En el mundo militar, en el Perú o de cualquier parte del mundo, uno de los peores castigos que puede recibir uno de sus miembros es la degradación y expulsión de la rama a la que pertenece.
Eso mismo fue lo que le pasó al técnico Víctor Ariza Mendoza, luego de que fuera hallado culpable de traición a la Patria por vender información sensible de nuestra Fuerza Aérea al gobierno de Chile.
Pero lo que muy pocos saben es que estas ceremonias se realizan en estricto privado, y que es lo que realmente sucede en las mismas. Esta es la historia de cómo vivió ese día para el último traidor a la patria que ha tenido el Perú.
Comenzó al amanecer
En las primeras luces del martes ocho de febrero del 2011, la base de Punta Lobos, en el kilómetro 59 de la Panamericana Sur, se convirtió en el escenario de un evento que marcaría la vida del técnico Víctor Ariza Mendoza de manera irreversible.
El oficial a cargo de la seguridad del penal pronunció las palabras que resonarían en la mente de Ariza: “Ya es tu hora, Ariza”. La fresca mañana de verano, apacible y hermosa, no disipaba las sospechas de Ariza sobre la razón de su salida de la celda.
A las 5:30 de la mañana, el técnico Ariza Mendoza, condenado por traición a la patria, se enfrentó a un destino que ya se vislumbraba en el horizonte. El motivo fue la sentencia del Tribunal Supremo que, el 28 de diciembre del 2010, lo condenó a 35 años de cárcel.
El carcelero encargado llegó hasta la celda del infausto militar y de la manera más fría le dijo que debía vestirse con el uniforme reglamentario, pues “hoy te degradan”.
El miedo recorrió el cuerpo de Ariza, quien no demoró en responder que ni él, ni su familia ni su abogada habían sido avisados del acto. Justamente, esta falta de comunicación provocó un intenso cambio de opiniones entre el condenado y el oficial a cargo, quien le explicó que, si se negaba a ir por las buenas, él mismo tendría que llevarlo por las malas.
Y es que Ariza, que además era el único preso en Punta Lobos, conocía el simbolismo de ese lugar. Recordaba muy bien que en 1979, el suboficial FAP Julio Vargas Garayar fue fusilado allí por espionaje a favor, también, de Chile, otorgándole al lugar una carga histórica que Ariza sentía especialmente de noche, cuando el frío viento marino le calaba hasta los huesos.
Se negó hasta el final
La hora de la cruel ceremonia, pactada para las ocho y treinta de la mañana, en la base de Punta Lobos (Pucusana) se acercaba y Ariza insistía en que no había sido notificado a tiempo y exigía la presencia de su abogada. Nada de esto surtió efecto y fue llevado al patio de honor de la Escuela de Suboficiales de la FAP (ESOFAP). Aquí, Ariza enfrentó el juicio militar que sellaría su destino.
El comandante FAP Carlos Samamé Quiñones lideraba el Alto Mando de la institución presente en el acto, donde todos los alumnos de la escuela y un contingente de efectivos encargados de ejecutar la sentencia observaban en silencio el desarrollo de la historia.
La bandera nacional ondeaba con solemnidad mientras el comandante FAP Fernando Rivera Baca, juez permanente de la FAP, pronunciaba la sentencia con voz alta.
Esta le imponía una pena privativa de la libertad de 35 años por el delito de traición a la patria en tiempo de paz, la misma que vencerá el 29 de octubre del 2044. Pero eso no es todo, pues también se le obligaba a pagar un millón de soles como reparación civil a favor del Estado. Finalmente, se le expulsó de todos los institutos armados, lo que conllevaba la degradación.
Lo más duro estaba por venir aún, pues tras leer la sentencia, dejó en claro, y alzando la voz todavía más: “¡Técnico superior FAP Víctor Ariza Mendoza, sois indigno de llevar las armas! ¡En nombre de la justicia y de la Nación, os degrado!”. Palabras que, seguramente, hasta hoy resuenan en lo más profundo del ser del ahora exmilitar.
La hora del despojo
La ‘ceremonia’ todavía estaba lejos de terminar pues ahora era el turno de que un suboficial le despojara de los símbolos militares que Ariza llevaba en su uniforme.
Y mientras esto sucedía, el suboficial le recordaba a Ariza, con energía y hasta con rabia podría decirse, los motivos por los que había sido condenado como traidor a la patria y que eso lo convertía en una vergüenza para la institución.
Por eso, a pesar de haber entrado a la FAP por la puerta grande, ahora se iba por la puerta trasera, todo esto mientras le arrancaba del uniforme todas las insignias.
Ante toda esta situación, Ariza guardó el más absoluto silencio sin mostrar ningún tipo de reacción. Aunque, según dio a conocer La República, más adelante le confesaría a su esposa, María Flores Castro, y a su abogada, Raquel Díaz Gastelú, que durante el acto temió que algo malo le pudieran hacer y también que le pareció que tanta humillación fue innecesaria.
La ceremonia continuó con el redoble de tambor anunciando el despojo de los símbolos militares. Todos los adornos del uniforme fueron cayendo al piso uno a uno: el quepí, las alas doradas, los galones en las mangas, las insignias en las solapas y los botones dorados cayeron uno a uno en el mismo patio donde, 26 años atrás, Ariza se había graduado con honores.
El momento del clímax llegó cuando absolutamente todos los presentes, sin excepción, le dieron la espalda al degradado, como un último gesto de rechazo, antes de ser encerrado a la espera que el tiempo pase para cumplir su dura condena.