En el panorama del periodismo contemporáneo, destaca una práctica por su autenticidad y profundidad: el periodismo gonzo. Utilizar esta técnica de reportaje implica desempeñar un rol importante en la historia que luego se publicará en un medio de comunicación; es decir, ser el protagonista de un hecho determinado, para luego contar los acontecimientos en primera persona.
Los hombres y mujeres de prensa que utilizan esta técnica pasan un tiempo prolongado con las personas que forman parte de un suceso, e incluso pasan sus días en lugares impensados.
El objetivo es crear reportajes que no solo informen, sino que también ilustren las realidades complejas y matizadas del tema, incluyendo descripciones detalladas de lugares, diálogos íntimos y representaciones de emociones y pensamientos propios.
Sin embargo, el periodismo gonzo enfrenta cuestiones éticas significativas: el equilibrio entre la inmersión en la historia y la mantención de la objetividad periodística, así como la responsabilidad de representar fielmente las experiencias de las personas retratadas.
Juan Gargurevich expone en su crónica “Vivir para contarlo” las investigaciones periodísticas de Isaac Felipe Montoro, quien se infiltró en el submundo limeño haciéndose pasar por mendigo en la década de 1960; de Consuelo Chirre, que se adentró en la realidad de la prostitución con el objetivo de documentar los riesgos y adversidades que enfrentan las trabajadoras sexuales; y de José María Salcedo, que se internó en el hospital Larco Herrera para obtener una visión directa y minuciosa sobre el trato y las condiciones de los pacientes psiquiátricos.
Esta nota explorará cómo estos periodistas utilizan su experiencia y subjetividad para revelar historias que, de otro modo, permanecerían ocultas o malinterpretadas, ofreciendo así una visión profunda y enriquecedora de un hecho determinado.
Isaac Felipe Montoro
Isaac Felipe Montoro, un abogado de profesión y periodista de oficio, adoptó un enfoque poco convencional en su trabajo. A través de la crónica de Gargurevich se relata como Montoro con una transformación física, se sumerge en el mundo de los mendigos para vivir de cerca el hambre, la soledad, el desprecio y el abandono. Este compromiso no solo implicaba enfrentar adversidades, sino también descubrir actos de solidaridad y resistencia, además de las historias de vida ocultas en rincones olvidados de la ciudad.
Montoro, además de su labor periodística, se dedicó a la autoría y edición de libros, destacándose en una variedad de géneros que incluyen crónicas, cuentos y novelas. Entre sus obras más notables figuran “Las ratas del castillo”, “El comandante pintado” y “Los peces de oro”; esta última reconocida por el Instituto Nacional de Cultura de Perú.
“Yo fui mendigo”
“Quería saber si los mendigos podían enriquecerse, si viven mejor de lo que uno imagina. Había oído que muchos de ellos tienen negocios, que dan plata al diario, que algunos son avaros. De todo esto quería convencerme”, afirmó Montoro.
A través de su crónica “Vivir para contarlo”, Gargurevich nos sumerge en la historia de Isaac Montoro, el periodista que realizó una cobertura sin precedentes en las calles de Lima. Se dejó crecer el pelo y la barba, vistió ropa vieja, calzado roto y un sombrero desgastado. Antes de partir, informó a su esposa que emprendería una misión periodística hacia el norte. Con esa apariencia, llegó al periódico, donde casi no lo reconocen. Lo acompañaron Donayre y un fotógrafo, que sería su sombra durante los cuatro o cinco días que duró su aventura. Se hospedó en un hotel del centro para prepararse.
Día tras día, Montoro exploraba el corazón de la ciudad, sentándose en las puertas de las iglesias y extendiendo su mano, más que como observador, como un participante. Sus crónicas, publicadas regularmente, brindaban una visión directa y desgarradora de la vida de aquellos marginados por la sociedad, obligando a los lectores a enfrentarse a la cruda realidad de la pobreza y la exclusión.
”(…) Tendí la mano y empecé a decir ‘una caridad por la gracia divina’. Al instante un señor me dio un sol. Pensé que todo comenzaba bien. En ese momento se acercó un guardia. ‘A otro lado, viejito –me dijo-. En este lugar está prohibido, puede llegar el oficial y me echa un sermón”, escribió Montoro.
Más que un conjunto de reportajes, “Yo fui mendigo” se erigió como un testimonio humano, una crónica social que desafiaba las percepciones y prejuicios establecidos. Montoro, con su pluma y valor, no solo dibujó un retrato vívido de la lucha diaria por la supervivencia en las calles, sino que también impulsó un debate sobre temas cruciales como la pobreza, la desigualdad y la dignidad humana. Su creación periodística no solo se ganó el reconocimiento y la admiración de lectores y colegas, sino que también estableció un precedente en el periodismo como instrumento de cambio social, otorgando voz a aquellos que tradicionalmente no la tenían.
Consuelo Chirre: “Yo fui prostituta”
Otro de los episodios que se menciona en “Vivir para contarlo” se retrata en 1992, a través de las calles de Lima, Consuelo Chirre, una periodista de agudo instinto y valentía, se embarcó en un proyecto periodístico que desafiaría los límites del periodismo convencional. Inspirada por el influyente trabajo de Isaac Felipe Montoro, Chirre se sumergió en el mundo de la prostitución, no como observadora distante, sino como participante encubierta.
