La psiquiatría constituye, posiblemente, una de las ramas de la medicina más llamativas, pero no necesariamente es la favorita de los estudiantes. Como ocurre con cualquier otra carrera, la vida como psiquiatra presenta más de un reto para aquellos que eligieron el oficio.
Pero, ¿cómo es exactamente vivir dedicándose a esta profesión? Para responder a esta pregunta, Infobae Perú conversó con el doctor Luis Arturo Vílchez Salcedo, Médico Psiquiatra del Hospital Víctor Larco Herrera, quien lleva más de veinte años ejerciendo la carrera en ese nosocomio y dio detalles de su vida y experiencias, pero también de cómo ha afrontado este tiempo tratando con las mentes de aquellos que algún día se perdieron entre el sueño y la realidad.
Al inicio, cuenta el doctor Vilchez, el panorama para aquellos que querían dedicarse a la psiquiatría no era como es hoy en día. Los centros de formación fueron por mucho tiempo únicamente el hospital Larco Herrera, el Hospital Noguchi y el Hermilio Valdizán. A estos se les sumaban algunos nosocomios de la ciudad que contaban con áreas pequeñas donde se aprendía la profesión. Por otro lado, la oferta de trabajo tampoco era variada.
“Hace 30 años terminar la carrera, conseguir un empleo y hacer práctica privada era la expectativa fundamental de todos nosotros [...] la mayoría de los estudiantes de medicina no tienen a la psiquiatría como uno de sus cursos más descollantes, pero personalmente para mí sí fue así”, explica el doctor Vílchez, quien también contó cómo fue su primer acercamiento con los pacientes.
“Ingresar a un hospital psiquiátrico es un mundo totalmente aparte [...] yo estudié en la Universidad San Marcos y, en ese entonces, se decía que el médico debe ser clínico y tener otras características de la especialidad. La psiquiatría era vista como algo filosófico, nada científico, entonces cuando uno se encuentra con este tipo de pacientes, impresiona”, dijo.
Agregó también un recuerdo personal de su juventud: “Yo ya había visitado este hospital estando en el colegio, se hacían visitas así como las hacen ahora los estudiantes. Tenía 14 años cuando vine por primera vez y fue realmente impresionante. Era agosto y estaba en el pabellón número cuatro y aquí hace un frío terrible. Recuerdo cómo ingreso por la puerta principal con todos nuestros amigos del colegio. Estábamos asustados entrando y se abre la puerta como si fuese de terror y vemos en el medio en un pabellón enorme a todos los pacientes. Los estaban bañando. En esa época no había baños, entonces agarraban una manguera como esas de regar el jardín y estos pacientes estaban en fila y este técnico los mojaba. Una imagen un poco dantesca, impresionante ver como una persona puede llegar a ese nivel de degradación humana, digamos, porque los seres humanos no deben ser tratados así, ¿Cómo era posible que sucedieran esas cosas?”.
La sensibilidad en una carrera complicada
Popularmente es común escuchar que los profesionales de la salud suelen perder la sensibilidad con el paso de los años debido a la gran cantidad de casos que afrontan día a día, sin embargo, para el doctor Vílchez eso depende mucho de la persona, pero suele darse con más frecuencia en otras especialidades.
“Siempre he tenido por concepto que las personas que uno trata, debe ser como si yo me pusiese al revés, en el lugar de ella, como si fuera el pacientes. ¿Cómo quisiera que me trataran? Ahora al paciente le decimos usuario, y ellos vienen con muchas expectativas, más en salud mental y más en esas épocas, cuando para que una persona llegue aquí es que ya había probado todo [...] ahí se da la sensibilidad”, manifestó.
Para ejercer la carrera es necesario aprender a manejar las emociones, según relata, de lo contrario, el tratamiento del paciente se puede ver involucrado.
