En la actualidad, se sabe que febrero, el mes más corto del calendario, obtiene un día adicional cada cuatro años, en lo que se denomina un año bisiesto. Sin embargo, hubo una única vez en la historia en que febrero tuvo 30 días.
En 1712, Suecia decidió añadir un día extra al mes de febrero. Pero, ¿por qué se llegó a tomar esta medida para que exista un 30 de febrero?
El febrero de 30 días
El calendario juliano, implementado durante el reinado de Julio César en el año 46 a.C., contenía errores de cálculo en la duración del año solar. Esta imprecisión causaba un desfase gradual en la fecha de los equinoccios y afectaba directamente la correcta determinación de festividades religiosas importantes, como la Pascua.
Para resolver estos problemas, el calendario gregoriano, propuesto por el Papa Gregorio XIII, introdujo un sistema más preciso de años bisiestos y eliminó diez días del calendario de 1582 para realinear el equinoccio de primavera con el 21 de marzo. Sin embargo, Suecia comenzó su transición de un calendario a otro de manera gradual, ya que planeaba omitir los días bisiestos durante 40 años para ajustar la diferencia de diez días sin tener que eliminarlos de golpe.
Sin embargo, la Gran Guerra Nórdica (1700-1721) distrajo a Suecia de este complicado proceso de ajuste, y la transición fue errática. El resultado fue el peculiar año de 1712, donde febrero tuvo 30 días para realinear el calendario sueco con el juliano. Finalmente, Suecia adoptó completamente el calendario gregoriano en 1753, alineándose con la mayoría de Europa, que ya seguía este calendario, por lo que eliminó la curiosa anomalía de días adicionales.
El 30 de febrero de 1712 permanece como un interesante episodio en la historia de la medición del tiempo, lo que demuestra los desafíos y confusión que pueden surgir en la transición entre sistemas calendáricos.
¿Qué pasaba en Perú en 1712?
En 1712, estaba establecido el Virreinato del Perú, una entidad territorial de ultramar del Imperio español, que comprendía gran parte de Sudamérica. Esta época se caracteriza por ser parte de la era colonial española en el continente, y el territorio del actual Perú se encontraba bajo un fuerte control administrativo, económico y social por parte de los españoles.
Durante este periodo, la economía peruana estaba principalmente basada en la minería, especialmente en la extracción de plata de la mina de Potosí, aunque esta se encuentra en el actual territorio de Bolivia, en ese momento formaba parte del Virreinato del Perú. La plata y otros recursos minerales eran exportados hacia España, representando una parte significativa del flujo de riquezas que alimentaba la economía del imperio.
La sociedad estaba fuertemente estratificada, con una clara división de clases que colocaba a los españoles y sus descendientes nacidos en América, conocidos como criollos, en la cima de la jerarquía social. Debajo de ellos, se encontraban los mestizos, seguidos por la población indígena y los esclavos traídos de África. Esta estructura social estaba profundamente influenciada por las leyes y normativas impuestas por la corona española, que regulaban la vida económica, política y social del virreinato.
En términos políticos y administrativos, el Virreinato del Perú era gobernado por un virrey, quien representaba al rey de España y ejercía el poder ejecutivo en la región. El virrey estaba asistido por la Real Audiencia, un cuerpo de jueces que también fungía como consejo asesor y tenía ciertas funciones legislativas.