Rosa y Zacarías llegaron para asentarse en Montreal desde su natal Apurímac hace más de 30 años. Se llevaron a su hijo Luis, de un año, para escapar del escenario político y violento en la década de 1980 en Perú. Después de muchos años se enfrentan a una realidad; la realidad del migrante: extrañar a la tierra que dejaron atrás con sus costumbres, rutinas y tradiciones. Ese es el eje principal de Todos los santos (Hipatia Ediciones), la primera novela de Marcela Cossíos.
Cossíos es guionista y ha dirigido los cortometrajes La mujer del toro y Bajo el balcón. Infobae Perú conversó con la escritora, quien reside en Suiza, acerca de la cosmovisión andina, los inmigrantes (como ella) y qué se siente vivir lejos de la patria.
—El duelo en la cosmovisión andina es importante. “Los muertos sienten”, dice Rosa, sin embargo, su hijo Luis, quien creció en Canadá parece no entender que, desde la cultura de sus padres es así, ¿es algo por lo que deben pasar varios padres de familia que migran a otros países con sus hijos pequeños y acostumbrarse a la nueva cultura?
—Creo que sí. Creo que es algo común en las familias migrantes. Los hijos suelen adoptar, más rápido y sin reparos, los elementos de su nuevo espacio y de su nueva cultura. Para varios padres y madres migrantes es doloroso descubrir que se ha abierto un abismo cultural entre ellos y sus hijos. En la novela, es doloroso para Rosa aceptar que su hijo no entiende lo que ella intenta trasmitirle o, peor aún, es doloroso aceptar que lo que le ha enseñado en la infancia no tiene valor para él. El hijo ha dejado de creer en acervo cultural de su madre, y esto crea un abismo que dificulta la comprensión y rompe la transmisión de saber.
—”El amor está en las acciones”, recuerda Luis, el hijo, pero ahora solo ve que sus padres estaban juntos por costumbre, ¿qué es el amor para Marcela Cossíos desde la mirada de una inmigrante?, ¿crees que en algún momento se vuelve repetitivo?
—No podría decir que mi mirada de inmigrante haya cambiado mi comprensión del amor. Creo que el amor puede manifestarse en actos, y estos actos pueden ser un simple “estar ahí”. Y ese “estar” es desinteresado libre. También creo que cuando hablamos de amor, hablamos de una manera de situarse en el mundo y de relacionarse con él. El amor es extenso.
Pero imagino que me preguntas por el amor desde mi punto de vista porque, al migrar, muchas veces nuestra pareja se puede convertir en el centro de todo, como el amor entre Rosa y Zacarías. Me interesaba crear a un personaje que construyera su mundo alrededor de su pareja. Quería hablar de un amor voluntariamente dependiente, asumido como un salvavidas, para preguntarnos sobre su nueva comprensión, liberación y reconstrucción.
Por otro lado, creo que el amor no puede ser repetitivo, aburrido o desgastante. Intento hacer el ejercicio de imaginar un amor así y encuentro una diferencia clara entre la rutina, que puede aburrir y desgastar el ánimo de cualquiera, y el sentimiento constante del amor. Y es que creo que el amor es un sentimiento constante y ondulante del que solo somos conscientes en tiempo presente. Hay variaciones en su intensidad y vamos a percibirlo cada vez, yo diría que como una novedad, lo vamos a descubrir cada vez. Por lo menos, eso siento cada mañana cuando veo a mi esposo. Ya ves que soy una romántica y que estoy enamorada de mi esposo.
—Y te hago está pregunta porque en Todos los Santos hay una vuelta de tuerca como es el abandono y Luis considera que esto es porque sus padres se habían acostumbrado a los dos, a vivir juntos, al idioma y se sentían identificados con sus costumbres en un país desconocido.
—Luis tiene razón sobre la costumbre y sobre la necesidad, pero se equivoca sobre el amor. Creo que Luis todavía no sabe qué es el amor.
