La muerte de Nazca y Pantera, y una justicia que no llega

Quienes tenemos animales, sabemos el profundo dolor que se siente perderlas. Es tan fuerte, que incluso profesionales en salud mental aseguran que es mucho más intenso que aquel que produce la muerte de una persona cercana.

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Quienes tenemos animales, sabemos el profundo dolor que se siente perderlas.
Quienes tenemos animales, sabemos el profundo dolor que se siente perderlas.

¿Qué pasaría si un hombre de tu barrio asesinara a dos de tus hijos? ¿Qué ocurriría si tienes absolutamente todas las pruebas, entre ellas, un video del momento y hasta la confesión del homicida? ¿Cuáles serían las acciones que tomarían las autoridades encargadas de hacer cumplir las leyes? Además, ¿cuál sería la reacción de tus vecinos y la sociedad?

El asesino está libre. Se pasea por todo el barrio con una impunidad que lastima todavía más a la familia que perdió a dos de sus integrantes y aún no terminan de llorar la tragedia que no los dejará vivir en paz el resto de su vida. Y, como si esto no fuera suficiente, el delincuente que acabó con la vida de dos inocentes ha amenazado a los deudos, con hacerles daño porque “están haciendo muchos problemas con su denuncia”.

En el Perú, definitivamente la ley no es igual para todos ni los delitos se tratan con la celeridad que requieren y, si se trata de un animal, automáticamente mucha gente, incluso la Policía Nacional del Perú (PNP), minimizan el caso y no empatizan con aquellos que denuncian el asesinato de sus perros o gatos, animales sí, pero miembros de su familia, al fin y al cabo.

Esto ocurre en el Centro Poblado de Cocachimba, en la región Amazonas. Hace algún tiempo los españoles Patricia Facundo Sánchez, su pareja Jair López Martín, el hijo de ambos de 5 años, Eder, llegaron a este lugar junto a su perrita Nazca y su gata Pantera. La vida transcurría tranquila hasta esa fatídica noche del 14 de agosto en la que Rojer Yalta Culqui decidió que ambas tenían que morir.

Nazca (que aparece en la foto) y Pantera fueron envenenados.
Nazca (que aparece en la foto) y Pantera fueron envenenados.

Esa noche, Rojer compró una lata de atún marca “Dama” que mezcló con veneno y la dejó en la parte exterior del lugar donde viven Ana y Jair. Toda la escena ha quedado grabada en video. Nazca y Pantera fueron víctimas de sus ganas de comer algo que vuelve loco a cualquier perro o gato y ambas, juntos e inseparables como siempre, compartieron la comida envenenada.

Momentos más tarde, su familia las buscó para sacar a pasear a Nazca, una perrita peruana sin pelo de tres años, y los extrañó que no apareciera moviendo la cola sin parar, como cada vez que sabía que darían un paseo. En su lugar, Ana y Jair la encontraron en sus últimos minutos de vida y no llegaron al veterinario. Nazca se había ido.

Entre lágrimas y confusión ambos regresaron a su casa y se encontraron con la peor escena que alguien que acaba de perder a un hijo puede ver: Pantera yacía inerte en medio de las plantas.

Quienes tenemos animales, sabemos el profundo dolor que se siente perderlas. Es tan fuerte, que incluso profesionales en salud mental aseguran que es mucho más intenso que aquel que produce la muerte de una persona cercana. No es difícil entender la razón: los animales no solo son seres nobles que solo nos dan felicidad, sino que también nos dan lecciones de vida a cada momento. Son nuestros maestros, nuestra compañía incondicional y, quizás, los únicos integrantes de nuestra familia que estarán a nuestro lado en absolutamente todas las circunstancias. Se conforman con nuestro cariño y, a cambio, te dan su vida entera y serían capaces de morir por nosotros.

¿Cómo no pedir justicia si les quitan la vida de la manera más cobarde?
Una familia está incompleta por la falta de sus mascotas, que fueron envenenadas.
Una familia está incompleta por la falta de sus mascotas, que fueron envenenadas.

Ana y Jair hicieron la denuncia en la Comisaría PAR PNP de Cocachimba, pero ya pasaron casi tres meses y la justicia les es esquiva. El asesino sigue libre y los amenaza con llevar a las rondas campesinas para que les hagan daño.

“Solo son animales”, asegura, contándoles con total frialdad que matar perros en este centro poblado es “normal”.

No, señor Yalta Culqui. La Ley de Protección y Bienestar Animal 30407 (que modifica el artículo 206-A del Código penal), vigente en el Perú hace más de 6 años es clara: aquel que comete actos de crueldad contra un animal doméstico y esto ocasiona su muerte debe ser sancionado con un máximo cinco años de pena privativa de la libertad.

El lugar de este delincuente es la cárcel y son las autoridades de la Policía Nacional, el Ministerio Público y el Poder Judicial los encargados de que este delito grave no quede impune.

Hace unos días conversaba con Ana y me contaba lo siguiente: “Nazca, siempre nos cuidaba, era como ‘la guardiana del bosque’, de las almas”.

Hoy, sabe que no puede fallarle y que le toca no rendirse.

El autor de la muerte de estos dos animales debe ser sancionado con la rigurosidad de una ley que no le sanará las heridas de Ana, Jair y el pequeño Eder, que pregunta por ambas sin entender la maldad de quien les cegó la vida sin miramientos (según él, porque la perrita “asustaba a sus gallinas”). Sin embargo, por lo menos podrán recuperar algo de paz y empezar a recuperarse de esta pesadilla.

Una familia está incompleta, y aunque nadie le devolverá la vida a Nazca ni a Pantera, seguiré levantando la voz por ambas y por todos los animales que son víctimas de personas como Rojer Yalta Culqui, hasta que la justicia realmente llegue.

Heidi Paiva, del Proyecto Libertad
Heidi Paiva, del Proyecto Libertad
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