Bajo mantos que ocultaban su identidad, las mujeres gozaban de una relativa libertad durante la Lima colonial, un contexto donde las autoridades religiosas habían argumentado la inferioridad de las féminas. Estas figuras enigmáticas suscitaban el interés de los transeúntes, quienes, fascinados por el misterio que las rodeaba, las observaban con detenimiento; no faltaban quienes, cautivados, se aventuraban a entablar cortejo, corriendo el riesgo de que la dama en cuestión resultara ser alguien de su propio círculo social o familiar.
Las mujeres de aquel entonces se valían de mantos y sayas para tener una libertad que no les conferiría la vida en caso de usar otras prendas. Asistían al teatro, clubes, e incluso mitines políticos, con la certeza de que no serían señaladas con el dedo acusador o juzgadas. Esta costumbre, que se gestó en el siglo XVI en Lima, no fue exclusiva de las mujeres de una clase social en particular, de modo que la libertad se extendía a muchas personas.
Aquellas que cubrían su identidad con un manto y portaban sayas de distintos colores, eran conocidas como las ‘tapadas’ limeñas, un apelativo que estuvo en el vocabulario de los habitantes de la ‘Ciudad de los Reyes’ por cerca de 300 años. En este tiempo, intelectuales y escritores de distintas corrientes literarias abordaron sobre esta forma de vestirse y su impacto en la sociedad.
Tal es el caso de Ricardo Palma, que a través de “La tradición de la saya y el manto” dio a conocer que solo en Lima se podía ver a las mujeres vestidas con la saya y el manto.
“(...) Nadie disputa a Lima la primacía, o mejor dicho la exclusiva, en moda que no cundió en el resto de América… En el Perú mismo, la saya y el manto fue tan exclusiva de Lima, que nunca salió del radio de la ciudad. Ni siquiera se la antojó ir de paseo al Callao, puerto que dista dos leguas castellanas de la capital”, escribió el literato.
El hecho de que solo en Lima solo haya aparecido la costumbre de cubrirse el rostro con un manto y usar sayas ceñidas al cuerpo, no significa que en otras partes del mundo no haya existido prendas similares. Tampoco exonera del debate sobre si otra cultura ejerció influencia en las mujeres que vivieron en el siglo XVI. En ese sentido, es preciso señalar que en España existía una tradición parecida a la practicada por las féminas que vivían en la capital.
En el país europeo, algunas personas se cubrían el rostro con un manto de color negro. Ellas vivían en los pueblos de Cádiz, lugares en que estas recibían el apelativo de cobijadas de Vejer de la Frontera.
Sabiendo ello, surgen otras preguntas, como si esta forma de vestirse es propia de la cultura española. Es sabido que no existe una verdad absoluta, pero todo indicaría que los moriscos habrían ejercido influencia en los españoles, en lo que respecta al uso de esta prenda y la forma de la misma. Por lo tanto, no es descabellado pensar que los conquistadores trajeron esta cultura al Perú.
Comportamiento de las ‘tapadas’ limeñas
Independientemente del origen de esta forma de vestir, es importante dar a conocer el comportamiento de las ‘tapadas’ limeñas. Raúl Porras Barrenechea, en “Perspectiva y panorama de Lima”, le otorga una serie de calificativos a las mujeres que vivieron en el siglo XVIII que, por extensión, comprenden a las ‘tapadas’. Recordemos que en ese tiempo todavía se ponía en práctica esta costumbre.
“Nadie como ella encarna el ingenio, la agilidad incesante, la malicia y la agudeza de la inteligencia criolla. (...) Coqueta, supersticiosa, derrochadora, amante del lujo, del perfume y de las flores, ella domina en el hogar, atrae en los portales y en los estrados de los salones, edifica por su piedad en la iglesia, y en los conflictos del amor, de la honra y de la política es el más cuerdo consejero”, señaló el historiador.
