Perú es un país con muchas tradiciones que perduran desde los días del Tahuantinsuyo. Una que destacó fue el consumo de la hoja de coca. Esta planta de origen sudamericano florece exclusivamente en los Andes amazónicos y ha desplegado una versatilidad única a lo largo de la historia. Utilizada en rituales, ceremonias y como medio de trueque, también servía como hierba medicinal, analgésico y curativo esencial en el antiguo imperio inca.
La Erythroxylum coca, la planta de la hoja de coca, se origina en la región de la yunga amazónica y puede ser cultivada a altitudes que oscilan entre los 500 y 1500 metros sobre el nivel del mar. Los vestigios más antiguos de esta especie, datados entre los años 5300 y 3900 a.C., han sido descubiertos en Ayacucho.
Entre las prácticas más destacadas, se llevaron a cabo cirugías complejas, como trepanaciones craneanas, utilizando herramientas quirúrgicas aparentemente simples: la vilcachina, una especie de jeringa para extirpaciones, y el tumi, cuchillos empleados para abrir cráneos. Los incas, con ingenio médico, lograron enfrentar diversas enfermedades, desde trastornos respiratorios hasta problemas digestivos, utilizando la hoja de coca como recurso medicinal efectivo.
Esta hoja milenaria no solo es un vínculo con el pasado andino, sino que también ha demostrado su valía en la contemporaneidad. Apreciada por sus propiedades estimulantes, rica en hierro y vitaminas B y C, la hoja de coca persiste como un elemento que aporta fuerza física y estabiliza los niveles de azúcar en la sangre.
La hoja de coca, la planta que otorgaba fuerza
En la actualidad, la hoja de coca se ha convertido en un recurso polifacético, utilizado tanto en infusiones como en la forma tradicional de chacchar. Más allá de proporcionar una sensación placentera, su versatilidad se despliega en la lucha contra el mal de altura, la resistencia a esfuerzos físicos, la complementación alimentaria e incluso la interpretación del futuro, siempre y cuando exista la creencia en sus poderes.
En las prácticas de la medicina tradicional andina y amazónica, la hoja de coca desempeña un papel crucial, actuando como analgésico gástrico, antidiarreico, carminativo y contra diversas dolencias, desde el dolor menstrual hasta el asma.
Los avances en anestésicos locales, aunque a menudo son fruto del azar, tienen un capítulo importante vinculado a la hoja de coca. La cocaína, alcaloide activo extraído de estas hojas en 1855, se reveló como un anestésico local fundamental gracias a sus propiedades analgésicas y vasoconstrictoras. Este descubrimiento marcó un momento relevante en el desarrollo de anestésicos utilizados en procedimientos médicos y dentales.
La ciencia respalda las propiedades medicinales de la hoja de coca, destacando sus efectos estimulantes, riqueza en hierro y vitaminas B y C, y su capacidad para estabilizar los niveles de azúcar en sangre. Más que un simple estimulante, esta hoja milenaria favorece la relajación muscular, mejora la respiración en grandes altitudes y combate diversas alteraciones gástricas. Su riqueza nutricional, respaldada por el Transnational Institute, subraya la tradición ancestral de su consumo sin efectos adversos para la salud, consolidando la hoja de coca como un tesoro de beneficios para el bienestar humano.
La hoja sagrada que se volvió exclusiva para la élite
En la milenaria travesía de los incas, la hoja de coca no solo fue una planta, sino un arte refinado de cultivo y procesamiento. Los intrincados campos de cultivo, cuidadosamente seleccionados en las regiones más cálidas y húmedas, dieron vida a esta planta sensible. La recolección implicaba un arte delicado: las hojas debían quebrarse al doblarlas, descartando cualquier imperfección, ya fuera por roturas o manchas. Este proceso, que incluía el secado al sol y sombra, requería destreza para preservar la planitud y monocromía de las hojas. Sin embargo, a pesar del esmero, una gran parte de la cosecha sucumbía en el viaje.
La hoja de coca, debido a estas exigencias, se transformó en un artículo de lujo, equiparable al oro y la plata. Era usada como moneda de recompensa para funcionarios y señores locales, entregada por el Sapa Inca como reconocimiento a la fidelidad al imperio. El Inca Garcilaso de la Vega escribió que «por ella (los incas) posponen el oro y la plata y las piedras preciosas»
Pero la exclusividad del cesto de coca restringía su posesión a las élites. Los cronistas españoles, al describir la organización social incaica, destacaban que esta hoja era un manjar reservado para señores y caciques, no para la gente común. Aunque existían excepciones, como los coca-camayoqs, sembradores de coca, quienes, gracias a su labor, disfrutaban del poder vigorizante de la hoja que cultivaban con tanto esfuerzo.
La hoja de coca en los rituales incas
En la investigación titulada ‘La sagrada hoja de coca de los incas: usos, beneficios y posibles efectos adversos’ de Héctor Pereira, se revela que en la cultura incaica, la hoja de coca desempeñaba un papel fundamental en rituales y ceremonias religiosas. Considerada como un puente entre los seres humanos y los dioses, los chamanes y sacerdotes la empleaban para obtener visiones y revelaciones. Estas hojas también eran utilizadas como ofrendas, buscando el favor y la protección divina.
Las crónicas detallan la práctica ancestral de los pueblos indígenas americanos de consumir hojas de coca como estimulante general. En el contexto de las antiguas civilizaciones sudamericanas, especialmente durante el apogeo del imperio inca, el cultivo y consumo de la coca se erigieron como elementos cruciales en la economía.
¿Quiénes ejercían la medicina en el imperio de los incas?
En el antiguo Imperio Inca, la salud estaba en manos de una variada casta de médicos, quienes no solo curaban a los enfermos con hierbas y productos naturales, sino que también oficiaban ceremonias de sanación. Entre ellos, destacaban los ‘ichuris’, médicos-curanderos que compartían sus habilidades con la población. Para los habitantes comunes, los ‘Comascas’ eran los encargados de velar por su bienestar, mientras que la nobleza inca confiaba en los servicios de los ‘Amaucas’.
El Watuk, con su habilidad diagnóstica, evaluaba enfermedades y estilos de vida. El Hanpeq, especie de chamán, desplegaba sus artes curativas en ceremonias religiosas. El Paqo se ocupaba de curar el alma, creyendo que el corazón albergaba este elemento vital. El Sancoyoc, sacerdote cirujano, intervenía en casos de extremidades rotas, abcesos y problemas dentales. El Hampi Camayoc, químico del estado inca, salvaguardaba los recursos médicos naturales, mientras que el Collahuaya proveía plantas medicinales y amuletos para fortalecer la salud.