Con el respaldo de Jorge ‘Coco’ Salazar, un destacado cronista policial, Consuelo Chirre se sumergió en el corazón de su reportaje: la vida de una prostituta en Lima. Su transformación fue meticulosa: se equipó con una peluca, maquillaje exagerado, perfume económico y una minifalda reveladora. Vestida así, recorría la avenida Arequipa, especialmente en la zona de Risso, enfrentando la noche con una mezcla de miedo y resolución periodística.
El reportaje “Yo fui prostituta”, publicada en La Tercera de manera periódica, ofreció una perspectiva cruda y reveladora sobre la vida de las trabajadoras sexuales en la capital peruana. Chirre no solo interactuaba con posibles clientes, sino que también se enfrentaba a los peligros y a las duras realidades de la calle. En un episodio notable, tuvo que manejar la agresividad de ciertos clientes, una circunstancia que captó tanto la atención como el lente del fotógrafo del equipo periodístico encubierto.
Los riesgos de Chirre
“Viernes 14. Era de noche, fin de semana, había plata y sobre todo muchas ganas de querer reventar billete. Trago, juerga, sexo. No importaba la sífilis, el chancro blando, la gonorrea, el sida… ¿China, cuánto? ¿Cuánto? Era la pregunta obligada”, comenta Chirre.
Gargurevich menciona que una de las noches más arriesgadas, Consuelo Chirre, en su rol de periodista encubierta, tomó una decisión audaz: subió al auto de un cliente, alejándose de la seguridad proporcionada por sus colegas periodistas. Este acto demostró no solo su valentía profesional sino también su coraje personal frente a los imprevisibles peligros de la noche. Afortunadamente, Chirre escapó de un riesgo potencial al aprovechar una parada en un semáforo para salir rápidamente del vehículo.
“Yo fui prostituta” ahondó en los distintos aspectos de la vida callejera y de la prostitución. Tras concluir este reportaje, Chirre retornó a sus labores periodísticas habituales, dejando atrás una de las incursiones más audaces y emotivas en el periodismo gonzo peruano. Esta serie no solo destacó por su contenido crudo y revelador, sino también por su impacto significativo: poco después de su publicación, el gobierno de Fujimori ordenó cerrar el diario La Tercera, convirtiendo a “Yo fui prostituta” en el último gran trabajo del medio.
José María Salcedo
Respecto a José María Salcedo, el distinguido periodista peruano-español, con una trayectoria de casi cinco décadas, continúa marcando la escena documental con su más reciente obra “Rwanda: mi última utopía”. Nacido en Bilbao, España, Salcedo ha liderado el departamento de noticias de Radio Programas del Perú (RPP) y ha trabajado en el cine con directores peruanos reconocidos como Alberto Durant y Francisco José Lombardi.
“Yo fui loco”
Finalmente, la crónica “Vivir para contarlo” de Gargurevich también nos describe acerca de cómo el periodista peruano José María Salcedo emprendió un reportaje singular y arriesgado para la revista “Quehacer”. Se infiltró en el Hospital Larco Herrera, un reconocido centro psiquiátrico en Lima, asumiendo la identidad de un paciente con una supuesta depresión aguda. Para este rol, Salcedo evitó afeitarse durante dos días, desordenó su cabello y adoptó una vestimenta holgada y descuidada, todo para encarnar de manera convincente a un paciente real.
Este meticuloso disfraz le permitió comprar un ticket de atención y someterse a una evaluación psicológica. Al día siguiente, regresó al hospital, manteniendo su apariencia descuidada para fortalecer la autenticidad de su experiencia. Su inmersión le brindó una perspectiva cercana y detallada de las condiciones de vida de los pacientes.
”Una imagen me agredió recién vuelto al hospital. Un anciano de pequeña estatura, hurgaba un montón de basura. Al fondo un paciente defecaba. Aparentemente, el anciano escarbaba en busca de comida: de hecho, de vez en cuando, se llevaba algo a la boca...”, narró el periodista Salcedo.
Al concluir su investigación, Salcedo solicitó una entrevista con la directora del hospital, quien destacó la importancia de la privacidad y el bienestar de los pacientes, desconociendo que Salcedo ya había logrado ingresar al nosocomio como un paciente ficticio. Esta revelación subrayó una realidad hasta entonces oculta detrás de los muros del hospital, resaltando la osadía y compromiso de Salcedo con un periodismo profundo y revelador.
La crónica “Vivir para contarlo” de Juan Gargurevich refleja el compromiso del periodismo gonzo con la realidad social, evidenciando la relevancia del periodista como testigo directo de los hechos. La obra subraya la importancia de la empatía y la valentía en la profesión periodística, ya que aborda temáticas complejas y a menudo marginales, promoviendo así una mayor conciencia y comprensión pública de problemáticas profundas. La dedicación por contar historias auténticas y la búsqueda de la verdad son, sin duda, principios fundamentales en el oficio de informar.