Adondequiera que vayamos, seremos testigos del sufrimiento humano o, en el peor de los casos, lo padeceremos, muy a nuestro pesar. Dada la naturaleza compleja y frágil del hombre, así como las imperfecciones de las estructuras sociales en las que vivimos, el dolor se presenta como un elemento inevitable en nuestras vidas. Esta pena también está presente en los escritores, sobre todo en César Vallejo.
El sufrimiento no solo se presenta como un aspecto irremediable de nuestra existencia; la literatura tampoco puede evadir este tema que ha sido abordado desde el clasicismo griego. Escritores de todos los tiempos y lectores pueden corroborar ello. Frecuentemente se desea un mundo mejor, libre de sufrimiento, aunque esto implique que la poesía pierda su esencia.
Si hablamos del dolor humano, podemos mencionar a César Vallejo, el escritor cuya obra poética está marcada por el sufrimiento, el desamparo y una intensa compasión hacia los más desfavorecidos de la sociedad. Sus versos no solo capturan el dolor colectivo, sino que también reflejan sus propios momentos difíciles.
El autor de “Trilce”, un poemario de tendencia vanguardista, sufrió por diversas razones a lo largo de su vida. Podemos mencionar la pobreza y dificultades económicas que enfrentó durante su estancia en Europa; la separación de su tierra y de su gente; el encarcelamiento injusto por varios meses en Perú bajo acusaciones sin fundamento; desencuentros amorosos; entre otros.
Sobre este último asunto, es pertinente conocer quiénes fueron los amores de César Vallejo. En los libros de biografías se destaca el nombre de Georgette Philippart, una figura clave en la preservación y promoción del legado del vate Vallejo, además de ser su esposa; sin embargo, en esta oportunidad hablaremos de las mujeres que aparecieron en la vida del poeta antes de que este conociera a su último amor.
A lo largo de su vida, César Vallejo experimentó relaciones sentimentales que, de alguna manera, influyeron en su producción poética. Por ejemplo, en los poemarios “Los heraldos negros” y “Trilce”, de tendencia modernista y vanguardista, respectivamente, hay poemas que el escritor dedicó a sus parejas.
En su juventud, el escritor tuvo varias enamoradas. Lo curioso es que, al terminar una relación, luego de un corto tiempo, se emparejaba con otra.
Ahora bien, sobre la primera pareja sentimental del poeta, el investigador Francisco Martínez García señaló que “el primer amor documentado de Vallejo es el de María Rosa Sandoval, joven atractiva e inteligente, a la que conoce en Trujillo en 1916: fueron amores de una gran intensidad romántica”.
Solo pudo estar a su lado hasta setiembre de ese año, pues tuvo que trasladarse a Otuzco por motivos de salud. Respecto a este episodio, el escritor Teodoro Rivero-Ayllón dio a conocer la enfermedad que padecía la mujer y el poema que escribió luego de la muerte de su amada.
“Muere María Rosa el 10 de febrero de 1918, en las serranías de Otuzco, adonde los familiares la han conducido para que se restableciera de la tisis (…). Ya ido Vallejo a Lima ―desde fines de diciembre del 17― no deja de inquirir por ella, por ‘la pobre María’. Cuando Federico Esquerre, contertulio del grupo, le escribe dándole la mala nueva de su deceso, Vallejo pergeñará el poema que tanto le ha celebrado González Prada. Poema breve, dolorido y rebelde”, señala Rivero-Ayllón.
Respecto al poema en cuestión, es preciso señalar que se trata de “Los dados eternos”, que aparece en el libro “Los heraldos negros”. “¡Dios mío! ¡Estoy llorando el ser que vivo! / ¡Me pesa haber tomándote tu pan! / Pero este pobre barro pensativo / no es costra fermentada en tu costado: / ¡tú no tienes Marías que se van!”, se lee en una de las hojas del poemario. Cabe precisar que ese el término ‘Marías’ tiene un correlato con la realidad, dado que tanto su pareja como su madre se llaman María; esta última también falleció en 1918.
