El siglo pasado marcó para el Perú una serie de cambios que llegaron a un ritmo bastante vertiginoso. Muchos de ellos ocurrieron principalmente en temas de economía y política, donde los diferentes regímenes que pugnaban por el poder lograron imponerse uno tras otro con el paso del tiempo e implementar diversas medidas, algunas con menos éxito que otras.
En tal sentido, vale mencionar que uno de los gobiernos más recordados es posiblemente el del general Juan Velasco Alvarado, militar que estuvo en el poder durante siete años, tiempo más que suficiente para realizar algunos cambios como la Reforma Agraria, odiada por muchos, amada por otros; pero que, sin duda, marcó un hito en la historia del moderna del país.
Lo cierto es que, además de lo mencionado, el general tuvo también otras ambiciones que fueron tal vez un poco menos populares, como un plan para invadir Chile que llevó al Perú a una carrera armamentística sin precedentes.
A la sombra de un gobierno militar
Cuando el general Juan Velasco Alvarado tomó el poder lo hizo mediante un golpe de Estado perpetrado en contra del presidente constitucional de aquel entonces, Fernando Belaúnde Terry, la madrugada del 3 de octubre de 1968, fecha en que las Fuerzas Armadas se alzaron con el sillón presidencial durante varios años imponiendo un modelo nacionalista que se alejaba de los tradicionalismos.
Esta nueva dictadura militar, encabezada en su primera fase por el general Velasco, aplicó una amplia variedad de medidas y manejaba una línea de pensamiento bastante patriótica.
En ese sentido y para comprender mejor la idea de una invasión contra Chile, es necesario remontarse a las épocas de la Guerra del Pacífico, conflicto armado entre Perú y Chile que se desarrolló entre los años 1879 y 1884, es decir, a poco tiempo de la independencia de la nación que tanto había costado consolidar.
No basta con decir someramente que Perú perdió la guerra, ya que los resultados fueron devastadores, como suelen ser en todo conflicto bélico, no solo a nivel de pérdidas humanas y materiales, sino también a una dimensión ligada al honor.
Parte del territorio fue arrebatado para siempre y con él una gran riqueza en recursos. Los héroes nacionales se alzaron en esfuerzos infructuosos, algunos murieron en batalla y otros lucharon en todos los frentes con gran valentía en el anonimato, pero sin éxito alguno. La guerra cada vez golpeaba con más furia la maltrecha moral nacional y pronto llegaría la inevitable invasión a Lima. La Ciudad de los Reyes, que guardaba la belleza heredada del virreinato, fue saqueada y ensombrecida por muchos años por la presencia chilena en sus calles.
Pese a esto, el conflicto llegó a su fin, pero las profundas heridas que quedaron en la memoria colectiva no fueron tan fáciles de borrar.
Entendiendo la humillación que representó para muchos este periodo histórico, solo bastaba con sumarle los afanes nacionalistas y patrióticos que tenía el gobierno militar para entender, en parte, de dónde surgieron las ambiciones por recuperar lo que alguna vez perteneció a territorio nacional.
Velasco y el plan para invadir Chile
Para la época del gobierno de Velasco, el Perú ya contaba con el apoyo de países como Cuba o Rusia y una posición favorable frente a su vecino sureño, que afrontaba inestabilidad política luego de la caída de Salvador Allende a manos del régimen de Augusto Pinochet. En este punto, las tensiones entre ambos países se hicieron evidentes dadas las diferencias entre los gobiernos de turno, sin embargo, también se hizo notar la superioridad militar que Perú tenía frente a Chile.
Valiéndose de préstamos soviéticos a largo plazo con una tasa de interés muy baja, la armada peruana gastó millones de dólares y adquirió una fuerte cantidad de arsenal militar que incluía más 200 tanques de guerra T-54 y T-55, que eventualmente llegaron a ser 400; aviones de combate sumamente sofisticados, sistemas de misiles, fusilería, artillería, fragatas y cazas franceses que consolidaron su poderío y contrastaban con la desfasada maquinaria de guerra chilena y su estado de crisis política y económica.
Por primera vez, Perú estaba mejor preparado para dar pelea y, tal vez, recuperar lo que había sido arrebatado en el pasado.
Por esa razón el general Velasco y su grupo de militares consideraron ese como el mejor momento para realizar una invasión que no solo pasaría por la recuperación del territorio, sino que llegaría hasta Santiago e incluso se le entregaría Antofagasta a Bolivia.
La estrategia era tan detallada que se habían planteado muy bien los espacios donde la batalla sería más cruenta y las rutas de ingreso que abarcarían al vecino altiplánico. Había ya una labor de inteligencia previa, es decir, se sabía la ubicación de las tropas chilenas, nombres de tenientes, capacidad operativa, desplazamiento y más datos de vital importancia para un ataque.