“Uno no puede dar una manifestación de afecto de ningún tipo a las personas. No se puede hacer por una condición que nosotros tenemos por formación, ni de alegría, ni de pena ni de nada. Uno siente, pero la manifestación no es posible [...] el vínculo es muy cercano, pero si se rompe la neutralidad, puede suceder lo que le llamamos contratransferencia, o sea el paciente puede sentir algo por su terapeuta, o viceversa. Esa contratransferencia es mala para la relación médico paciente”, alegó.
Pese a esto, el médico explicó que para ellos es importante mostrar empatía y el deseo de ayudar al usuario, hacer todo lo posible para que este mejore y no ocasionarle más gastos. Por otro lado, aseguró que dentro de su trabajo también ha llegado a sentir la alegría de ver a pacientes recuperados o frustración cuando un tratamiento no funciona, pero también enojo por casos como el que narró en entrevista.
“Yo era residente. Estaba con un colega al que aprecio mucho y maneja muy bien los casos de psiquiatría de niños y adolescentes. De pronto viene un señor, no sé si decirle paciente, y tenía su hijito ahí al costado. A nosotros nos evidenció que él había abusado de su hijo y él tenía culpa de eso. En las preguntas salió. El chico nueve años, y el padre lo había hecho desde que tenía cuatro, tenía muchos años en eso entonces uno obviamente se cuestiona varias cossas: ‘¿y qué hace este tipo acá?, esto vamos a tener que denunciarlo’; y a veces a uno le da un sentimiento de cólera y desprecio por una persona que lo contaba con tal insensibilidad”, recordó.
Una serie de casos
Naturalmente, el trabajo en un hospital psiquiátrico no es fácil, especialmente en las áreas de emergencias, y mucho más en épocas de antaño, cuando los protocolos no eran los mismos de hoy, ya que todos los días llegaban casos variados y ocurrieron hechos que se tornaban realmente desagradables.
“Ocurrió cuando yo estaba entrando a mi turno. Los técnicos comentaron que una persona tenía unas delusiones o ideas del pensamiento distorsionadas, místicas. Él decía que tenía problemas porque le faltaba Dios y una serie de cosas, sentía mucha culpa. Le dijo a una persona que estaba al frente, que tenía unas características más agresivas, que quería terminar con ese problema. ‘Mátame’, y el otro bien mandado agarra una sábana, las junta y lo ahorca, y nadie se dio cuenta hasta que entraron para el desayuno y lo encontraron en el baño. Eso fue un suceso notorio aquí”, explicó.
Por otro lado, como parte de la carrera el riesgo de ser agredido está latente: “No hay que pensar que todos los pacientes que vienen con problemas de salud mental son agresivos, pero sí los hay, incluso con actitudes delincuenciales”. Frente a ello, el especialista agregó que sí ha llegado a sentir temor de algún paciente en alguna oportunidad.
También precisó que durante el inicio de su carrera se topó con algunas prácticas que hoy en día ya no se hacen, pero que pertenecían a la época más oscura de la psiquiatría, una rama de la medicina que en en el mundo se reconoció de manera bastante tardía.
“Llega una joven totalmente fuera de sí [...] por lo mal que se encontraba tuve que aplicar una terapia que ya no se emplea ahora que es el electroshock. Sí, tuve que aplicarle eso entonces, yo no quería hacerlo, hice todos mis esfuerzos por manejar ese cuadro de punto de vista farmacológico, pero estaba tan mal la joven [...] Lamentablemente no me quedaba otra. Esa desazón de no haber conseguido lo que yo quería, esa expectativa que le había brindado inicialmente a la persona y que tuve que aplicar otra cosa porque en verdad no quedaba otra opción fue lo que de alguna forma me decepcionó al inicio de la carrera”, manifestó.
El trabajo con pacientes prontuariados
El Hospital Víctor Larco Herrera cuenta en su interior con una sección específicamente para personas que vienen prontuariadas, procedentes en algunos casos de un penal o con una orden de internamiento desde algún juzgado.