Poco después de su separación de María Rosa, Vallejo conoció a Zoila Rosa Cuadra y se enamoró de ella. Ernesto More, en el libro “VALLEJO, en la encrucijada del drama Peruano”, dio a conocer que el literato volvió a utilizar su dolor para crear poesía.
“Este año de 1917 ve surgir y apagarse el romance con Zoila Rosa Cuadra, a quien Vallejo pusiera el nombre de Mirtha, y le dedica el verso ‘Setiembre’, que figura en ‘Los heraldos negros’”, señaló.
A continuación, el poema “Setiembre”:
Aquella noche de setiembre, fuiste
tan buena para mí... hasta dolerme!
Yo no sé lo demás; y para eso,
no debiste ser buena, no debiste.
Aquella noche sollozaste al verme
hermético y tirano, enfermo y triste.
Yo no sé lo demás... y para eso,
yo no sé por qué fui triste... tan triste...!
Solo esa noche de setiembre dulce,
tuve a tus ojos de Magdala, toda
la distancia de Dios... y te fui dulce!
Y también fue una tarde de setiembre
cuando sembré en tus brasas, desde un auto,
los charcos de esta noche de diciembre.
Este poema refleja una relación inestable en la que ambos están afectados. Más allá de los motivos por los cuales el yo poético actuó de una manera determinada, es importante señalar que “fueron amores muy borrascosos en los que los celos estuvieron a punto de provocar la tragedia (…)”. Esta cita le pertenece a Francisco Martínez García.
En 1918, Vallejo se sumerge de nuevo en las turbulentas aguas de un romance complicado, lo cual perjudica su trabajo al punto de perderlo. Es menester señalar que, en ese año, entra a trabajar en el Colegio Barrós de Lima, inicialmente como profesor y luego asume el cargo de director.
El nuevo amor del autor de Paco Yunque, se llama Otilia Villanueva, una mujer que se convertiría en la musa de algunos poemas de Trilce. “(…) Fueron amores angustiosos y con una ruptura de consecuencias desgraciadas para Vallejo. En efecto, Otilia era cuñada de uno de los socios de Vallejo en la dirección y administración del Colegio Barrós; este socio no ceja hasta obligar a Vallejo a abandonar el Centro (ahora llamado Instituto Nacional)”, indicó Martínez García en su artículo Cronología biográfica de César Vallejo.
Este episodio adverso fue estímulo para escribir varios poemas de Trilce, como V, VIII, IX, X, XV, XXXIV, XXXV, XXXVII, XL, XLII, XLIII, XLVI, XLVIII, XLIX, LI, LXII, LXXI, LXXII. Estos títulos pueden interpretarse como parte de la innovación y experimentalismo que caracterizan a la obra. Como es sabido, esta creación literaria se enmarca en el Vanguardismo, un movimiento se destaca por su rechazo a las formas tradicionales de expresión y su búsqueda de la innovación. A continuación, presentamos XXXV.
XXXV
El encuentro con la amada
tánto alguna vez, es un simple detalle,
casi un programa hípico en violado,
que de tan largo no se puede doblar bien.
El almuerzo con ella que estaría
poniendo el plato que nos gustara ayer
y se repite ahora,
pero con algo más de mostaza;
el tenedor absorto, su doneo radiante
de pistilo en mayo, y su verecundia
de a centavito, por quítame allá esa paja.
Y la cerveza lírica y nerviosa
a la que celan sus dos pezones sin lúpulo,
y que no se debe tomar mucho!
Y los demás encantos de la mesa
que aquella núbil campaña borda
con sus propias baterías germinales
que han operado toda la mañana,
según me consta, a mí,
amoroso notario de sus intimidades,
y con las diez varillas mágicas
de sus dedos pancreáticos.
Mujer que, sin pensar en nada más allá,
suelta el mirlo y se pone a conversarnos
sus palabras tiernas
como lancinantes lechugas recién cortadas.
Otro vaso, y me voy. Y nos marchamos,
ahora sí, a trabajar.