La expresión de coquetería de las mujeres en público difícilmente hubiese florecido sin el uso del manto y la saya, indumentarias que les conferían un toque de misterio. De no haber llevado estos atuendos y manifestarse coquetas en lugares públicos, es probable que los habitantes las hubiesen juzgado por su comportamiento. El intelectual peruano Barrenechea dijo que algunas ‘tapadas’ limeñas sonreían de manera pícara cuando usaban estas prendas.
Luis Alayza y Paz Soldán, en el libro “Mi país (4.ª serie: ciudades, valles y playas de la costa del Perú)”, dio a entender que las que usaban manta y sayas eran infieles. “Las ciudades tienen sexo. (...) nadie confundirá la marcial arrogancia de Buenos Aires (...) con la devoción y donaire de Lima, que en las mañanas reza y comulga, y en las noches, disfrazada bajo la saya y el manto, escapa por la puerta secreta, para urdir intrigas de política y travesuras amorosas”, manifestó.
Otro rasgo que se destaca y que no ha sido muy difundido, es su capacidad de ser independientes en un contexto donde los hombres estaban en un pedestal. A través de “Peregrinaciones de una paria”, Flora Tristán retrató cómo eran las mujeres en 1833.
“No hay lugar sobre la tierra en donde las mujeres sean más libres y ejerzan mayor imperio que en Lima. Reinan allí exclusivamente. Es de ellas de quien procede cualquier impulso. (...) Su vestido es único. Lima es la única ciudad del mundo en donde ha aparecido”, se lee en el libro.
En línea con lo mencionado por Tristán, Sebastián Salazar Bondy, en su libro “Lima la horrible”, pone en evidencia la independencia de las mujeres. “Cabe más bien suponer que aquella disposición y otras posteriores dirigidas a suprimir el típico traje fueran derogadas bajo el influjo sordo e insidioso de las damas sobre la voluntad de sus maridos con poder”, aseveró.
Cabe mencionar que el atuendo que estuvo vigente durante casi 3 siglos desapareció en las primeras décadas del siglo XIX. Tras su desaparición, aparecieron personas que querían ver, nuevamente, a las mujeres vestidas con sayas y mantos.
“Ya en 1858 se produjo un primer intento de marcha atrás en lo que respecta a las costumbres. Un grupo de damas ―y a modo de defensa, como no es difícil inducirlo, del sistema colonial redivivo― sacó de los arcones durante las festividades de agosto, dedicadas a Santa Rosa de Lima, las sayas y los mantos desaparecidos no hace mucho”, escribió el periodista en el ensayo titulado “De la tapada a ‘Miss Perú'”.
En otro apartado del mismo ensayo, el autor de “Lima la horrible” dijo que las ‘tapadas’ limeñas tenían fines que no concordaban con la moral y las buenas costumbres.
“Porque si ayer la limeña aspiraba a revolotear, cubierta su identidad bajo el rebozo de Manila o China, oteando con un solo ojo pícaro la aldea y sus figurantes, la larga falda hasta los torneados tobillos y un brazo desnudo como muestra tentadora ―persiguiendo así, sin demostrarlo, el ‘buen partido’ disponible―, hoy quiere campear desde la desnudez de un fugaz reinado de Miss, el cual procura publicidad, popularidad y vanidad, para alcanzar el mismo galardón que su antepasada, el enlace con el pudiente, y, por intermedio de él, la situación pudiente para ella misma”, arguyó.
“Entre la tapada tradicional y la postulante a ‘Miss Perú’ no es tanta la diferencia que hay como lo lamentan los críticos de las costumbres contemporáneas”, agregó el también destacado dramaturgo peruano.
En síntesis, las ‘tapadas’ limeñas encarnan un fenómeno social con cualidades tanto positivas como negativas. Sobre el primer punto, se podría afirmar que la principal era la autonomía relativa que este atuendo confería a las mujeres en una sociedad eminentemente patriarcal y conservadora.
En cuanto a los aspectos negativos, se pudo conocer que la anonimidad que proporcionaba el atuendo de las ‘tapadas’ limeñas les permitía sortear las normas sociales y morales establecidas de la época. Este potencial para el engaño y la transgresión generó inquietud entre las autoridades y sectores conservadores, quienes veían en la ‘tapada’ un desafío al orden establecido.