—”A los que migran”, escribes en la dedicatoria. Existe la idea equivocada de que si migras, sí sales de tu país te va ir bien cuando, muchas veces, no es así. En el caso de Todos los Santos, hay recuerdos de la tierra natal, el querer volver, el hacerlo por los hijos, entre otras cosas, sé que tú novela parte desde tu mirada.
—Sí, parte de mi mirada. Existen diferentes situaciones para migrar y diferentes tipos de migración. Puede ser voluntaria o puede ser forzada, temporal o definitiva. Y a pesar de estas distinciones, creo que todas comprenden algún nivel de duelo, más o menos doloroso según la situación. La migración forzada comprende el duelo más doloroso porque en el país de origen esas vidas están en peligro o no tienen acceso a una calidad de vida digna. Es una necesidad urgente, dura de aceptar y de concretar. Es como un rechazo, ¿no? Te vas porque tu tierra no te quiere y, sin embargo, preferirías que se den las condiciones necesarias para quedarte.
A veces, como dices, se parte con la idea equivocada de que el lugar de destino podrá ser el paraíso. Y tú y yo sabemos que casi nunca es así. No solo por las dificultades económicas, culturales, políticas y sociales, también porque sobreponerse a ese duelo del que hablamos es muy difícil.
La idea de esta novela surgió cuando yo era una joven estudiante inmigrante. Observaba a los inmigrantes como yo y trataba de comprender lo que ocurría en sus corazones. La mayoría quería volver a la tierra en la que creció, pero en mejores condiciones y esperando que su tierra de origen los reciba bien, querían lograr sentirse en casa. Pero el regreso de un inmigrante casi nunca es así, el retorno es desconcertante.
Ahora soy nuevamente inmigrante. Me fui de Lima por varias razones, entre ellas: para que mi esposo esté cerca de su familia y en su ciudad; para que mi hija pueda caminar por las calles sin miedo a desaparecer; para que lo tres no vivamos en un narcoestado ni en una dictadura asesina como la actual. Y, a pesar de todo esto, admito que siempre estoy pensando en cuándo podré poner mis pies en tierra peruana, desarrollar proyectos ahí o simplemente estar. Por ahora tengo la suerte de poder elegir dónde estar.
—Existen también los inmigrantes que quieren ser lo que no es, no sé si llamarlos acomplejados (“acomplejado”, llama Marianne, la amante de su padre, a Luis en Todos los santos), pero esta eso de olvidarse de su cultura, aunque si has crecido allí desde pequeño, en ese nuevo país donde migraron tus padres, (como en el caso de Luis) es un poco más complicado.
—No los llamaría acomplejados como hace Marianne, los llamaría desesperadamente desarraigados. Pienso que se debe a que la adaptación puede ser complicada. En un espacio ajeno e incomprensible, un inmigrante pierde sus puntos de referencia, y entonces podría pensar que va a ser parte de su nuevo mundo más rápido si hace borrón y cuenta nueva de su propia identidad. Pero eso no es posible. No es posible “borrarse”, intentar “redibujarse” y, además, ser feliz.
Creo que es más sano aceptar que se es de aquí y también de allá. Veo esta aceptación como un enriquecimiento: más conocimientos, más referentes, más modelos, más espacios. Chaplin decía que era un habitante del mundo, ¿no? Me gustaría lograr decirlo con absoluta convicción. Quizás cuando lo logre no me será necesario soñar con volver a ninguna parte.
—¿Crees en esa composición del escritor y compositor peruano César Miró que dice: “Todos vuelven a la tierra en que nacieron”?
—Ni todos vuelven ni todos quieren volver para quedarse. Pero sí creo que todos tenemos el deseo profundo de volver a la tierra en que nacimos, donde empezamos a conocer la vida y a conocernos, aunque sea para oler el aire, recordar con nostalgia si fuimos o no felices, y luego irnos otra vez.