Lima está cumpliendo 489 años y durante mucho tiempo fue considerada como una ciudad santa y de monasterios. En 1535, se fundó la ‘Ciudad de los reyes’, ese mismo año se construyó el convento de Santo Domingo, siendo uno de los monasterios más antiguos de América Latina. Establecido por los frailes dominicos tras la llegada de los conquistadores españoles al suelo peruano, este convento no solo encarnó fervor católico, sino que también fue parte del proceso de conquista de nuevos territorios
Según el Damero de Pizarro, el mapa fundacional de Lima, gran parte de la ciudad estaba destinada no solo a los conquistadores, sino también a las diversas órdenes religiosas que abogaron por la construcción de imponentes edificaciones.
El espíritu religioso se sentía en cada rincón de la ciudad, evidenciado en sus 43 templos e iglesias conventuales. En la urbe diseñada por Pizarro, la presencia de estos edificios no solo afirmaba la fe, sino también la influencia de las órdenes religiosas en la configuración de la ciudad. Además, los hombres y mujeres consagrados a la vida religiosa constituían el 10% de la población limeña, desempeñando un papel esencial en el desarrollo y consolidación de la urbe recién nacida.
La importancia del Convento de Santo Domingo
Lima, una vez considerada una suerte de ciudad monasterio, encuentra en el Convento de Santo Domingo un testimonio histórico de su pasado, pues desempeñó un papel crucial en la evangelización y catequización de las comunidades indígenas, al tiempo que fungía como centro de educación y formación de futuros líderes. La trascendencia del convento se evidencia en su gran biblioteca, que resguarda miles de libros antiguos y manuscritos, siendo sede además de la Real Universidad de San Marcos, la primera institución universitaria de América Latina, fundada en 1551 por el rey Carlos V de España.
En 1565, treinta años después, los frailes decidieron tener un espacio exclusivo para venerar el Lignum Crucis, un fragmento de la cruz de Cristo. Esta decisión se enmarca en el intento del rey Carlos V de utilizar una reliquia sagrada para apaciguar las tensiones entre las facciones de Francisco Pizarro y Diego Almagro, inmersas en una guerra civil por el dominio del territorio inca. Sin embargo, la búsqueda de paz a través de la sagrada reliquia no logró resolver las tensiones entre ambos líderes.
En el periodo virreinal, el Convento de Santo Domingo fue escenario de episodios históricos fundamentales, como la Inquisición y el asesinato de Francisco Pizarro, el conquistador que dio origen a la ciudad de Lima. Este legado le confiere al convento un estatus de patrimonio cultural y religioso de valor incalculable para Perú y toda América Latina. La monumental construcción, construida en aproximadamente 50 años, sufrió la total destrucción a manos de un devastador terremoto en 1678, siendo reconstruida bajo la dirección del fraile dominico Diego Maroto.
San Martín de Porres en el convento de Santo Domingo
En 1594, un giro singular marca la vida de Juan Martín de Porres Velázquez. Nació de la unión entre Juan de Porres y Ana Velázquez, su partida de bautismo esconde la negativa de su progenitor por su piel oscura, registrándolo como hijo de padre desconocido. Sin las pomposas celebraciones reservadas para las clases altas, el pequeño fue llevado a la iglesia y devuelto a su hogar, portador ya de una gracia celestial que, a pesar del desconocimiento del mundo, crecería y embellecería su alma.
“Miércoles 9 de diciembre de mil quinientos setenta y nueve bauticé a Martín, hijo de padre no conocido y de Ana Velásquez, horra. Fueron padrinos Juan de Bribiesca y Ana de Escarcena y firmélo. Antonio Polanco”. Sin la pompa de los bateos de la gente de alta o mediana posición social, la comitiva que llevo al recién nacido a la iglesia volvió a la casa de donde saliera y entregó a su madre el niño, hecho cristiano, que llevaba ya en su ser la simiente de la gracia, de esa gracia que no habría de perder y antes bien iría creciendo en su alma, embelleciéndola y elevándola hasta convertirla en una de las más favorecidas por el cielo. El mundo nadie sabía de esto, pero ¿quién podría expresar la complacencia de Dios habitando en aquel pequeño ser?”, dice la partida de bautismo del fraile.
A los 15 años, Juan Martín es finalmente reconocido por su padre, ingresando a la orden de Santo Domingo como donador, categoría destinada a los hijos ilegítimos. Su vida monástica inicia con el peso de la discriminación, ya que las leyes eclesiásticas prohibían a personas de color convertirse en religiosos.
No obstante, persistió, viviendo como terciario, realizando quehaceres y profesando los votos de pobreza, castidad y obediencia en 1606. Su humildad y dedicación, expresadas en roles como enfermero, peluquero y hasta barrendero, lo distinguen.
La extraordinaria humildad de Martín se revela en momentos cruciales. Ante la crisis económica del convento, se ofreció como esclavo para aliviar las penurias, oferta que fue rechazada. Vegetariano y de sueño escaso, encontraba refugio en una cueva para orar, resistiendo tentaciones diabólicas con la firmeza de su fe. Su servicio médico a los necesitados, sus pócimas curativas y encuentros con Santa Rosa de Lima revelan la huella de San Martín de Porres, cuya vida sencilla es un testimonio de humildad y devoción.
La laica que nunca tomó los votos monásticos
Isabel Flores de Oliva, más conocida como Santa Rosa de Lima, es una destacada figura religiosa en el país. A pesar de que muchos piensan que llevó una vida como monja, fue en realidad una laica dedicada a Dios, viviendo en el hogar familiar como terciaria dominica y vistiendo el hábito distintivo de esta orden.
Junto a su hermano mayor, Fernando, construyeron una modesta ermita en el jardín de su residencia para dedicarse a la oración. Fue en ese rincón sagrado donde, arrodillada ante la virgen, buscó claridad sobre su posible camino monástico. En un momento crucial, sintió una parálisis que la dejó inmóvil en el suelo, requiriendo la ayuda de su hermano.
Sin embargo, incluso con la fuerza de Fernando, no lograron levantarla. En ese instante, Santa Rosa de Lima interpretó la voluntad divina: su destino no era el convento. Con sus plegarias dirigidas a la virgen María, renunció a la idea de la vida monástica, y en un abrir y cerrar de ojos, la parálisis cedió, consolidando su elección como laica consagrada.
El tercer santo más importante de Lima
En 1622, el convento de Lima abre sus puertas a San Juan Macías, el tercer santo más reconocido en Perú por su labor evangelizadora. Originario de España, llegó a las tierras limeñas tras un sueño que le instaba a emprender el viaje. San Juan Macías, poseedor de la misma inquebrantable bondad que San Martín de Porres, pronto se convierte en íntimo amigo del segundo. Su reputación como guía espiritual crece, atrayendo a mendigos, enfermos y desamparados de toda Lima en busca de consuelo.
No solo ofrecía sus consejos a la clase baja, sino que el propio virrey Francisco de Toledo y la nobleza de Lima encontraban en él un consejero confiable. Su acto de dar de comer a los pobres, arrodillado y evitando el contacto visual con las mujeres, se convierte en una imagen distintiva. Atribuyéndosele el milagro de la fertilidad, una mujer sin esperanzas de tener hijos sigue sus palabras con fe y devoción, resultando en el nacimiento de una bebé nueve meses después.