Cabe recordar, por ejemplo, el caso de la mujer que asesinó a su bebé y luego se lo comió, hecho que estremeció al Perú en los años 90. “Ella estuvo aquí, pero esa persona sí tenía un problema de salud”, precisó, explicando que muchos pacientes de esta naturaleza tienen otro tipo de características que distan de los usuarios regulares, pero también hay quienes fingen condiciones mentales para eximir sus culpas.
“A uno le asignan personas, como un ‘cupo de personas’ que tienen problemas de esta naturaleza y muchas veces no se les ve la patología psiquiátrica. Son totalmente diferentes a los pacientes realmente psiquiátricos [...] yo me acuerdo haber tenido a cargo a un hombre que había matado a su mamá por una cuestión delusiva, o sea, el demonio le decía que en realidad su madre estaba poseída y la única forma de poder liberarla de esa posesión demoníaca era matándola. Entonces uno ahí tiene que demostrar que tiene ese problema”, expresó.
Conversar con los colegas: un acto terapéutico
El doctor Luis Arturo Vílchez empezó a trabajar en el hospital cuando tenía 27 años. Hoy, a sus 55, asegura que para él fue realmente terapéutico conversar con sus colegas respecto de los casos que muchas veces llegan incluso a doler debido al sufrimiento por el que algunas personas pasan en su vida.
Lo cierto es que es consciente del popular comentario que cuestiona cómo es que los psiquiatras, luego de escuchar tantos casos, no se vuelven un poco “locos”.
“No te vuelves de esa forma, no es posible porque a uno le enseñan justamente a no involucrarse con los pacientes, por eso las emociones no pueden estar metidas en uno. Sí, al inicio puede suceder, entonces para esto el médico al que uno está adscrito, le podemos decir tutor, le enseña uno que eso no debe ser porque imagínense, si toda mi vida viviría yo condoliéndome con lo que le pasa a las personas no llegaría a la edad que tengo viendo pacientes, no podría. Por eso las personas muy susceptibles no son buenas para seguir carreras como estas. No es que uno se haga duro, sino que uno tiene que aprender un poco a mantener la distancia. Entonces puede parecer para la otra persona como que es un poco frío, como que no me interesa, pero no, para uno es terapéutico también porque esa vinculación extrema le hace daño a uno y al paciente”, enfatizó.
Lá búsqueda de una mejor atención
El médico agregó también que se ha dedicado en parte de su vida a actividades administrativas dentro del hospital, algo que de manera personal ha disfrutado mucho y sigue haciendo hoy en día. No obstante, precisó que su actividad asistencial con pacientes, no solo en el hospital Víctor Larco Herrera, sino también en Centros Comunitarios de Salud Mental, le ha traído muchas satisfacciones, resaltando que el vínculo entre colegas suele ser más estrecho.
También explicó que hoy en día no solo han cambiado los protocolos de atención, que son mucho más eficaces y seguros, sino también están orientados a evitar que los pacientes sean hospitalizados en contra de su voluntad.
“Los pacientes tienen derechos, hay que respetar esos derechos [...] el objetivo es mejorar la salud mental de las personas y no internarlas en lo posible, salvo casos muy extremos, es por eso que la hospitalización se ha reducido tanto y más se deja para el manejo ambulatorio de la especialidad, que es como debería ser”, sostuvo.
Actualmente, el doctor Vílchez es uno de los médicos más antiguos del prestigioso nosocomio, y tiene un sinfín de anécdotas de su larga trayectoria. La pandemia obligó a muchos profesionales de salud a retirarse por la edad, sin embargo, el psiquiatra precisa las expectativas que tiene en el futuro.
“Muchas de las personas que yo conocí ya no están, la gran mayoría se han ido, algún día yo me iré y también en algún tiempo, pero la expectativa que uno tiene es mejorar la forma de atención de la institución”, complementó.