Una década después de haber sido escrita, la segunda edición de Fraga (Animal de invierno, 2023), novela polifónica que Augusto Rubio Acosta ambientó en Pimentel, Puerto Eten y Chiclayo, está por entrar en circulación e iniciará una serie de presentaciones en varias ciudades del país. Conversamos con su autor, quien además de escritor, es gestor cultural y periodista de prolongada trayectoria, alrededor del que quizá constituya —hasta el momento— su libro más representativo.
—A lo largo de su trayectoria como autor, usted ha escrito y publicado una decena de libros de diversos géneros literarios: poesía, cuento, crónica, diario, literatura infantil y novela. ¿Por qué han sucedido así las cosas? ¿Surgió del momento o así se lo propuso? ¿Por qué escribes?
—Te agradezco las preguntas, empezaré por el final: no sé por qué escribo. Supongo que existe una fuerza interior que me impulsa a hacerlo: a viajar, tomar anotaciones y registrar fotografías; a escuchar y hablar con la gente, a realizar entrevistas y a vivir; a estar solo y a leer desaforadamente hasta la ceguera; a escribir y a corregir infinitamente un texto; a publicar un libro o diez, a volver a repetir el círculo vicioso. Todo este asunto ha sido siempre un misterio para mí; el que haya escrito en determinados géneros ha sido circunstancial, no hay un espíritu calculador ni tecnicista detrás de ello; siempre he sido muy emocional, así ha sido siempre mi vida.
—Fraga se escribió hace casi diez años, quienes hemos leído tus libros anteriores lo consideramos una especie de parteaguas dentro de su producción literaria. ¿Cuál es el génesis, cuáles las fuentes y la urdimbre de la que se vio nutrida la novela? ¿De dónde salió un libro como este?
Empecé a escribir Fraga, mi primera novela, la madrugada de año nuevo de 2014. Acababa de llegar a casa, proveniente de Chiclayo, dejando atrás intensos años de vida periodística en esa ciudad; atravesaba también una etapa muy difícil en el campo familiar. Había regresado al puerto y mis días transcurrían encerrado, incomunicado y solo. Quizá inconscientemente me aferré a la imaginación como herramienta que podría permitirme salir del estado y la realidad en que me encontraba. Abrí un cuaderno, escribí un argumento base alrededor de un hombre en estado depresivo que va camino a la muerte; tracé además un mapa de lo que sería la novela, por ahí transitarían mis ideas, alegrías y sufrimientos, los personajes de la historia que escribí durante año y medio.
—Me refería a que el libro tiene una fuerte carga psicológica, a que sus personajes son seres alterados, desbordados, exacerbados de muchas formas...
—El trabajo antropológico de campo me resultó bastante útil para todo ello. Tras meses de investigación y lectura en bibliotecas y archivos médicos de varias ciudades, entrevisté a mucha gente con problemas de salud mental, a psiquiatras y psicólogos clínicos, a familiares de pacientes. Estuve, además, en el Larco Herrera; en su valiosa biblioteca y en sus avenidas y placitas, ejerciendo la observación participante. Javier Fraga, protagonista del libro, es un personaje que me demandó demasiado trabajo construir. Saber todo de él, de sus impulsos y procesos mentales, de sus secretos y hasta de los medicamentos que poco a poco le fueron afectando y minando la vida, no ha sido sencillo. Uno vive, pero también sufre con los personajes que inventa en los libros; escribir la novela me entregó momentos de enorme alegría y disfrute, pero también de profunda pena y desesperación.
—¿Se han corregido detalles o modificado en algo el libro para esta segunda edición?
—Soy una persona distinta a la que hace una década escribió Fraga; después de todo, a lo largo de la vida son varias las personas que escriben los libros, pero no he tocado nada de fondo. Como decía, el autor que ahora soy es uno muy distinto, lo digo a pesar de las enormes coincidencias que tengo con la persona que fui. Es mi editor quien ha hecho algunos ajustes ortográficos y cambios de fraseo mínimos.
—¿Qué está escribiendo actualmente? ¿Qué libros y de qué temática debemos esperar leer?
—Los últimos dos años, en múltiples planos de la vida, han sido muy duros para mí; sin embargo, ha sido un tiempo pródigo para la escritura. La luz que nos abraza y Los días sin mañana, mis más recientes y aún inéditas novelas, tienen también al aspecto psicológico como eje central de sus argumentos y personajes, y a la urbe como escenario, aunque estén ambientadas en ciudades distintas, la primera de ellas en Trujillo. Una cuarta novela, la que escribo en estos días, reafirma también una temática que me persigue, una memoria que se activa y un territorio donde la escritura se revela.
—¿Qué significa esta novela para ti? ¿Qué nos puede comentar de cómo la han venido recibiendo la crítica y los lectores a través del tiempo?
—Algunos críticos han encontrado significados múltiples y otras aristas respecto a técnicas narrativas y asuntos de carácter académico, en esta novela polifónica de personajes desbordados; interpretaciones seguramente útiles y relativamente defendibles en las tesis universitarias de las que han sido parte. Como autor, me limito a manifestar que las páginas de este libro se defienden solas, que me quedo con la impresión y la mirada cálida de los simples lectores que de vez en cuando se acercan para que les firme un ejemplar o para la conversación y el café.
Añadir que también hay sectores de la sociedad seudoconservadora e hipócrita en la que nos desenvolvemos, que se autorestringen y evitan hablar o leer de ciertos tópicos que la doble moral considera no adecuados. No me importa en absoluto este tipo de cosas, porque no escribo para el Plan Lector, mucho menos para la “cultura” del espectáculo o para ser un éxito de ventas; escribo porque es mi forma de vivir. Fraga, en ese sentido, es la sombra de una batalla; y como mis nuevas novelas, es mi pequeña patria, la estrecha visión que quizá tenga, pero también un instante atemporal poblado de certezas, de felicidad.
—¿Por qué Fraga es la sombra de una batalla?
—Porque mientras escribía la novela supe que era posible empezar a vivir de nuevo, ver las cosas como hace mucho no las veía, con ella se reinició mi existencia. Es preciso atravesar toda la región del dolor, para poder hablar de sentimientos mayores inherentes a la condición humana. El dolor no purifica ni nos hace mejores, sólo nos daña; hay quienes piensan lo contrario y le encuentran a todo una enseñanza, esa es una estupidez. Escribiendo esta novela, así como las dos últimas que terminé este año, pensé mucho en lo que decía Lacan respecto a la pérdida y al progreso: “No hay progreso. Lo que se gana de un lado, se pierde del otro. Como no sabemos lo que perdimos, creemos que ganamos”.