Entre tanto, ella se interna
entre los cortinajes y ¡oh aguja de mis días
desgarrados! se sienta a la orilla
de una costura, a coserme el costado
a su costado,
a pegar el botón de esa camisa,
que se ha vuelto a caer. Pero hase visto!
Los poemas de “Trilce” pueden resultar difíciles de entender debido a su radical innovación en forma y contenido, características distintivas del Vanguardismo literario al que pertenece. Vallejo descompone y reconstruye el lenguaje poético, utilizando neologismos, alteraciones sintácticas y una densidad de imágenes y metáforas que desafían las convenciones tradicionales de la poesía.
César Vallejo, más allá de ser uno de los poetas más emblemáticos de la literatura hispanoamericana, desempeñó con dedicación la labor de profesor. La docencia ofrecía una vía práctica para obtener un sustento económico en diversas etapas de su vida, especialmente en momentos en que su carrera literaria no le proporcionaba suficientes ingresos.
En Trujillo, trabajó por primera vez como profesor en el Colegio Nacional de San Juan, donde tuvo como alumno a Ciro Alegría, quien con el tiempo se convertiría en un gran novelista. En 1917, el niño escuchó las enseñanzas del destacado poeta, que para entonces ya había escrito algunos poemas, los cuales aparecieron posteriormente en el libro “Los heraldos negros”.
En el primer volumen de “Memorias: mucha suerte con harto palo”, Alegría recuerda la vez que conoció a César Vallejo. A sus 7 años de edad ya había escuchado hablar del poeta en una conversación de sus familiares.
“Caminamos hasta la esquina y, volteando, se abrió a media cuadra la puerta que usaban los profesores y alumnos de la sección primaria. Nos detuvimos de pronto y mi tío presentóme a quien debía ser mi profesor. Junto a la puerta estaba parado César Vallejo. Magro, cetrino, casi hierático, me pareció un árbol deshojado. Su traje era oscuro como su piel oscura. Por primera vez vi el intenso brillo de sus ojos cuando se inclinó a preguntarme, con una tierna atención, mi nombre. Cambió luego unas cuantas palabras con mi tío y, al irse éste, me dijo: “Vente por acá”. Entramos a un pequeño patio donde jugaban muchos niños. Hacia uno de los lados estaba el salón de los del primer año. Ya allí, se puso a levantar la tapa de las carpetas para ver las que estaban desocupadas, según había o no prendas en su interior, y me señaló una de la primera fila (…)”, escribió Ciro Alegría.
Vallejo fue profesor del niño Alegría en el primer grado de primaria. En ese contexto, le enseñó a escribir y leer, sin imaginar que este alumno se convertiría en un gran escritor, e incluso hablaría de él en sus escritos.
En otro apartado del primer volumen de “Memorias: mucha suerte con harto palo”, el autor de “El mundo es ancho y ajeno” señaló que Vallejo enseñaba rudimentos de matemáticas, historia, geografía, religión y a leer y escribir; también evidenció sus cualidades como maestro.
“Algo que le complacía mucho era hacernos contar historias, hablar de las cosas triviales que veíamos cada día. He pensado después en que, sin duda, encontraba deleite en ver la vida a través de la mirada limpia de los niños y sorprendía secretas fuentes de poesía en su lenguaje lleno de impensadas metáforas. Tal vez trataba también de despertar nuestras aptitudes de observación y creación”, contó.
“Lo cierto es que, frecuentemente, nos decía: ‘Vamos a conversar’... Cierta vez, se interesó grandemente en el relato que yo hice acerca de las aves de corral de mi casa. Me tuvo toda la hora contando como peleaban el pavo y el gallo, la forma en que la pata nadaba con sus crías en el pozo y cosas así. Cuando me callaba, ahí estaba él con una pregunta acuciante. Sonreía mirándome con sus ojos brillantes y daba golpecitos con la yema de los dedos sobre la mesa. Cuando la campana sonó anunciando el recreo, me dijo: ‘Has contado bien’. Sospecho que ése fue mi primer éxito literario”, agregó el escritor Alegría.
