“Al día siguiente de que los policías me torturaron, les dije a mis hijos que era una puta. Que su madre era una puta. Los reuní a los ocho y les dije: soy una puta. ¿Y sabes qué me dijeron?”. La activista y trabajadora sexual Leida Portal (57) se detiene en el signo de interrogación para buscar un kleenex en la cartera. Está sentada delante de un ventanal por el que se cuela la luz del mediodía, de modo que su cabellera se ve más azul. Un azul eléctrico. Se seca las lágrimas. Dice que ha llorado demasiado.
“Me dijeron: ‘mamá, no importa’. Me abrazaron los ocho y me dijeron que no importa. Me sentí como un ave que volaba. No sentí que me había quitado un peso de encima, sino que nunca hubo ese peso. Yo ya estaba muerta. Verlos a la mañana siguiente, después de lo que pasó, me hizo entender que había una explicación, había un porqué”, explica.
Ha recibido a Infobae Perú en las oficinas del Centro de Promoción y Defensa de los Derechos Sexuales y Reproductivos (Promsex), la organización que la representa legalmente, más de una semana después de que el Poder Judicial condenara a los agentes policiales que la violentaron en 2010, cuando emprendió una batalla judicial que tardó más de una década en obtener un fallo.
Nunca antes en Perú se había sancionado penalmente la tortura contra una trabajadora sexual. Sin embargo, Portal ha rechazado la pena impuesta contra los efectivos —cuatro años de prisión suspendida y una reparación civil— porque no garantiza el acceso a una justicia plena.
Devino en activista cuando una compañera le dijo: “Yo también he pasado por lo mismo, pero si a ti no te hacen caso, imagínate a mí”. Tomó a cargo la organización Rosa Mujeres de Lucha, que integra la Plataforma Latinoamericana de Personas que ejercen el Trabajo Sexual (PLAPERTS).
Ella misma levanta el teléfono en medio de la noche cuando alguna compañera la llama para avisarle que otra ha sido encontrada muerta en un hotel, que otra desapareció hace días, que otra fue víctima de la extrema violencia machista. Es la misma mujer que sentó a sus niños para decirles “mamá es puta, mamá los ha visto como una película mientras los policías le hacían de todo”. La que empezó a prostituirse cuando a una de sus hijas le diagnosticaron una enfermedad cardíaca severa.
La misma que ha pedido a su prole que recurra a la cremación, si algún día no vuelve a casa. La que ha denunciado a mafias de explotación sexual. La que dijo: “No me voy a ir de esta comisaría si no me dicen el nombre de ese policía que me pegó y me quitó mi plata”. La que recibe a sobrevivientes de trata (peruanas, extranjeras o mujeres trans).
La que ha inscrito en Pensión 65 a sus compañeras de la tercera edad dedicadas al trabajo sexual. La que reparte condones y habla a policías del protocolo de debida intervención. La que ahora hace pedacitos el kleenex con el que se secó las lágrimas. “Yo ya no me aferro. Antes me agarraba y decía ‘dios mío, me vayan a matar’ —dice—. Ahora no. Ahora salgo de mi casa y le digo ‘dios mío, contigo voy, si quieres me regresas’”. Lo que sigue es un diálogo inédito con esa mujer bomba.
—Tienes una relación transparente con tus hijos. ¿Qué te dicen sobre tu activismo?
Ellos pensaban que con la denuncia iba a colgar las tangas y que me iba a quedar en silencio. Pero solo muerta me van a callar. Les he dicho: el día en que me toque morir, ustedes me incineran, me traen a la casa, hacen sus ocho frascos y se reparten cada uno, así me quedo con ustedes. Así de fácil es la vida. Estoy metida en un montón de cosas. Hace tres meses hemos denunciado a unas mafias con un grupo de compañeras.
Se han desbaratado estas mafias, pero a la mayoría que se llevaron presos ya los han botado. Ya regresaron a las calles a cobrar. Hemos dado esa información a la fiscalía, a inteligencia y todo. Y ahora mis compañeras están asustadas porque ya comenzaron a cobrar y amenazarlas porque quieren saber quién nos denunció. Nosotros hemos entregado esa información.
Quizás no voy a cambiar las cosas, pero al menos algo se tiene que mejorar. Por ahora, los cobros no han cambiado. La policía igual sigue cobrando. A veces las mafias les ganan a ellos, a veces ellos le ganan a la mafia. Ahí se dan. Y nosotros somos las vaquitas que damos la leche para ellos.
—Me contabas que, cuando emprendiste la denuncia, tus compañeras te buscaron para contarte actos similares.
Se unieron más compañeras que eran víctimas del Serenazgo y la Policía. Y me decían: ‘¿cómo has hecho para que tu familia te acepte?’. Les dije: no sé, solo se los dije. Así comenzó mi activismo. En 2012, quedé como presidenta encargada de la organización y empecé a reunirme con más chicas. En todos estos años hemos visto casos similares a los míos; algunas ya no están, las encontraron en los hoteles, muertas o golpeadas. Yo misma iba al hotel y pedía las cámaras cuando sucedía un crimen machista.
—Vuelvo a hacer mención de tus hijos porque decías que, después de que tu caso se hiciera público, el bullying fue atroz.
A mis hijas les decían: ‘tu mamá es puta, ¿no?, ¿tú cuánto cobras?’. Les ponían en sus cuadernos fotos pornográficas. Eran unas niñas. Ellas no tenían por qué cargar con eso. La profesora me decía: usted ha producido esto, pues. En el trabajo, a mi hijo le decían: ‘oye, tu vieja salió en la televisión como puta’. La gente es así, tiene una mirada muy a ellos. Eso pasa cuando uno denuncia.
—Hablemos del trabajo de tu organización.
Desde 2020, se incrementó el trabajo sexual con las inmigrantes. Unas que son traídas por tratantes y otras que lo ejercen por voluntad propia. Las mafias empiezan a cobrarles cupo, la policía empieza a servirse de su cuerpo. Hemos logrado que la Defensoría nos dé una línea abierta. Recurrimos al MIMP para que enseñe a los policías el protocolo sobre intervención para trabajadoras sexuales.
—¿Y ha habido resultado?
Muy pocos. Hay mucho desconocimiento. Hemos escuchado a policías decir que nunca sabían que existía el protocolo, por ejemplo. Pero sería peor si no hay ningún avance.
—Trece años de batalla judicial. Cuatro años de prisión suspendida para tus torturadores. Es un fallo cuestionable, por lo menos.
Estoy decepcionada de la justicia; una justicia a medias es una burla. Aunque una no puede dejar de pensar que, al menos, hubo un paso porque a las trabajadoras sexuales nos rezagan. Este fallo no garantiza a plenitud la justicia, por lo que vamos a insistir hasta lograrlo.