Para coronar el asunto, se fijó también una fecha o ‘día D’ para la invasión, que sería el 6 de agosto de 1975.
Incertidumbre chilena
Este secreto a voces pesaba sobre el Gobierno chileno a cargo de Pinochet, que no era bien visto debido a los atropellos en contra de los derechos humanos que se habían cometido en ese periodo.
Era más que evidente que este proceso de rearme sin precedentes en Perú estaba destinado a librar una revancha histórica que tomaba a Chile en su peor momento. Los batallones de infantería y artillería se encontraban peligrosamente en el sur dando el aviso de guerra sin decir una palabra, asimismo, las armas adquiridas por el Gobierno eran todas ofensivas, lo que hacía pensar en una agresión más pronto que tarde.
Con la caída de Salvador Allende, quien compartía afinidad con Velasco, ya no quedaba un solo vínculo entre ambos países que hiciera las veces de conciliador. La guerra era inminente.
En ese contexto llovía sobre mojado en Chile, sin embargo, se tomaron algunas decisiones. Según relata la revista ‘Qué pasa’, en su reportaje ‘Los años que remecieron a Chile’, se aumentaron dos años en el servicio militar en dicho país y se duplicó el gasto en Defensa. Cientos de hombres fueron a acampar al desierto esperando la guerra durante meses. El esfuerzo fue enorme y la movilización masiva. Se hicieron viajes constante a Europa en búsqueda armamento, muy difícil de conseguir debido a la mala posición chilena que iba perdiendo la carrera armamentista contra Perú y se vio obligada a recurrir a traficantes internacionales que muchas veces vendían el implemento bélico sin garantías o controles de calidad.
Agrega el texto que “la estrategia diplomática chilena se orientó a denunciar en forma constante y reiterativa, en cuanto foro internacional hubiera, que Perú se estaba preparando para una guerra”, asimismo, la revista da detalles de la incertidumbre que albergaban los corazones chilenos ante las decisiones de un impredecible Velasco, conocido alguna vez como ‘Juan sin miedo’.
“Teníamos la certeza de que, si podía, Velasco Alvarado iba a agredir (...) faltaba solo la chispa, cualquier detalle, cualquier roce para desencadenar el conflicto”, precisó para el reportaje de la revista ‘Qué pasa’ el General Jorge Dowling, comandante del Regimiento Rancagua con asiento en Arica en 1975.
Así, pensar en la defensa para Chile era vital, especialmente proteger la zona de Arica, muy debilitada y el lugar preciso por donde los tanques peruanos pasarían sin obstáculo alguno. Si la armada nacional atacaba, era posible que no hubiese forma de detenerla.
Una guerra que no llegó
Pese a que tanto Perú como Chile hicieron gastos sin precedentes en una carrera armamentística que duró un par de años, el fantasma de la guerra que por tanto tiempo acosó al gobierno sureño y fue el sueño de Velasco desapareció para siempre.
Es entonces cuando surge la evidente pregunta: ¿Por qué no invadió Perú a Chile? La respuesta podría encontrarse en la figura de Velasco. El general mantuvo por mucho tiempo el país bajo un relativo control, sin embargo, su salud se vio resquebrajada paulatinamente al punto en que se le tuvo que amputar una pierna debido a un aneurisma.
Según detalla la prensa chilena, esto lo volvió más paranoico, desconfiado e impredecible; pero lo cierto es que el sólido régimen tan necesario para iniciar un conflicto de esa naturaleza empezó a resquebrajarse poco a poco y con él, también el poder político del dictador.
Un plan de guerra empezó a quedar en segundo plano ante las tensiones internas que culminaron con un golpe de estado por parte de Francisco Morales Bermúdez un 29 de agosto de 1975.
Otras versiones aseguran que Estados Unidos habría impedido una guerra debido a los vínculos de Perú con la Unión Soviética y el afán estratégico de que Sudamérica permanezca en paz; mientras que la Marina chilena precisa que las malas relaciones de Velasco con la fuerza naval nacional habrían ralentizado su rearme, que fue mucho menos agresivo en comparación con las otras entidades castrenses, pese a que el ataque se daría por aire, mar y tierra.
Lo cierto es que el plan existió y no se trata de un simple mito, bien lo relató para RPP el historiador Hugo Neira, quien habría hablado con Velasco antes de su muerte en 1977.
“Le pregunté si preparaba la guerra con Chile. Me dijo: ‘Mira hijo, tienes que entender que a estos chilenos nunca más los vamos a encontrar en la situación que están. Por primera vez tenemos mejores aviones, tanques y habíamos estudiado un ataque como el de los israelitas en el Sinaí. Los habíamos agarrado con los pantalones abajo”, fue la respuesta del otrora dictador en su momento, dejando en evidencia que vivió convencido de que Perú pudo haber tenido una revancha que le diera, al fin, un cierre a las entonces heridas abiertas de la Guerra del Pacífico.