El escrito mantuvo a lo largo de su vida una compleja relación con Dios. Surgido en el seno de una familia católica, César Vallejo experimentó desde temprana edad tanto la devoción como el cuestionamiento hacia las enseñanzas religiosas. Su literatura revela un constante cuestionamiento donde aborda el dolor, la salvación y la búsqueda de una figura divina más cercana y comprensible. Él no se conforma con una interpretación convencional de la fe; en su lugar, fusiona su dimensión espiritual con inquietudes sociales y morales, aspectos que se convierten en ejes fundamentales de algunos de sus poemas.
En el libro “VALLEJO, en la encrucijada del drama Peruano”, del investigador Ernesto More, se explora este tema controversial que continúa suscitando opiniones divididas, ya que algunos sostienen que se debe respetar a Dios por encima de todo. “(Vallejo) es un acaparador de dolor. Si cabe algún deísmo en Vallejo, es a través del dolor. Para vallejo, solo merece ser Dios el que ha sufrido, pero Dios no ha conocido el sufrimiento. Desde su primera época, Vallejo había puesto a Dios en la tierra, lo había humanizado. Este sentimiento humano de Dios, que lo aproxima tanto a Renán es todavía de ‘Los heraldos negros’. Desde entonces, Vallejo ha sufrido una evolución en la forma y contenido de su poesía, alejándose cada vez más de todo lo metafísico”, asevera.
A continuación, presentamos el fragmento del poema “Los dados eternos” en el que encara a Dios:
Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!
Habiendo comentado estos tres momentos de la vida de César Vallejo, podemos afirmar que una vida desventurada es un estímulo para crear grandes obras. A esto se suma el ingenio y talento del escritor para crear poemas que calen en la conciencia del ser humano. César Vallejo reflejó el dolor de las personas en sus poemas, siendo uno de los temas centrales en su obra. Las creaciones literarias en torno a este tópico seguirán impactando en las nuevas generaciones, pues vivir en un mundo donde todo sea felicidad es una utopía y además podría ser hasta aburrido.
Es sabido que la obra poética del vate nacido en Santiago de Chuco se divide en tres etapas, de las cuales una no se pudo identificar cuando el poeta estaba vivo. Se trata del periodo de compromiso político-social, que alberga los poemarios “Poemas humanos” y “España, aparta de mí este cáliz”, libros que fueron publicados póstumamente.
Al ser publicados luego de la muerte de César Vallejo, los combatientes de la Guerra Civil Española no pudieron motivarse en pleno encuentro bélico. Sin embargo, los versos son recordados por los peruanos y ciudadanos extranjeros en diversos momentos pero, sobre todo, cuando las naciones se enfrentan con misiles y bombas. A continuación, presentamos uno de los poemas más conocidos de la etapa de compromiso político-social, el cual aparece en el libro “España, aparta de mí este cáliz”.
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tánto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
Las nuevas generaciones suelen tener su primer acercamiento con el poeta peruano al leer “Paco Yunque”, un cuento considerado “demasiado triste” por una editorial española. A pesar de ello, en Perú se leía el relato en los colegios.
Con el pasar de los años, los estudiantes se toparon con otras obras del vate que no tenían el calificativo de triste, sino de complejo. Tal es el caso de “Trilce”, un poemario que se inscribe dentro del Vanguardismo. Este movimiento se caracterizó por romper con las reglas de composición.
Pero, ¿qué significa “Trilce”? Para despejar esta interrogante, es pertinente señalar el testimonio de Francisco Xándoval, amigo del autor de “Los heraldos negros”. Según él, el nombre del libro fue producto de la deformación y alargamiento de la palabra ‘tres’. Este neologismo habría sido creado por el hombre de letras luego de que un impresor de la Penitenciaría de Lima le dijera que la reposición de las hojas con los cambios costaría 30 soles de oro más, o 3 libras peruanas. Como es sabido, su creación literaria se imprimió en los talleres gráficos de esta locación.