Luego de los procesos de independencia de la mayoría de los países en Sudamérica, quedó la tarea de que cada uno busque su propio destino. Y esa no fue una tarea para nada sencilla, pues muchos no lograron ponerse de acuerdo en varios puntos y desataron sus propias batallas, sobre todo para marcar sus límites.
En el caso del Perú, también debió escribir su propia historia en varios campos de batalla. Una de las que fueron bastante usuales en el siglo XIX fue la que nos enfrentaron contra Ecuador.
Y es que de todas las veces que los ejércitos de ambos países se vieran la cara, incluidas las del siglo XX, hubo uno en particular que dejó una huella profunda en los contendientes (la librada entre 1858 y 1860) y que tuvo un final inesperado: la firma del tratado de Mapasingue que ninguno terminó por respetar y dejó la puerta abierta para los futuros conflictos que llegarían. Esta es la historia.
Un pasado de disputas territoriales
La génesis del conflicto se remonta a la época del Virreinato del Perú y la división territorial que experimentó con las reformas borbónicas en 1717. A lo largo de los años, surgieron disputas sobre la jurisdicción de territorios como Guayaquil, Maynas y Quijos, que pasaron de una dependencia a otra, generando tensiones entre las incipientes naciones.
A pesar de creerse lo contrario en un primer instante, la independencia de la Gran Colombia y del Perú no trajo consigo la paz, sino más bien nuevos desafíos. Desacuerdos sobre Tumbes, Jaén y Maynas llevaron a la guerra gran colombo-peruana en 1828, que culminó con el Tratado Larrea-Gual en 1829. Sin embargo, la disolución de la Gran Colombia dejó pendientes varios puntos de este tratado, creando un caldo de cultivo para futuros conflictos.
Hasta que la República del Ecuador hizo su aparición en escena en el año 1830, pero esto no resolvería ninguna tensión limítrofe, todo lo contrario. A pesar de acuerdos como el Tratado Pando-Novoa en 1832, los reclamos territoriales se intensificaron en la década de 1840, especialmente durante la guerra entre Perú y Bolivia, aprovechando la coyuntura para cuestionar la validez de tratados previos.
La crisis de 1858: de la deuda inglesa a la declaración de guerra
La llegada al poder del general Francisco Robles en Ecuador desencadenó una crisis relacionada con la “deuda inglesa”. Esta era una deuda que los norteños tenían con el gobierno inglés y para poder pagarla decidieron otorgar varios territorios que, casualidad, se encontraban en territorio peruano.
Este conflicto diplomático con el Perú alcanzó su punto álgido con la expulsión del ministro peruano Juan Celestino Cavero y la negativa ecuatoriana a suspender el acuerdo con los ingleses. La incapacidad para resolver las diferencias llevó al bloqueo pacífico de la costa ecuatoriana por parte de la Marina de Guerra del Perú en agosto de 1859.
Pero el bloqueo peruano, destinado a presionar a Ecuador para resolver el conflicto, coincidió con una guerra civil interna en Ecuador. Mientras el presidente Ramón Castilla buscaba negociaciones pacíficas, la anarquía se apoderó de Ecuador, con múltiples gobiernos disputándose el poder en Quito, Guayaquil y otras regiones del joven país.
Ante la falta de un gobierno ecuatoriano unificado, Castilla decidió intervenir directamente, desplegando una expedición militar hacia Ecuador. La ocupación estratégica de haciendas como Mapasingue, Tornero y Buijo, en Guayaquil, en enero de 1860, marcó un hito en el conflicto, aunque la estrategia de Castilla era lograr un arreglo pacífico mediante la unificación de los gobiernos ecuatorianos.
El Tratado de Mapasingue
El tratado se fundamentó en la interpretación de la real cédula de 1802, que subordinó los territorios orientales de Quito al Virreinato del Perú. Reconociendo la soberanía peruana sobre las tierras en disputa, el acuerdo fue firmado el 25 de enero de 1860 por los representantes de Ramón Castilla y el líder ecuatoriano Guillermo Franco Herrera.
Sin embargo, el conflicto persistió en Ecuador, donde la facción dirigida por Gabriel García Moreno, con el respaldo del general Juan José Flores, derrotó a Franco y desconoció el tratado.
En el Perú la situación fue similar, pues el Congreso no lo reconoció en 1863 y lo invalidó por las circunstancias de su firma. Este episodio, aunque breve, dejó huellas duraderas en las relaciones bilaterales entre ambos países sudamericanos.
Ejemplo de lo que no se debe hacer
La guerra peruano-ecuatoriana de 1858-1860, aunque a menudo olvidada, ilustra las complejidades políticas y territoriales que caracterizaron la América Latina del siglo XIX.
Los antecedentes históricos, las disputas limítrofes y la intervención militar revelan la fragilidad de las relaciones entre naciones recién independizadas.
Este episodio, marcado por la diplomacia fallida y la anarquía interna, sigue siendo un recordatorio de la importancia de la resolución pacífica de conflictos en la construcción de relaciones duraderas entre países vecinos. No fue hasta 1998, más de 150 años después, que tanto el Perú y Ecuador encontrarían la paz definitiva con la firma del Acta de Brasilia.