Lima es un lugar en donde miles de historias han ocurrido y muchas de ellas han ayudado a darle forma e identidad a la ciudad y al país mismo. Sin embargo, como en todo lugar, hay de las que nos han llenado de orgullo y de las que nos han horrorizado hasta el tuétano.
Una de esas es la que le tocó vivir durante la Guerra del Pacífico que enfrentó a nuestro país con Chile en el siglo XIX. Se trata más precisamente de la Batalla de Miraflores, que se desarrolló el 15 de enero de 1881 y significó la caída total de Lima luego de que las negociaciones para un armisticio no prosperaran y las tropas chilenas se decidieran a invadir la capital peruana, luego de arrasar con Chorrillos.
De esta manera, el distrito de Miraflores se convirtió en el escenario crucial donde la historia se escribiría con la tinta de la guerra y dejaría profundas marcas en la memoria colectiva de todos los peruanos a lo largo de los años.
Intento de paz
Antes de la fatídica batalla, autoridades peruanas y chilenas se reunieron para intentar la paz y el fin de la guerra. Dicha cita fue conocida como el Armisticio de San Juan. Pero esta fracasó el 15 de enero de 1881, apenas horas después de iniciado el intento por detener las hostilidades tras la Batalla de Chorrillos, en el marco de la Guerra del Pacífico.
Este incidente no aclarado reanudó las acciones militares, desembocando en la Batalla de Miraflores y la consecuente ocupación de Lima por tropas chilenas dos días después.
Durante la mañana del 14 de enero de 1881, las negociaciones entre los bandos en conflicto para el armisticio comenzaron con la movilización del secretario de José Francisco Vergara, Isidoro Errázuriz, junto al coronel Miguel Iglesias para hablar con Nicolás de Piérola.
A pesar de la negativa de este último a negociar sin representantes debidamente autorizados, el cuerpo diplomático en Lima, liderado por el ministro plenipotenciario de El Salvador, Jorge Tezanos Pinto, actuó como intermediario en la gestión para un encuentro con el mandatario chileno Manuel Baquedano.
En una segunda reunión realizada el 15 de enero, los diplomáticos pusieron sobre la mesa garantías para la población neutral y la petición de cese al fuego para hallar una solución pacífica, a cambio de lo cual Baquedano exigía la entrega del puerto del Callao.
Pero según el teniente E. de León, agregado al Estado Mayor Chileno y observador neutral, cuando el general Manuel Baquedano comenzó a realizar reconocimientos en campo, estos fueron erróneamente interpretados como el inicio de un ataque y provocó que las fuerzas peruanas iniciaran un fuego a las 14:30 h del mismo día.
Este malentendido reactivó las acciones militares y llevó a los envíos diplomáticos presentes en Miraflores, incluyendo a Tezanos Pinto, M. de Vorges de Francia y Spencer Saint John de Gran Bretaña, a encontrarse en medio del conflicto armado.
El día más largo
Al iniciarse la batalla, la resistencia peruana, liderada por Nicolás de Piérola, se concentraba en los reductos de Miraflores, desplegando una estrategia defensiva con zanjas y trincheras.
Por su parte, las fuerzas chilenas, lideradas por los coroneles Pedro Lagos, Juan Martínez, José Francisco Gana, Orozimbo Barbosa, Francisco Barceló, y el capitán de navío Patricio Lynch, se organizaron en cuatro divisiones. Con entre 10,000 y 12,787 efectivos, respaldados por la artillería naval de los buques Blanco Encalada, Huáscar, O’Higgins y Pilcomayo, las fuerzas chilenas desataron su ofensiva.
La batalla se desarrolló en los reductos 1, 2 y 3, donde el coronel Cáceres lideró la defensa peruana con 3,800 soldados. La brigada de Barceló, con regimientos veteranos, atacó por sorpresa, desencadenando un combate feroz. A pesar de la resistencia peruana y el intento de Piérola de mantener la tregua, la batalla se extendió a los reductos 4 y 5.
El enfrentamiento, que tomó por sorpresa a ambos bandos, dejó al descubierto la vulnerabilidad de las líneas peruanas. Los regimientos chilenos, incluidos Santiago, Caupolicán, Concepción, y Valdivia, cruzaron el cauce seco del río Surco, apoyados por la artillería y rompieron las defensas peruanas en el Reducto n.º 1.
La retirada de la III División de Pedro Lagos y la disolución del ejército peruano llevaron a la huida de Piérola y su guardia personal alrededor de las 17:15 horas. Con el avance chileno, los reductos 1, 2 y 3 fueron tomados, y la resistencia se mantuvo en los reductos 4 y 5. La brigada de Barceló avanzó hacia Miraflores, marcando el inicio de la ocupación chilena.
¡Pobre Miraflores!
La batalla, que involucró a civiles, milicianos y fuerzas regulares, dejó un rastro de destrucción. Miraflores fue saqueada, incendiada y bombardeada por la armada chilena para facilitar su ocupación.
Las bajas fueron significativas, con un gran número de caídos en ambos bandos. El teniente E. de León, agregado al Estado Mayor Chileno y observador neutral, describió la situación: “La vista de algunos soldados ebrios, armados y a veces imprudentes nos obligaron a apresurar nuestras cabalgaduras”.
La resistencia persistió hasta la noche, cuando los peruanos se refugiaron en las casas de Miraflores, enfrentándose al paso de las tropas chilenas. La ciudad, al igual que Chorrillos, fue testigo de la furia del conflicto, con saqueos, incendios y represalias. Dos días después, el 17 de enero de 1881, el ejército chileno ingresó a Lima, marcando el fin de una era y dando paso a una más dolorosa.
Las consecuencias de la batalla de Miraflores resonaron en la historia peruana. La ocupación chilena dejó cicatrices profundas, y la destrucción de la ciudad fue un golpe simbólico. La rendición de Lima abrió un nuevo capítulo en la Guerra del Pacífico, alterando el curso de los acontecimientos y dejando una huella imborrable en la memoria colectiva.
Hoy, mientras las calles de Lima llevan las huellas del pasado, la batalla de Miraflores se mantiene como un episodio crucial en la narrativa histórica. El eco de aquel enfrentamiento resuena en los corazones de aquellos que recuerdan la valentía y el sacrificio de aquel día de enero de 1881.
La lección de Miraflores, con sus sombras y sus luces, persiste en la conciencia colectiva, recordándonos la fragilidad de la paz y la fortaleza que se encuentra en la resistencia. La historia sigue viva en cada piedra que conforma los reductos, en cada calle que fue testigo de la lucha y que hoy muchos caminamos por ellas, y en cada memoria que se aferra al legado de aquel día que cambió el destino de una nación.