menores.
De acuerdo con el sociólogo, el profesor podía corregir de forma agresiva al alumno como método de disciplina debido a diversos factores culturales, pedagógicos y legales que prevalecían en esa época.
Vergara Campos menciona que, históricamente, se mantenía una percepción de autoridad vertical entre el maestro y el alumno, en el cual el primero tenía un papel indiscutido de poder y control sobre los estudiantes. Esta dinámica se sustentaba en creencias que consideraban el castigo físico como una herramienta efectiva para mantener el orden, corregir comportamientos y asegurar el respeto a la autoridad.
La docente Erica Guzmán Calderón, con más de 15 años de experiencia en enseñanza a niños de educación primaria y secundaria, comenta que fue testigo en su época de colegio cómo sus compañeros eran corregidos por un profesor, debido a que no cumplían con las lecciones o cometían algún desacato en el aula.
“El profesor recurría a jalarles las patillas o a golpearles la mano con una regla como medida correctiva. Parecía ser efectivo, pues al tras presenciar dichas acciones, el resto evitábamos cometer las mismas faltas, movidos quizás por el miedo o por un sentido de obediencia, lo que resultaba en un comportamiento adecuado”, cuenta para Infobae Perú.
Menciona que nunca fue objeto de castigo, ya que siempre se esforzaba por seguir las reglas y aprender lo que se le enseñaba. Como ejemplo de su dedicación, recuerda que memorizaba la tabla de multiplicación, una tarea que evidencia su compromiso con el estudio.
Guzmán subraya que, a pesar de todo, ni ella ni ninguno de sus compañeros mantienen resentimientos hacia aquel maestro. Por el contrario, comparten un sentimiento de afecto. Este cariño colectivo hacia el profesor surge no de las acciones disciplinarias en sí, sino de la manera en que las aplicaba, siempre procurando no ser ofensivo ni recurrir a calificativos o palabras hirientes.
La psicóloga Guadalupe Liduvina Rojas Cárdenas (CPsP: 25182), que trabaja en CEPQ Santísima Trinidad, expresa su desacuerdo con estas medidas, pues argumenta que transgreden los derechos de los estudiantes al no garantizar el cuidado de su integridad física, psicológica y emocional.
Advierte sobre los riesgos de desarrollar depresión y ansiedad en los menores, y la posible disminución del autocontrol si se utilizan estos castigos, ya que estos pueden enseñarles que es la única forma de resolver conflictos, lo que afecta negativamente su autoestima y provoca sentimientos de soledad y abandono.
“El menor se negaría a ir a la escuela porque sentiría que no es un entorno seguro porque estaría expuesto ser dañado. El castigo físico genera un perjuicio en las personas”, añade.
La especialista explica que es importante reconocer que, aunque alguien pueda ser competente y desenvolverse de forma eficaz en su entorno laboral, “necesitamos considerar las consecuencias personales de ser educados con mano dura”.
“Puede resultar en conflictos internos significativos y dificultades para relacionarse con colegas, así como resistencia al cambio o dificultades de adaptación en ciertos contextos. Estos problemas, si no se abordan adecuadamente con ayuda profesional, pueden persistir en la edad adulta. Por tanto, el haber sido criado de manera estricta no necesariamente se traduce en ser un buen profesional”, argumenta.
De acuerdo con Rojas Cárdenas, resulta crucial que la educación se fundamente en principios de valores y en el respeto hacia la dignidad de los estudiantes. En este proceso, es necesario tener en cuenta las particularidades de cada estudiante, ya que no todos responden de la misma manera a las correcciones.
“Es importante que el docente lo haga reflexionar y que las medidas vayan de la mano con respeto, cariño y cuidado. Este tipo de medidas son más provechosas porque no asumirá un castigo como una corrección, sino como una mejora para su conducta. Así gana una habilidad para sí mismo y puede cambiar su mentalidad de solucionar los problemas”, explica.
Guzmán Calderón expresa que su trato hacia los estudiantes se caracteriza por la cordialidad, el respeto y la afabilidad, en el que utilizan un lenguaje positivo para fomentar un vínculo entre docente y alumno. No obstante, señala que hubo ocasiones en que algunos intentaron sobrepasar los límites del respeto, ya que quisieron gastarle una broma. Frente a estas situaciones, ella jamás recurrió a sanciones físicas y optó por establecer su autoridad a través del diálogo y la comprensión.
“El año pasado, esto ocurrió en tres ocasiones. Un estudiante empleó palabras con doble sentido. Por lo tanto, hablé con él privado y yo mantenía una actitud seria. Les preguntaba si alguna vez les había faltado al respeto y advertía que un comportamiento repetido haría que perdiera mi confianza. Tras pedir disculpas, el incidente no se repetía. Mi estrategia consiste en retirarlos del salón sin causarles vergüenza ante sus compañeros”, cuenta.
La maestra indica que no ve adecuado el uso de medidas coercitivas, pero enfatiza la relevancia de definir límites precisos para los alumnos.
“No considero apropiado recurrir a castigos físicos como golpear con la regla o tirar de las patillas, pero sí creo en la importancia de establecer límites claros para los alumnos. El diálogo juega un papel crucial en este aspecto. Las prácticas educativas han evolucionado, y pienso que existen métodos más efectivos y cercanos para relacionarnos con los estudiantes”, señala.
Por su parte, la psicóloga explica que la familia es muy importante en la educación, pues constituye el pilar fundamental de cualquier sociedad, ya que en ella se inculcan las primeras lecciones y los valores esenciales que marcan el desarrollo integral del individuo.
“Este rol debe ser activo y constante. En la actualidad, observamos un cambio respecto al pasado, con ambos progenitores incorporados al mercado laboral, a diferencia de tiempos anteriores donde era común que la madre permaneciera en el hogar. Sin embargo, esto no implica necesariamente un desentendimiento en la formación de los hijos. La continuación del aprendizaje en casa es esencial para reforzar la educación recibida en la escuela. Los niños y adolescentes valoran enormemente el apoyo y fortaleza que les brindan la figura paterna y materna en su proceso educativo”, argumenta.