Este texto lo escribí en un taxi camino a un almuerzo, con lágrimas en los ojos y el corazón roto. Este es mi homenaje a Edgar, un ser humano increíble de esos que te dan fuerzas para seguir luchando por los animales. Es mi forma de despedir a ese gatito anónimo que parecía no importarle a nadie, menos a Edgar. A él y a mi sí que nos importó.
Quiero imaginar que tenías un nombre. Que alguna vez fuiste amado y te perdiste por tu fascinación por explorar. Quiero pensar que sentiste el amor en una caricia y que tu cuerpecito no tenía tantas huellas por vivir en la calle.
Era una tarde de sábado cuando nos cruzamos en la vida. Con esa mirada de los que ya no podemos ser indiferentes al dolor de los animales, te vi en la berma central de la cuadra 4 de la avenida Precursores, te atropellaron y dos personas parecían tratar de ayudarte. Iba camino a un almuerzo, pero no existe fuerza humana que me hubiera convencido de no regresar por ti.
Te levantamos como pudimos, alguien trajo una caja (todavía existe gente buena, pensé) y llegamos al primer veterinario que encontramos. Le explicamos (estabas muy mal) y nos pidió esperar porque tenía otro paciente. Y no pude. Tus ojos me dijeron que te quedaba poco y supe lo que tenía que hacer.
Te hablé con todo el amor que me cabía en el corazón y te dije que eras un gatito hermoso mientras te acariciaba. Te fuiste sin hacer ruido mientras estuve contigo hasta el final y ¡que alivio sentí! porque llegué a tiempo y no estuviste solo. El timing perfecto chiquito para poder acompañarte con palabras bonitas cuando te ibas de un mundo donde aquellos como tú parecieran invisibles para la mayoría.
(Felizmente Edgar y yo somos de los que tienen los ojos bien abiertos).
Gatito bueno, víctima de la maldad, no me arrepiento de haberte encontrado en la vida porque lo último que viste fue una sonrisa y no un rostro de odio inexplicable hacia los animales sin hogar. Como si fuera su culpa haber sido traicionados.
Gracias a ti, conocí a dos hombres increíbles que se me adelantaron para ayudarte. En especial Edgar. Me conmovió su nobleza. Me dijo contento que te adoptaría cuando te pusieras bien y que a su hermana le gustaban los gatos. Es una persona sencilla, su ropa estaba gastada, sus manos sucias y me contó que trabaja haciendo mudanzas. No podía pagar los gastos para que estuvieras bien y, sin embargo, no dudó ni un momento en ayudarte, algo que me demuestra que los héroes pueden pasar desapercibidos entre una gran multitud, aunque eso no los hace menos extraordinarios.
Gracias, Edgar, por darme un motivo para seguir, en un mundo de tanta crueldad con los animales que hace que a veces quiera “tirar la toalla”. En un mundo que, a veces, me abruma y me hace encerrarme en mí misma. En un mundo que, por momentos, se me hace insoportable.
Gracias por existir, por estar tan presente, por permitirme conocerte y, a través de ti, saber que cada vez somos más, por abrazarme sin tocarme. Por reencauzar mi camino y empujarme, sin que lo supieras, a continuar.
Sigue Edgar, sigue y por favor nunca te detengas.
(Ayudar a alguien que lo necesita nunca debería ser la excepción sino la regla).