La historia del Perú nos ha dejado importantes vestigios que hasta hoy permanecen como un recordatorio de las condiciones que vivían los antiguos habitantes de la nación. Muchos de ellos pueden ser visitados y son mundialmente conocidos, pero hay otros que han mantenido un perfil bajo pese a su importancia para reconstruir y entender algunos episodios históricos.
Un caso particular es el del pueblo ‘fantasma’ que se levantó en torno a la llamada ‘mina de la muerte’ de Santa Bárbara. A primera vista incluso para el lector más acucioso sigue pareciendo un mito o leyenda propia de las culturas de la antigüedad, sin embargo, el tétrico nombre tiene poco que ver con ello, ya que se relaciona con hechos que ocurrieron durante la colonia y marcaron a un buen número de pobladores andinos.
Historia de Santa Bárbara
Hablar de su historia nos obliga a realizar un viaje imaginario hacia la sierra sur del territorio nacional, donde la accidentada geografía alberga a la región Huancavelica, cuyo distrito homónimo que se eleva por encima de los 3500 metros sobre el nivel del mar fue en el pasado uno de los lugares con la mayor producción de mercurio del mundo.
La explotación del material se dio entre los años 1571 y 1790, proveniente de la mina de Santa Bárbara, conocida como la ‘mina de la muerte’. La comunidad que la rodea lleva el mismo nombre y ambos fueron producto de la fiebre por el mercurio que enardeció los ánimos durante la colonia.
Vale mencionar que la importancia del mercurio para la ciudad de Huancavelica fue tal que promovió su fundación por parte del virrey Francisco de Toledo, quien le dio el nombre de Villa Rica de Oropesa.
Asimismo, este elemento era el principal insumo para el proceso de refinamiento del oro y la plata mediante el método de amalgamación, muy popular en el virreinato y que permitió una mayor extracción de los metales preciosos en beneficio de la corona española.
La ‘mina de la muerte’
Como se ha mencionado, la mina de Santa Bárbara tiene este particular sobrenombre, la pregunta real es por qué. Para explicarlo se debe resaltar que durante la época de explotación minera los primeros yacimientos estaban en la superficie, lo que permitió un sistema de tajo abierto.
Sin embargo, con el pasar de los años los recursos se fueron agotando, lo que llevó a una minería a mayores profundidades. La demanda de mercurio era tal que las autoridades establecieron un sistema de adjudicaciones a un gremio minero. Este le vendía el elemento a la corona y ésta proveía la mano de obra.
Para ello se estableció la mita minera, que obligaba a la población indígena entre 18 y 50 años proveniente de localidades cercanas a trabajar en las minas, forzando una movilización de trabajadores a cambio de un pequeño pago.
Desafortunadamente, las condiciones en que estas personas realizaban sus labores eran precarias. El riesgo era constante debido a los derrumbes, el clima y lo más relevante, la alta toxicidad del mercurio.
Cabe destacar que los efectos de este metal pesado, que ingresa a través de la vía respiratoria, digestiva y cutánea, van desde daño cerebral o renal de forma crónica, hasta problemas como el envenenamiento por mercurio, algo que cobró la vida de muchos indígenas en la minas y que era conocido como ‘azogamiento’, causando temblores, problemas en el habla o heridas en los labios.
Otro factor importante que permite entender la dura vida que pasaban los mineros en esta zona eran los tratos que recibían de los supervisores, ya que eran constantemente azotados y golpeados. Según un informe del diario Clarín, la población andina habría quedado devastada por el trabajo en la mina y solo en Chumbivilcas, uno de los lugares donde los pobladores eran obligados a trabajar en los socavones, la población disminuyó en más de 11 mil habitantes entre los siglos XVI y XIX.
También menciona que las crónicas de Buenaventura de Salinas y Córdoba, escritas hacia 1630, destacaban que los trabajadores llegaban a la mina “encadenados com malhechores” y, a veces, seguidos por sus familiares que los despedían con cánticos.
El autor, responsable de ‘Memorial de las historias del Nuevo Mundo, Perú’, menciona en su texto la historia de un hombre sobreviviente de las minas se encontró a su regreso al hogar con el fallecimiento de su esposa. Sus dos hijos, al cuidado de una tía, fueron posteriormente ahorcados por él, que acto seguido se suicidó. El macabro hecho se habría llevado a cabo para evitar que los menores pasen el tipo de trabajo que él realizaba.
Todo esto le dio a Santa Bárbara el nombre de la ‘mina de la muerte’. Muchos dirían que con justa razón.
Decadencia, abandono y terrorismo
Con el paso de los años hubo algunos cambios que llevaron a la mina a ser administrada por lo que hoy conocemos como mineros informales, pero bajo la venia de la corona.
Eran los últimos años del virreinato y Santa Bárbara lucía abandonada y decadente, al igual que el pueblo que allí se había levantado. Sin mayor seguridad ni garantías, hubo un gran derrumbe en 1806 que marcó la inhabilitación de la mina por un largo periodo. A esto se le sumó la imposibilidad que tenía de competir con los bajos precios del mercurio proveniente de New Idria, en Estados Unidos.
No obstante, una vez llegada la República Santa Bárbara tuvo un segundo auge gracias a la explotación de la mano de un empresario privado. Esto duró algún tiempo, ya que en 1970 dejó de funcionar, pero dejó vestigios como una planta industrial, la rehabilitación de algunos socavones, una central hidroeléctrica, oficinas y otras instalaciones complementarias.
Y aunque se podría decir que el pueblo de Santa Bárbara mantuvo población durante algún tiempo, la época del terrorismo golpeó con fuerza a sus habitantes, quienes debido a los abusos y desapariciones, agobiados por el miedo tanto a Sendero Luminoso como a las fuerzas del orden, trataron de salvaguardar sus vidas y terminaron por abandonar el espacio, convirtiéndolo en un pueblo fantasma donde solo reposan antiguos documentos, viviendas, un colegio, una plaza, iglesia y hasta un cementerio.
Un informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación dio detalle de lo que se recuerda como la masacre de Santa Bárbara, un evento que tuvo lugar en 1991 y que culminó con la matanza de quince niños y adultos dentro de una mina. Ellos fueron acribillados y dinamitados, dando cuenta del olvido en que se encontraba esta zona histórica, pero de difícil acceso en medio de uno de los peores conflictos de la historia moderna del Perú.
Un saludo cada año
El pueblo permanece abandonado, una decisión sin retorno que lo mantiene en quietud durante casi todo el año. Sin embargo, según el informe de Clarín, cada 4 de diciembre se celebra la fiesta en honor a Santa Bárbara, época donde los pobladores llegan hasta esa zona y celebran en la plaza, conmemorando a la protectora de los mineros mediante cantos, banda, bebida y otros.
Ese es el único momento donde se rompe el silencio en Santa Bárbara, además de los instantes donde llegan algunos turistas, que en realidad son muy pocos ya que no es un lugar muy visitado, debido al abandono y el poco conocimiento que se tiene de él.
Y aunque se ha postulado al complejo como Patrimonio Mundial ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), lo cierto es que fue y sigue siendo una joya que mezcla la vida colonial y republicana, representando partes de la memoria viva del país.