En el corazón de los Andes, el Imperio Inca, bajo el liderazgo de Pachacútec, se erigió como una de las civilizaciones más poderosas y avanzadas de su tiempo. Con una habilidad inigualable para la arquitectura, la ingeniería y una fuerte estructura social, este dominio se extendió a lo largo de lo que ahora conocemos como Perú, Bolivia, Ecuador, y partes de Chile y Argentina.
Sin embargo, más allá de la grandiosa imagen de poderío y esplendor que proyectaba el imperio incaico, existía una lucha encubierta, persistente y sutil, una confrontación ausente en las crónicas bélicas y en las hazañas de los conquistadores, pero que afectaba significativamente el bienestar de sus pobladores. Revelado por una curiosidad histórica encontrada en el portal ‘La Biblioteca de Merlín’, emerge el detalle de un adversario formidable para Pachacútec, uno que no se aglomeraba en ejércitos ni armas.
Este enemigo, omnipresente en su cotidianeidad y tan antiguo como la mismísima tierra que pisaban: los zancudos.
Estos insectos, portadores de enfermedades, se convirtieron en un enigma para el imperio. La grandeza de Pachacútec, el arquitecto del Cusco moderno y el forjador de un estado que se extendía por miles de kilómetros a través de terrenos diversos, desde la densa selva amazónica hasta los áridos desiertos costeros, se vio desafiada por la presencia constante e insidiosa de estos minúsculos enemigos.
A pesar de las impresionantes fortalezas, los majestuosos templos y una red de caminos que conectaba todo el imperio, los zancudos planteaban una amenaza que no podía ser contenida por murallas ni superada por ejércitos.
¿En qué contexto se desarrolló?
El Imperio Inca se desarrolló en una región que abarcaba diversos ecosistemas, desde las altas cumbres andinas hasta las grandes junglas amazónicas, pasando por valles fértiles y áridos desiertos costeros. Esta diversidad geográfica y climática fue una bendición para los incas, permitiéndoles cultivar una amplia variedad de alimentos y desarrollar una compleja sociedad con rutas comerciales extensas.
Sin embargo, también presentaba desafíos únicos, especialmente en las regiones más cálidas y húmedas, donde los zancudos encontraban un hábitat ideal para proliferar.
Pachacútec no solo expandió el territorio del imperio, sino que también implementó innovaciones administrativas, y realizó extraordinarias obras de ingeniería como Machu Picchu y la red de caminos conocida como el Qhapaq Ñan.
Según la información plasmada en “La leyenda de los incas” se establece que a pesar de estos impresionantes logros, el control sobre la vasta geografía del imperio implicaba enfrentar los desafíos naturales inherentes a cada región. Entre estos, el impacto de los zancudos y las enfermedades que transmitían representó un problema sanitario persistente para las poblaciones incaicas.
¿Por qué los zancudos eran considerados los enemigos de Pachacútec?
Según revelaciones del autor Fernando Cabieses en su libro “Dioses y Enfermedades”, uno de los adversarios más formidables para la civilización inca no era otro ejército humano o las feroces condiciones naturales, sino este aparentemente insignificante insecto, portador de una de las enfermedades infecciosas más temidas de la época: el paludismo, también conocido bajo la denominación indígena “ChayapucRupha - Onccoy”.
Cabieses profundiza en cómo el paludismo se arraigó en los valles de la costa peruana desde tiempos prehistóricos, formando una sombría bienvenida para cualquier ejército inca que se atreviera a atravesar estas regiones.
“El paludismo era uno de los grandes enemigos de los ejércitos serranos que venían a invadir la costa”, cuenta Cabieses.
Este hecho sitúa al paludismo no solo como una crisis sanitaria, sino también como una barrera natural que obstaculizaba la expansión y consolidación del poder de Pachacútec sobre los nuevos territorios costeros.
¿Qué consecuencias trajo?
En la época de la llegada de los españoles a América, la comprensión de las enfermedades y sus consecuencias era un territorio lleno de confusiones y mitos, tanto para los recién llegados como para las comunidades indígenas.
Fernando Cabieses, en sus estudios, revela cómo la teoría sobre las fiebres se perdía entre un mar de conocimientos empíricos y conjeturas sin fundamento. Por un lado, los españoles identificaban al paludismo como “fiebre terciana” y por otro lado, los indígenas lo describían como una “enfermedad de fiebre periódicas”, evidenciando un intento por parte de ambas culturas de clasificar una enfermedad según los síntomas observados, sin un verdadero entendimiento de su causa.
Este oscuro período tuvo consecuencias profundas y duraderas. La llegada de la malaria y otras enfermedades infecciosas provocó una drástica reducción demográfica, no solo a través de la pérdida directa de vidas sino también mermando la fuerza laboral necesaria para el mantenimiento de las estructuras agrícolas, de construcción y militares del imperio.
La enfermedad no discriminaba, afectando tanto a la población común como a las élites gobernantes, lo que resultó en interrupciones significativas de la administración y el gobierno local.
Además, las áreas más golpeadas por la malaria experimentaron cambios en las prácticas agrícolas, el comercio y la distribución de recursos, mientras las comunidades luchaban por adaptarse a una población en declive y a los nuevos retos impuestos por la enfermedad.
¿Lograron superarlo?
La medicina en el Imperio Inca no solo buscaba curar el cuerpo, sino que también se hallaba profundamente enraizada en la magia y la religión. Los incas creían que todas las enfermedades eran el resultado de un desequilibrio espiritual, causado por factores tan diversos como un maleficio, un susto, o incluso un pecado.
Esta perspectiva holística implicaba que la sanación requería de más que solo tratar los síntomas físicos; era necesario también restaurar la armonía entre el cuerpo y el espíritu.
Cabieses destaca un interesante contraste entre la práctica medicinal de los curanderos indígenas y la de los europeos de la época. Revela cómo, a raíz de información recolectada por cronistas, en las exuberantes selvas transandinas, un herborista local anónimo descubrió un tratamiento para el parásito de la malaria. Este hallazgo evidencia no solo un profundo conocimiento de la botánica local, sino también una sofisticada comprensión empírica de sus propiedades curativas.