La violencia y la política son dos viejos amigos que, lamentablemente, siempre han caminado de la mano a lo largo de la historia de la humanidad y, en especial, de la peruana en la que capítulos de esta naturaleza se repitieron con relativa frecuencia en buena parte del siglo pasado.
Pero uno de los casos que removió la sociedad limeña se dio en el año de 1947, cuando un prominente empresario periodístico perdió la vida a manos de un par de bandoleros relacionados con el Partido Aprista Peruano.
Se trataba de Francisco Graña Garland, quien apenas subió a su auto sufrió el cobarde ataque de un desconocido que amparándose en un grueso abrigo, le disparó antes de huir de la escena en otro vehículo. Esta es la historia de lo que pasó aquel día y tuvo consecuencias para la vida política del país.
Así ocurrieron los hechos
Los hechos ocurrieron el martes 7 de enero de 1947, alrededor de las 7:15 de la noche, cuando seis disparos rasgaron la tranquilidad de la calle Perú, en el distrito de Pueblo Libre.
Graña, un líder empresarial de tan solo 44 años, recibió al menos tres impactos de bala mientras se encontraba en su automóvil negro “Mercury”.
A pesar de su intento por escapar, el asesino, oculto tras un abrigo pese al calor de la noche, logró huir en un automóvil verde que lo aguardaba en una esquina cercana.
De inmediato, los sorprendidos testigos del hecho no perdieron demasiado tiempo en llevar al empresario, conocido por dirigir con firmeza el diario “La Prensa”, al Hospital Italiano, pero lamentablemente falleció durante el trayecto.
La noticia conmocionó a la sociedad limeña, desencadenando una serie de eventos que cambiarían el panorama político del país.
Dolor y rechazo
Al día siguiente, las portadas de los periódicos expresaban condena y rechazo a la violencia homicida. El ataúd con los restos de Graña fue llevado al local de “La Prensa”, en la calle Baquíjano 745 (actual cuadra siete del Jirón de la Unión), y paseado por la Plaza de Armas, donde recibió el apoyo y la aclamación del pueblo.
Miles de personas se unieron al cortejo fúnebre, reflejando la indignación y el deseo de justicia que se extendía por la colectividad nacional.
Las investigaciones policiales se centraron en identificar al autor del crimen. Aunque las descripciones de los testigos sobre el homicida variaban, la mayoría coincidía en que actuó solo. La Policía anunció tener pistas concretas que llevarían tarde o temprano al asesino, desatando un control policial en las carreteras y puntos estratégicos de toda la ciudad.
Crimen político
Sin embargo, las tensiones políticas se intensificaron cuando el subdirector de “La Prensa”, Ricardo Alcalde Mongrut, quien se encontraba en México, declaró que el asesinato era un “crimen político” destinado a silenciar a la “prensa libre”.
Es más, hasta acusó directamente al Gobierno de turno y a los aliados apristas como posibles responsables, mencionando la oposición del periódico a ciertas leyes “entreguistas” de reservas petrolíferas promovidas por el Partido Aprista Peruano (PAP).
Fue gracias a esta presión mediática, y a versiones contradictorias de los testigos, que los indicios llevaron a señalar a dos sospechosos como los autores intelectuales y materiales del asesinato: Alfredo Tello Salavarría y Héctor Pretell Cabosmalón, ambos vinculados al PAP.
A pesar de la falta de coincidencia entre las características físicas de los sospechosos y las descripciones de testigos, la Policía los detuvo y encarceló.
El asesinato de Graña tuvo consecuencias políticas significativas para el Perú. La principal fue que el gabinete ministerial renunció, y el presidente José Luis Bustamante y Rivero se vio obligado a formar uno nuevo, predominantemente conformado por militares, entre ellos el general Manuel A. Odría.
¿Fueron ellos los culpables?
Años después, nuevas revelaciones surgieron a través del periodista de la revista ‘Caretas’, Domingo Tamariz, quien en 1997 citó un testimonio del exmiembro aprista (de 1931 a 1948) Luis Chanduví Torres.
En este testimonio, Chanduví señaló a un tal Eddie Chaney Sparrow como el verdadero asesino de Graña, un trujillano vinculado al PAP. Aunque esta versión generó dudas sobre la culpabilidad de Tello y Pretell, quienes fueron condenados y luego indultados, la incertidumbre persiste hasta el día de hoy en este caso oscuro y complejo de la historia peruana.
En su testimonio, Chanduví afirmó que meses después de los hechos, un camarada de Defensa que vino de Trujillo informó que Chaney, activista del partido que residía en esa ciudad, se había jactado de dar muerte a Graña. Según Chanduví, esta revelación excluía a los compañeros Tello y Pretell, pero confirmaba que el PAP estaba detrás del crimen.
Se salvó de la prisión
Chaney, descrito como “bajo, grueso y trigueño” (tal como habían señalado que era el sospechoso los primeros testigos del crimen de Graña), se convirtió en un peligro para el PAP.
Ante la presión, los apristas buscaron devolverlo a Trujillo e incluso internarlo en la selva. A pesar de que la Policía detuvo a Chaney y obtuvo su confesión, el ministro del Interior Alejandro Esparza Zañartu no se desdijo y continuó con el proceso contra los apristas.
Este caso complejo y turbio de la investigación policial de entonces dejó en duda la certeza sobre si los acusados y sentenciados (Tello y Pretell) fueron los verdaderos homicidas del director de “La Prensa”. Con versiones como la de Chanduví en el aire, siempre quedará la incertidumbre.
La historia de Francisco Graña se convierte así en un recordatorio de la complejidad de la violencia política, un capítulo oscuro que sigue generando interrogantes en la memoria colectiva del Perú.