La historia del Perú es sumamente compleja y cautivadora. Muchos de los eventos que ocurrieron en tiempos antiguos han desafiado lo conocido por los especialistas y hoy en día se siguen descubriendo indicios que fascinan a propios y extraños.
Con el paso del tiempo hubo muchos entusiastas que llegaron desde tierras extranjeras para estudiar nuestra fascinante historia, como es el conocido caso de Thor Heyerdahl, un ciudadano noruego que casi a mitades del siglo pasado llevó un paso más allá su teoría para ponerla en práctica y cruzó el océano Pacífico para demostrar que los antiguos habitantes del Perú podrían haber llegado a la Polinesia.
¿Quién era Thor Heyerdahl?
Antes de hablar de la proeza que significó el viaje de Thor Heyerdahl y su equipo, es necesario saber qué motivó al investigador para realizar lo que algunos catalogaron como un ‘suicidio’. Nacido un 6 de octubre de 1914 en Larvik, Noruega, el aventurero llegó al mundo en una época donde la guerra arreciaba y nadie imaginaba que tiempo después un segundo conflicto marcaría una de las épocas más traumáticas de la historia.
Desde muy joven su pasión por la investigación lo llevó a la universidad de Oslo donde estudió biología y geografía, especializándose en Antropología de Polinesia. Ya en aquel entonces se dedicó a estudiar las rutas migratorias y publicó artículos en National Geographic o la prestigiosa revista International Science.
La guerra alcanzó pronto la vida de Heyerdahl, quien se enlistó como parte de la unidad paracaidista en el bando de los aliados. Desempeñó este papel durante los años 1942 y 1945, cuando finalmente terminó la guerra. Pronto retomó sus actividades y llegó hasta la Polinesia, a la isla de Fatu Hiva, donde se planteó la hipótesis que lo llevaría a realizar una expedición: esa parte del mundo podría haber sido poblada también por indígenas de América del Sur.
“Me habían fascinado los misterios aún no resueltos de los mares del Sur; debía haber para ellos una solución racional”, aseguraba el aventurero en su libro “La expedición de la Kon-Tiki”.
El reto científico
Esta región ubicada en el continente oceánico agrupa una gran cantidad de archipiélagos. Más de un país tiene soberanía sobre algunas islas y hay atractivos de importancia como la isla de Pascua.
Según aseguraba Heyerdahl, en algunas regiones de esta zona se adoraba a Kon-Tiki Viracocha, y existía la leyenda de un jefe nativo que habría navegado en una embarcación de madera desde nuestras tierras. Una extraña situación que más que una mera coincidencia parecía ser la certeza de que culturas pre-incas habían llegado hasta esa región y dejado huellas indelebles de su visita.
Pese a que la hipótesis parecía razonable, la comunidad científica no tomó precisamente con seriedad el planteamiento y se dice incluso que un arqueólogo de nombre Herbert Spinden le habría dicho lo siguiente: “Sí, intenta tú mismo viajar en una balsa desde Perú a las islas del Pacífico”.
El desafío fue aceptado por Heyerdahl, quien empezó a planificar su expedición casi inmediatamente.
Una tripulación de seis personas y un loro
El entusiasmo y la valentía que parecía tener en común Thor Heyerdahl con el dios nórdico con el que comparte nombre marcó su travesía, que empezó con la búsqueda de una tripulación dispuesta a cometer una verdadera locura en nombre de la ciencia.
Así, se unieron al viaje Herman Watzinger, un ingeniero que fue el segundo al mando en la balsa y que tenía experiencia en técnicas de refrigeración, hidrología y termodinámica; Knut Haugland, un ingenioso operador de radio que había participado en la guerra; Torstein Raaby, también con experiencia en condiciones bélicas; Bengt Danielsson, un antropólogo que pidió voluntariamente ser incluido en la expedición y estaba muy interesado en las teorías de Heyerdahl, además, hablaba español; y Erik Hesselberg, amigo de la infancia del aventurero y el único aparte de Heyerdahl con experiencia en navegación. Una tripulación idónea con características únicas.
Como dato curioso, es importante mencionar que el grupo, compuesto por seis hombres, llevó consigo a un loro, al mismo estilo de las antiguas historias náuticas. Sin duda, el viaje requería que cada uno de ellos fuese capaz de confiar en el otro, ya que les esperaba un difícil trayecto de nada menos que aproximadamente 6.980 kilómetros.
La Kon-tiki
La expedición que debía probar la posibilidad de que los antiguos peruanos pudieran haber llegado a la Polinesia requería recrear las condiciones de la época en que habría ocurrido el viaje; para ello, se embarcaron hacia Ecuador, donde se recolectó la madera con la que se construiría la balsa en Perú usando los modelos descritos por los españoles en épocas de antaño.
