La muerte es la única parte que podemos predecir de la vida y está increíblemente ligada a sentimientos tan profundos como el amor y el dolor. Al visitar un cementerio se puede apreciar con claridad cómo es que las personas tratan de plasmar estas emociones y hacerle saber al mundo el aprecio que sentían por aquel que ha partido.
Así, tenemos manifestaciones como los grabados y epitafios en las tumbas, hermosas flores y arreglos, globos, cuadros, y hasta grandes construcciones o estatuas que revelan el esfuerzo que ponen los que se quedan para dejar constancia de lo importante que era quien yace allí enterrado.
Una de estas magníficas muestras de amor puede ser encontrada en el Cementerio Museo Presbítero Matías Maestro y fue financiada por un acaudalado empresario que vivió durante la fugaz, pero muy próspera era del guano. Su trágica y sentimental historia quedó plasmada en cada metro de bronce y granito que compone la singular tumba.
Hasta que la muerte los separe
Augusto Dreyfus, cuyo nombre en realidad está ligado a polémicas decisiones gubernamentales que hasta hoy siguen dando qué hablar, fue un famoso empresario y banquero de origen francés que llegó a Perú con 30 años.
Su olfato para los negocios era tan grande que pronto notó el potencial que tenían las islas guaneras y logró cerrar el polémico ‘contrato Dreyfus’ con el estado. Gracias a ello hizo gran riqueza y logró escalar hasta un punto bastante alto en la sociedad.
Por supuesto, para completar la ecuación sólo hacía falta el amor, algo que la mayoría de personas va buscando por el mundo. Y Dreyfus lo encontró en la joven Sofía Bergmann, que por aquellos días tenía 19 años y pertenecía a la alta y elegante alcurnia limeña de la época. Encantando con ella y enamorado, el banquero no dudó en ir hasta el altar, uniéndose en matrimonio con su prometida hasta que la muerte los separe.
Se dice que la boda fue cuando menos suntuosa y llena de lujos, seguramente el tema de conversación de las altas esferas por muchos días.
La felicidad de la nueva familia Dreyfus prometía una vida larga, acomodada y próspera, tal vez llena de hijos y una gran familia acorde a la fortuna de la que gozaban, pero ni todo el dinero del mundo puede hacer algo cuando llega la enfermedad, y más aún cuando ésta tocaba la puerta en una época como los inicios de la república, donde la medicina heredada del virreinato estaba en pañales y los avances en el campo eran todavía escasos a nivel mundial.
Un final inesperado
A pocos meses del matrimonio, la joven y bella Sofía cayó enferma de tuberculosis. Cabe imaginarse la angustia de su esposo que no dudó en darle la mejor atención médica que el dinero podía costear. Sin embargo, la situación no prosperaba para la señora Dreyfus que parecía empeorar con el paso del tiempo.
Sin otra salida, el banquero decidió enviarla a Francia con la esperanza de salvarle la vida, pero esto no fue posible. Lejos de los brazos de su esposo y en tierras extranjeras, Sofía fallecía en la ciudad luz víctima de la enfermedad un 16 de octubre de 1871.
La noticia debió devastar al magnate del guano, quien sin más remedio quiso darle a su amada un último lugar de descanso acorde a los sentimientos que tenía por ella. Con esto en mente, mandó a construir un gran mausoleo para su fallecida esposa.
La estructura fue hecha enteramente de granito y bronce y se encargó cinco esculturas al artista francés Louis Ernest Barrias. Estas decorarían la morada eterna de Sofía, haciendo un lugar único y digno de la elegancia y belleza de la socialité.
Hasta siempre, Sofía
Con todo listo solo faltaba el cuerpo de la joven que debía ser repatriado hasta Lima en un barco y llegar a reposar en su nueva morada. Desafortunadamente, esto no ocurriría.
Sofía nunca tocaría puerto ya que una epidemia se desató en el navío que venía con rumbo al Callao, obligando a la tripulación a echar todos los cuerpos al mar, incluyendo el de la difunta, que pese a estar destinada a descansar en uno de los mausoleos más hermosos de nuestro antiguo cementerio, encontró su sepultura en el océano.
Desde entonces el mausoleo Dreyfus, como es conocido, permanece vacío. Nunca tuvo el uso para el que se concibió y el magnate no pudo darle el último adiós a la mujer que amó con locura.
La estructura, impresionante en sí misma, no solo tiene grandes dimensiones, sino que cuenta con una especie de sarcofago en la parte superior donde se ve la representación de una mujer en descanso eterno y cuatro hermosas esculturas que la custodian.
En el epitafio se puede leer lo siguiente: ‘Sofía Bergmann de Dreyfus, murió en París joven el 16 de octubre 1871. Fue ángel y mártir”. Una sentida dedicatoria a la mujer que en vida tuvo el amor de uno de los banqueros más famosos de nuestra nación. Su mausoleo hoy reposa en el silencio, a la espera del cuerpo que nunca llegó y lo convirtió en solo un monumento, la tumba eternamente vacía del cementerio Presbítero Maestro.