Hablar de la era del guano en Perú es hablar de tiempos de bonanza económica que llegaron bastante pronto para nuestra recientemente independizada nación de aquel entonces.
El fertilizante, de incuestionable calidad y muy deseado a los ojos del mundo, se convirtió en la mina de oro del país durante un periodo. Sin embargo, detrás de esa prosperidad, se escondía la pesadilla que representó para los trabajadores que les tocaba encargarse de extraer el preciado material, principalmente ciudadanos chinos que encontraron incluso la muerte en las islas sureñas.
El trabajo en las islas guaneras
Mucho se ha hablado sobre la era del guano, pero muy poco sobre sus protagonistas y las duras condiciones que vivían en las zonas de extracción. Las riqueza de las islas guaneras se forjó por la cantidad de años en que las aves de la zona de Chincha depositaron sus excrementos sobre la tierra, formando una gruesa y densa capa de guano que no destacaba precisamente por su aroma, pero sí por valer su peso en oro.
Las condiciones desérticas de la costa peruana hacían de este guano el de mejor calidad debido a su alto contenido en nitrógeno. Se sabe que incluso fue conocido y usado por civilizaciones precolombinas con excelentes resultados en la actividad agrícola.
Pese a su atractivo, para extraerlo era necesaria mano de obra que estuviese dispuesta a trabajar en el negocio. Como se sabe, por esas épocas llegaría la abolición de la esclavitud, exactamente en 1854, por parte del mariscal Ramón Castilla, entonces presidente en funciones; por lo tanto, internarse entre los cerros de excremento de ave no era algo que alguien haría de forma voluntaria por varias razones.
Una de las primeras era sin duda el desagradable olor que emanaba el excremento. A ello había que sumarle el trabajo intenso bajo el sol. Por otro lado, a falta de maquinaria sofisticada, la forma más práctica de extraer era hacerlo con pico y pala en mano, levantando grandes nubes de polvo fétido lleno de materia orgánica que podía causar enfermedades como el asma, disentería, histoplasmosis, entre otros.
La solución al evidente problema de falta de mano de obra llegaría desde tierras extranjeras, específicamente desde China. Los culís, como eran conocidos los ciudadanos chinos, ya habían empezado a llegar al Perú masivamente desde 1848 para realizar labores agrícolas y de servidumbre, pero más tarde también terminarían trabajando en las islas de Chincha.
Pese a que los derechos sobre la libertad se aplicaban a cualquier extranjero que pisara territorio peruano, los ciudadanos chinos no gozaron de ese beneficio. Casi siempre eran traídos con contratos que emulaban cierta legalidad, maquillando la evidente trata de personas y semi esclavitud a la que estaban siendo sometidos.
Se sabe que, eventualmente, dentro de estos cuestionables documentos se prohibió enviar a ciudadanos chinos a trabajar a las islas guaneras, pero estas condiciones estaban sujetas a las necesidades nacionales. Por esta razón, muchos culís trabajaron en la industria del guano acompañados de negros, polinésicos, e incluso ciudadanos de nacionalidad boliviana y chilena.
Explotación china en la era del guano
Para los chinos trabajar en una isla guanera era uno de los peores suplicios. Su paga estaba muy por debajo de la que percibían los presidiarios que también laboraban en estos espacios. Según detalla el libro “Los trabajadores guaneros del Perú 1840 - 1879″, de Cecilia Méndez G., un chino podía ganar hasta 8 pesos mensuales frente a los 12 que percibía un presidiario.
Las capas de guano eran duras y densas en medio de un terreno desigual, por lo cual los experimentos con máquinas fueron infructuosos, en tal sentido, el trabajo debía hacerse con picos, palas y pólvora. Para acarrear el fertilizante se usaban ferrocarriles, mulas y hombres que llevaban sacos al hombro bajo el sol chinchano, teniendo que completar la cantidad de 80 sacos o carretillas de guano diariamente, es decir, casi 4 toneladas, según indica Méndez en su libro.
También explica que los accidentes laborales, pese a no estar bien documentados, no eran “desconocidos”. Se sabe, por ejemplo, que al desplomarse un puente bastante improvisado por donde pasaba un grupo de trabajadores, éste cayó, dejando 22 heridos y 15 muertos.
Asimismo, los chinos y presidiarios solían quedarse en las islas casi de forma permanente para abastecer de guano a los buques y evitar demoras que le costaban dinero al estado. Se decía que eran eficientes, pese a ello, vivían en habitaciones de caña, maderas y esteras. Su jornada laboral solía empezar a las 5:00 a. m., solo se detenían para almorzar y luego continuaban hasta bien entrada la tarde.
No solo eso, eran sometidos a maltratos y violencia por parte del capataz o caporal, quien a latigazos solía sancionar las faltas o la insubordinación. También se aplicaban castigos como el mantenerlos “colgados” por medio de sogas o cadenas de la cintura, desde la mañana hasta la noche, sin comer aproximadamente de uno a dos días, según la falta que hayan cometido; o tenerlos atados a boyas de baja manera, en contacto con el agua, calor y el frío.
A esto se le debía sumar la xenofobia que existía en contra de los chinos, quienes cargaban contratos de hasta ocho años y vivían, en muchos casos, con grandes complejos de inferioridad, añorando una patria que sus ojos no volverían a ver.
Sus infrahumanas condiciones de vida y trabajo en las islas guaneras fueron documentadas en más de una ocasión por la prensa y cronistas, quienes aseguraron que muchos se suicidaban al menor descuido casi “cada semana”, lanzándose desde los acantilados con la creencia de que despertarían en su país.
Documentos pertenecientes a Antonio Raimondi, quien también visitó las islas, daban cuenta del trato inhumano en contra de los culís, quienes se alimentaban principalmente de arroz y pescado, sufriendo, entre otras cosas, enfermedades como reumatismo, bronquitis y diarreas.
La fuerza laboral era en realidad reducida. Un promedio de 1000 jornaleros logró producir 351 mil toneladas anuales de guano entre 1350 y 1860, según el libro de Cecilia Méndez, lo que da cuenta del sistema de explotación y el éxito de la industria que usaba pocos recursos, exacerbando sus ganancias.
Lo cierto es que el infierno que vivían los trabajadores hizo eco a nivel internacional, tanto en la prensa como en la diplomacia y pronto se convirtió en una situación escandalosa que propició motines dentro de las islas, pero también una cierta mejora en las condiciones de vida. Desafortunadamente, estas mejoras, en la práctica, llegarían todavía en la década de 1870.
Episodios poco conocidos de nuestra historia que no tienen nada que envidiarle a otros mucho más recientes, pero que hablan en sí mismos de la crudeza que existió en algunas industrias durante la antigüedad.