Esta estaba compuesta por nueve troncos de 13,7 m de largo y 60 cm de diámetro, unidos entre sí por lazos de cáñamo y otros troncos que iban de forma transversal, con una longitud de 5,5 m y 30 cm de diámetro.
La embarcación, bautizada como Kon-Tiki, fue financiada por préstamos y donaciones provenientes del gobierno de Estados Unidos. Así, los exploradores recibieron sacos de dormir, comida enlatada y algunos instrumentos de radio y medición.
Las apuestas aseguraban que la balsa se desintegraría mucho antes de tocar tierra, pero el explorador noruego estaba seguro de que los vientos del este y la corriente de Humboldt llevarían a la Kon-Tiki a su destino como lo habrían hecho con las antiguas balsas indígenas, compensando de ese modo la falta de habilidad de toda la tripulación para maniobrar una nave de esta naturaleza. Así, siguiendo las huellas de estas culturas y confiando en que lograrían dominar la navegación sobre la marcha, el navío zarpó desde el puerto del Callao en 1947.
“Había alboroto en la bahía del Callao el día que la “Kon-Tiki’' debía ser remolcada mar afuera. El Ministro de Marina, Capitán de Navío Manuel Nieto, había ordenado que el remolcador “Guardián Ríos” nos remolcara fuera de la bahía hasta la zona despejada de tráfico, donde antaño solían los indios apostarse a pescar desde sus balsas. Los periódicos habían publicado la noticia bajo grandes titulares rojos y negros, y desde las primeras horas de la mañana del 28 de abril los muelles estaban atestados de gente”, escribió Thor Heyerdahl en su libro.
El éxito de la misión
Aunque el camino fue largo, la expedición en cuestión desafió toda expectativa y después de 101 días en altamar, alimentándose con las donaciones y a través del milenario arte de la pesca, los intrépidos aventureros tocaron tierra en un arrecife de coral en el atolón de Raroia, en la Polinesia, un 7 de agosto de 1947.
Heyerdahl narró sus aventuras y como a poco tiempo de zarpar comprendió mejor que era posible ir en una balsa en medio de la bravura del mar.
“Los viejos maestros del Perú sabían muy bien lo que se hacían cuando evitaban los cascos huecos, expuestos a llenarse de agua, o un navío tan largo que no pudiera tomar las olas una a una. Una apisonadora de corcho, he aquí lo que venía a ser una balsa”, precisa un extracto de su libro.
Asimismo, escribió como quedó la Kon-Tiki tras tocar tierra, demostrando el cariño que lograron tener por el navío.
“La embarcación que habíamos conocido durante semanas y meses en el mar, ya no era la misma. En unos cuantos segundos, aquel agradable mundo nuestro se había convertido en los despojos de un naufragio”. Precisa más adelante: “La «Kon-Tiki» quedaba allá lejos sobre el arrecife, rodeada de la espuma del mar. Era un despojo, pero un despojo honorable”.
Un libro y un Oscar
Como se ha mencionado, la exploración demostró que sí era posible navegar en una balsa hasta llegar a la Polinesia, razón por la cual es probable que las culturas preincas podrían haber llegado hasta ahí. Asimismo, fue para el explorador noruego un salto a la fama.
A un año después de la gran hazaña, en 1948, lanzó el libro que hemos mencionado y del cual se tienen casi todas las referencias de su travesía: “La expedición de la Kon-Tiki”, que contiene detalles sumamente importantes sobre los días en que el grupo de aventureros estuvo en mar abierto.
“Pasaban las semanas. No veíamos la menor señal ni de barco ni de desperdicios flotantes que pudieran indicarnos la existencia de otros seres humanos en el mundo. El mar entero era nuestro y, con todas las puertas del horizonte abiertas, verdadera paz y libertad descendía sobre nosotros desde el firmamento”, narra Heyerdahl con una pluma divertida y ligera que deja entrever que la aventura fue difícil, pero disfrutable.
El libro tuvo una recepción única y fue traducido a más de 70 idiomas. A este le siguió un documental sobre la balsa Kon-Tiki, usando algunas grabaciones que se hicieron durante el viaje. La película llegó a ganar un Oscar a mejor documental en el año 1951.
Thor Heyerdahl continuó su vida como explorador y volvió a Perú entre 1988 y 1992, aportando en nuevos descubrimientos en la región Lambayeque, entre ellos, una pared donde se observa la imagen de hombres pájaro a bordo de embarcaciones, similares a algunos vistos en la Isla de Pascua.
El explorador contribuyó de gran manera en el conocimiento que se tiene de las antiguas culturas y su relación con la Polinesia, además, vivió convencido de que estas llegaron hacia esas tierras. Falleció en 2002 como producto de un cáncer, pero su legado y entusiasmo permanece hasta hoy.