¿Quién en este país no se ha subido a una combi cuando ha querido trasladarse por la ciudad? Pues ese pequeño vehículo que nos lleva a casi cualquier punto de la capital tiene una historia fascinante desde el origen de su nombre y el impacto que ha tenido desde su llegada al Perú, hace más de 40 años.
Pero esta historia comenzó en un lugar muy lejano a nuestro país y al continente. Hay que viajar hasta el Viejo Continente, más específicamente hasta la Alemania de la postguerra, para comenzar a entenderlo todo.
La Génesis
Todo comenzó en 1950, con el gigante alemán Volkswagen y su icónico modelo, el Volkswagen tipo 1, más conocido como el escarabajo. Este vehículo, sin un nombre oficial, fue el precursor del Volkswagen tipo 2, una línea que se ramificó en el Volkswagen Transporter para carga y el Volkswagen bus para pasajeros.
La denominación alemana “kombinationfahrzeug”, traducida como “vehículo de uso combinado”, pronto se acortó a “Kombiwagen” y, finalmente, a la querida “Kombi”.
Este término se arraigó en Perú cuando este versátil modelo de vehículo cruzó el charco. La palabra “combi” se instauró en nuestro vocabulario cotidiano, extendiéndose incluso a vehículos similares de otras marcas.
La combi en territorio peruano
A pesar de hacer su aparición en nuestro país en los primeros años de la década de 1980, no fue hasta 1991 que la combi se integraría de manera inseparable a la vida de todos los peruanos.
Y es que en ese año, mediante el Decreto Legislativo 651, se marcó un hito al incorporar definitivamente estos vehículos al sistema de transporte público. Este decreto, gestado en el Poder Ejecutivo, otorgaba a ciudadanos y empresas la autorización para brindar servicios de transporte de pasajeros en diversos vehículos automotores, excluyendo camiones y motocicletas.
Un año después, el decreto 25789 desató la importación de vehículos usados, consolidando la combi como el medio masivo de transporte que transformaría la imagen urbana. El gobierno de Alberto Fujimori buscaba mejorar la inversión privada y fomentar la competencia en el transporte público, liberando rutas y eliminando regulaciones tarifarias.
Se desató el caos
La teoría económica detrás de estas decisiones se centraba en aumentar la oferta para satisfacer la demanda, pero con el tiempo, la realidad reveló matices más complejos.
Y es que la oferta del servicio se expandió con la incorporación masiva de combis, un “modo” flexible de transporte que atendía la demanda sin restricciones. Sin embargo, esta oferta descontrolada se tradujo en un caótico desorden de tráfico y consecuente inseguridad, evidenciando la falta de regulación.
La accesibilidad se vio comprometida, ya que la escasa utilización de paraderos y el peligroso embarque en avenidas transitadas generaron un entorno poco seguro para los pasajeros. La emisión aleatoria de boletos sin ningún control centralizado añadió a la falta de organización en el sistema.
La información sobre el servicio, duración del trayecto, atención al cliente, y otros aspectos esenciales también quedó relegada, limitándose a letreros en parabrisas y acciones de “cobradores” y “jaladores”.
Más problemas
Pero eso no era todo, la falta de puntualidad y regularidad, determinadas por la demanda fluctuante, hizo que los tiempos de embarque y descenso fueran impredecibles y, en ocasiones, peligrosos. La atención al cliente fue escasa, tratando al pasajero únicamente como un ingreso monetario, sin orientación, tratamiento de reclamos ni respeto a tarifas preferenciales.
El confort también se vio afectado por la ausencia de paraderos definidos y la falta de equipamiento de espera. La ergonomía deficiente, con capacidad para solo 12 pasajeros sentados, obligó a muchos a viajar de pie, adaptando la columna dorsal. La competencia por pasajeros resultó en aceleraciones y desaceleraciones bruscas, afectando la calidad del aire, la limpieza y generando niveles elevados de ruido.
Otro punto fue que la seguridad se vio comprometida por la informalidad del medio, la falta de protección contra agresiones, la ausencia de personal de seguridad y la inexistencia de puntos de asistencia.
De igual manera, el impacto ambiental fue significativo, ya que las combis, en promedio con más de 20 años de antigüedad, contribuyeron a la contaminación atmosférica, generaron malos olores y desechos, y afectaron negativamente el uso del espacio público.
La ausencia de consideración hacia estos aspectos esenciales planteó la necesidad de replantear el enfoque hacia un sistema de transporte más sostenible y eficiente. Cosa que está logrando de a pocos con las líneas del Metro de Lima.
Como se ha podido ver, el viaje de la combi desde sus raíces alemanas hasta las calles peruanas ha sido una travesía llena de altibajos. Renovar el enfoque hacia soluciones sostenibles y de largo plazo es imperativo para construir un futuro donde la movilidad urbana sea eficiente, segura y respetuosa con el medio ambiente. La combi, aunque parte de nuestra historia, debe evolucionar para enfrentar los desafíos modernos y contribuir positivamente al desarrollo de nuestras ciudades.